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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS ÁNGELES CAÍDOS<br />

—Haz lo que te parezca.<br />

—Eso intento.<br />

Tras <strong>de</strong>tener el coche <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la oficina <strong>de</strong>l sheriff, la miró con curiosidad.<br />

—¿Qué hay para cenar mañana?<br />

—¿Cómo?<br />

—Me has invitado.<br />

—¡Ah, se me había olvidado! No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.<br />

—Eso suena <strong>de</strong>licioso. A<strong>de</strong>lante, acaba con esto y luego duerme un poco. Tienes<br />

muy mal aspecto.<br />

—Por favor, no me alabes más. Se me subirá a la cabeza.<br />

Esperó un segundo, dos. Luego cogió su mochila <strong>de</strong>l suelo y se dispuso a abrir<br />

la puerta.<br />

—¿Algún problema?<br />

—No. Bueno, pensaba que me darías un beso <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.<br />

Los labios <strong>de</strong> él se crisparon mientras levantaba una ceja.<br />

—Caramba, Flaca, ¿somos novios?<br />

—¡Qué gilipollas eres!<br />

Pero una risa le hizo cosquillas en la garganta mientras abría la puerta <strong>de</strong> un<br />

empujón.<br />

—Y cuando me pidas que sea tu novia —añadió metiendo la cabeza por la<br />

ventanilla—, asegúrate <strong>de</strong> traer un anillo. Y tulipanes, son mis flores favoritas.<br />

Luego cerró <strong>de</strong> un portazo.<br />

La mezcla <strong>de</strong> regocijo y <strong>de</strong>sconcierto la acompañó hasta la puerta <strong>de</strong>l sheriff.<br />

Los nervios no la asaltaron hasta que la abrió y entró.<br />

Olía a café rancio y perro húmedo. Vio la ubicación <strong>de</strong>l primero sobre una<br />

pequeña encimera a la izquierda <strong>de</strong> la habitación, don<strong>de</strong> humeaba una jarra casi<br />

vacía <strong>de</strong> algo que parecía fango negro. Y la fuente <strong>de</strong>l segundo olor yacía roncando<br />

en el suelo junto a las dos mesas metálicas situadas una frente a otra en las que<br />

supuso que trabajaban los ayudantes.<br />

Solo una estaba ocupada. Mata <strong>de</strong> pelo oscuro, pequeña perilla, alegres ojos<br />

castaños, figura ligera y juvenil. «Denny Darwin —recordó Reece—, le gustan los<br />

huevos muy hechos y el beicon casi quemado.»<br />

Cuando se abrió la puerta levantó la vista y se ruborizó un poco. La prisa con<br />

que sus <strong>de</strong>dos pulsaron unas teclas <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador le hizo pensar que lo que estuviese<br />

haciendo no era asunto oficial.<br />

—Hola, señora Gilmore.<br />

—Reece —rectificó la muchacha, pensando que no era mucho más joven que<br />

ella; tenía unos veinticinco años, y una cara franca y fresca a pesar <strong>de</strong> la perilla—.<br />

Esperaba hablar con el sheriff, si está.<br />

—Claro; le encontrará en su <strong>de</strong>spacho. A<strong>de</strong>lante.<br />

—Gracias. Bonito perro... Lo había visto antes. Suele nadar en el lago.<br />

—Se llama Moses. Es el perro <strong>de</strong> Abby Mardson, la hija mediana <strong>de</strong>l sheriff. ¿La<br />

conoce?<br />

— 112 —

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