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Su historia y su obra

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También es la época de la Restauración la más interesante para las ciencias sociales.<br />

El jurista Eduardo Pérez Pujol (1830-1894), que fue Rector de la Universidad de 1868 a<br />

1873, presidió el Congreso Nacional Sociológico celebrado en Valencia en 1883,<br />

mostrando una notoria preocupación por los problemas obreros. Pérez Pujol perteneció a<br />

la escuela krausista, cuyo auge en Valencia se mantuvo hasta 1890, y que tuvo<br />

representantes en el campo del Derecho (Villó y Ruiz, Soler y Pérez, Aniceto Sela) y en el<br />

de la medicina y la psicología, en el que se sitúa Luis Simarro, pensador positivista y<br />

miembro de la Institución Libre de Enseñanza (136). La tendencia positivista, y sobre todo<br />

la difusión del evolucionismo darwinista, produjo una dura oposición entre <strong>su</strong>s defensores<br />

y los intelectuales tradicionalistas (como Aparisi y Polo y Peyrolón), teniendo que<br />

<strong>su</strong>spenderse las conferencias sobre Darwin que se daban en el Ateneo en 1878. Gran parte<br />

de estas manifestaciones culturales se realizaron al margen de la Universidad, y lo mismo<br />

cabe decir en el campo de la historiografía, en el que, tras el <strong>historia</strong>dor romántico Vicente<br />

Boix (1813-1880), apareció una escuela erudita más rigurosa con la figura y <strong>obra</strong> del<br />

canónigo Roque Chabás (1844-1912), investigador minucioso y creador de la revista “El<br />

Archivo” (1886-93), y cuya seriedad metodológica fue seguida por otros <strong>historia</strong>dores y<br />

eruditos (Tramoyeres, Martínez Aloy, Ribera, Sanchis Sivera, Boronat, etc.).<br />

El mismo desarrollo desigual se descubre en el ámbito literario y artístico,<br />

complicado en el primer caso por las peculiaridades de la “Renaixença” valenciana.<br />

Aunque el inicio de ésta se sitúa en los ya citados poemas de Tomás Villarroya en 1841-43<br />

—si no se quiere considerar la poesía ‘lo Somni”, que escribió Salvá en 1831 (137)—, no<br />

hubo continuidad por ese camino hasta que, como es bien sabido, en los años cincuenta<br />

comenzaron a escribir poesía en valenciano culto, impulsados por el mallorquín Mariano<br />

Aguiló, dos jóvenes estudiantes que iban a ser los mayores poetas de nuestra<br />

“Renaixença”: Teodoro Llorente (1836-1911) y Vicente Wenceslao Querol (1837-1889).<br />

Se desarrolló desde entonces esta corriente esencialmente poética “como un movimiento<br />

de “élite”, de patricios eruditos, que no sólo no trascendía al pueblo sino que tampoco<br />

llegaba a interesar a la misma burguesía...” (138). Aparte de la <strong>obra</strong> en castellano (que,<br />

en el caso de Querol, fue <strong>su</strong> parcela mejor), la poesía en valenciano culto conservó en lo<br />

<strong>su</strong>cesivo <strong>su</strong> carácter minoritario, pues la preocupación por la pureza lingüística la alejaba<br />

de la literatura popular en valenciano que cultivaban muchos saineteros, entre los que<br />

destacaba Eduardo Escalante. Las dos tendencias se mantuvieron separadas durante la<br />

Restauración ya que fracasó el intento de unirlas en la sociedad de “Lo Rat Penat”,<br />

fundada en 1878 por Constantí Llombart —representante de un valencianismo “no de un<br />

alto nivel intelectual pero vivo y dinámico”—, y en la que se integraron los intelectuales<br />

eruditos y universitarios junto con aquellos otros que, como Llombart, eran autodidactas y<br />

de extracción social popular. Se impuso al fin el primer grupo, encabezado por Llorente,<br />

que se consagró sobre todo a la celebración anual de los “loes Florais”, en los que se<br />

reiteraba, por lo general, una poesía retórica y de escaso interés (139). Y mientras la<br />

poesía culta se inmovilizaba, en virtud de la aplastante influencia de Llorente (sin recoger,<br />

por otra parte, el encanto sencillo que hay en muchas de las creaciones de éste), en<br />

composiciones idealizadas, moralistas e historicistas, la corriente popular no llegaba<br />

tampoco a hacer nacer una literatura de altura estética y lingüística. No se creó, sobre<br />

todo, una prosa literaria, que era el instrumento necesario para desarrollar el naturalismo<br />

que se fue imponiendo a fines de siglo. De ahí que, al <strong>su</strong>rgir el gran escritor de esta escuela<br />

en la persona de Blasco Ibáñez, tuviera éste que adoptar el castellano para <strong>su</strong>s novelas<br />

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