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Su historia y su obra

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conde de Toreno y el diputado valenciano Vicente Sancho adujeron que ello arruinaría a<br />

los agricultores sericícolas, y que los fabricantes valencianos habían perdido ya lo más<br />

importante, que era el mercado colonial (40).<br />

La pobreza y la inquietud social se daban tanto en el campo como en la ciudad. El<br />

Capitán General tuvo que hacer frente a una nueva ola de bandolerismo en la que había<br />

hombres —como el famoso Jaime “el Barbudo”, típico bandido generoso— que salían de<br />

la guerrilla patriótica para reanudar antiguas fechorías. Los bandoleros <strong>su</strong>rgían por la<br />

Huerta, la Ribera y el Campo de Sagunto, contando con amplias complicidades aldeanas,<br />

y para combatirlos creó Elio una terrible policía que multiplicó las ejecuciones y los<br />

encarcelamientos. La dureza de la represión correspondía a la personalidad de Francisco<br />

Javier Elio, oficial de distinguida carrera militar pero muy rígido y autoritario; aunque no<br />

han dejado de elogiarse algunos aspectos de <strong>su</strong> gestión como gobernante —construcción<br />

de la Glorieta, de los Jardines del Real y de la calle de San Fernando; reparación del<br />

Hospital y del camino del Grao—, lo cierto es que pasó a representar el estilo más violento<br />

de la restauración absolutista, en choque frontal con las nuevas formas de la revolución<br />

liberal. Es sabido que estas formas fueron las de la conspiración en sociedades secretas de<br />

tipo masónico, que en Valencia incluyeron a militares (oficiales y <strong>su</strong>boficiales) y a ciertos<br />

eclesiásticos y civiles de ideas progresistas; este núcleo revolucionario se serviría de grupos<br />

de menestrales y campesinos. Una primera conjura, encaminada directamente al<br />

asesinato de Elío, fracasó, conduciendo al exilio a algunos liberales (Manuel Bertrán de<br />

Lis, Ascensio Nebot, Benicio Navarro) y al patíbulo a otros cuatro hombres (enero de<br />

1817). Otra, dirigida por el teniente coronel Joaquín Vidal, la hizo abortar dos años<br />

después el propio Elio personalmente, y produjo trece ejecuciones en el llano del Remedio:<br />

la de Vidal, la del joven Félix Bertrán de Lis, la del comerciante Diego María Calatrava, y<br />

la de diez hombres más entre los que había sargentos, labradores y menestrales. La<br />

cadena de persecuciones y conspiraciones siguió hasta que el pronunciamiento de Riego,<br />

al provocar en 1820 el restablecimiento del régimen liberal, puso fin al gobierno de Elío.<br />

El “trienio constitucional” es el período en que se definen los rasgos esenciales de la<br />

pugna liberal-absolutista y <strong>su</strong>s bases sociales, que se nos muestran en <strong>su</strong>s dos dimensiones<br />

de revuelta urbana y de guerrilla rural. Se dibuja en la primera la escisión que marcará el<br />

carácter de la revolución liberal, anticipando <strong>su</strong> futura transacción con estamentos del<br />

Antiguo Régimen. Esta división del liberalismo en las fracciones “moderada” y<br />

“exaltada” tuvo gran fuerza en Valencia, donde la primera conseguiría una victoria en las<br />

elecciones de 1820, y la segunda dominará el Ayuntamiento constitucional e impondrá <strong>su</strong>s<br />

candidatos (Manuel Bertrán de Lis, Vicente Salvá) en las elecciones a Cortes de 1822. Es<br />

de gran interés la evolución hacia el bando “exaltado” de los Bertrán de Lis, que<br />

conservaban <strong>su</strong> influencia, y cuyo miembro mayor, Vicente, se instaló en Madrid, que fue<br />

<strong>su</strong> base de acción comercial y política. Por detrás de esas facciones se hallaban las<br />

sociedades secretas (masones y “comuneros”), y por delante la acción pública y<br />

multitudinaria de las “sociedades patrióticas”, entre las que destacó la del café de don<br />

Félix, en la calle de Zaragoza (y luego en la Ermita de San Jaime y en la de Universidad). La<br />

activa vida política se completaba con una abundante y polémica publicística, relacionada<br />

con las tertulias políticas y literarias, como la del editor Mariano de Cabrerizo. Los<br />

“exaltados” utilizaron, como arma de presión, la algarada callejera, por más que el<br />

liberalismo contaba ya con <strong>su</strong> propia fuerza armada: la Milicia Urbana, formada por tres

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