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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

la boca y abrió <strong>de</strong> un tirón la puerta principal. Mientras se precipitaba al exterior oyó<br />

el estrépito, las maldiciones, el crujido <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra.<br />

Y corrió con un grito sonando en su cabeza cuando oyó el disparo.<br />

—¿Has oído eso? —Linda-Gail clavó el codo en la cama y se incorporó—. He<br />

oído un disparo.<br />

—Yo he oído cantar a los ángeles.<br />

Ella se echó a reír.<br />

—Eso también. Pero a<strong>de</strong>más he oído un disparo.<br />

—Vaya, ¿a quién se le ocurriría disparar en los bosques <strong>de</strong> Wyoming?<br />

La obligó a ten<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> nuevo y le clavó las manos en las costillas para hacerle<br />

cosquillas.<br />

—Ni se te ocurra o... ¿Has oído eso? ¿No oyes gritar a alguien?<br />

—No oigo nada, salvo mi propio corazón rogándole al tuyo un poco más <strong>de</strong><br />

azúcar. Venga, cariño, vamos a... —Esta vez fue Cas quien se interrumpió al oír un<br />

estrépito fuera <strong>de</strong> la cabaña—. Quédate aquí.<br />

Se levantó <strong>de</strong> un salto y, <strong>de</strong>snudo, salió <strong>de</strong>l dormitorio a gran<strong>de</strong>s zancadas.<br />

Cuando Reece entró corriendo, a Cas solo le dio tiempo <strong>de</strong> cruzar las manos<br />

sobre sus partes y <strong>de</strong>cir:<br />

—¡Madre <strong>de</strong> Dios!<br />

—Tiene a Brody. Tiene a Brody. Va a matarle.<br />

—¿Qué, qué? ¿Qué?<br />

—Ayúdame. Tienes que ayudarme.<br />

—¿Reece? —Linda-Gail intentaba envolverse en una sábana mientras salía—.<br />

¿Qué <strong>de</strong>monios pasa?<br />

«No hay tiempo», pensó Reece. Brody podría estar ya sangrando, muriéndose.<br />

Como le ocurrió a ella en el pasado. Vio el rifle en un estuche <strong>de</strong> cristal.<br />

—¿Está cargado?<br />

—Es el rifle <strong>de</strong> mi abuelo Henry. Un momento, jo<strong>de</strong>r...<br />

Pero Reece se precipitó sobre el estuche. Tiró <strong>de</strong> la tapa y la encontró cerrada.<br />

Se volvió, agarró la lámpara <strong>de</strong>l oso y rompió el cristal.<br />

—¡Hostia, hostia —gritó Cas—, mi madre va a matarnos a los dos!<br />

Justo cuando Cas se lanzaba sobre ella, Reece sacó el rifle <strong>de</strong> un tirón y se volvió<br />

con él.<br />

Cas se quedó paralizado.<br />

—Nena... Ten cuidado. A ver dón<strong>de</strong> apuntas.<br />

—¡Pedid ayuda por teléfono! ¡Llamad a la policía estatal!<br />

Reece se dirigió como un rayo hacia la puerta.<br />

Rogó porque la reacción <strong>de</strong> Cas significase que el rifle estaba cargado y que, si<br />

lo estaba, podría averiguar cómo funcionaba. Luego rogó aún con más intensidad<br />

para no tener que hacerlo.<br />

Pero aquel ardor en la garganta no era miedo; no era pánico lo que le atenazaba<br />

el vientre. Lo que sentía era rabia, un torrente <strong>de</strong> rabia caliente que burbujeaba por su<br />

sangre.<br />

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