Su historia y su obra

Otro rasgo notable de la demografía valenciana del XIX es la conservación de las
diferencias entre unas comarcas y otras en razón del auge que alcanzan ciertos cultivos y
su comercialización. Ello lleva a considerar las importantes transformaciones que hubo en
el campo, donde nuevos protagonistas —el naranjo, el arroz, los vinos— desplazan a los
anteriores, es decir, a la seda, el cáñamo, el trigo, las judías, y también la caña de azúcar,
cuyo cultivo (que había tenido gran desarrollo en la edad Moderna) se intentaría
infructuosamente revitalizar en los años setenta (66). Mientras la producción sericícola
recibía en 1854 el golpe fatal de la “pebrina”, el cáñamo decaía por falta de
proteccionismo (frente al yute indio) y el trigo sufría un lento retroceso; de los cultivos
anteriores, sólo el arroz recibió un nuevo impulso en la segunda mitad de siglo (67). Los
cambios en las clases de cultivos fueron acompañados de importantes innovaciones
agronómicas. En primer lugar, la introducción entre 1844 y 1850, por obra del irlandés
establecido en Valencia Tomás Trénor, de los guanos del Perú, abono que significó una
notabilísima mejora para las tierras de la huerta, en la que los labradores pudieron
prescindir ahora de la rotación bienal que aplicaban a las plantaciones de trigo, maíz,
cáñamo y habas. También es la segunda mitad de siglo la época de transformación de
muchos secanos en regadío mediante nuevos sistemas de riegos elevados por autobombas,
que son los que permitirán la expansión del naranjo. Parece ser que la primera máquina
de vapor fue instalada en Carcagente hacia 1850 por el marqués de Montortal, y a ello
siguió una difusión lenta hasta las décadas de los 70 y 80, en que se intensificó su
aplicación (68). Hay que consignar, por último, que el desarrollo de los transportes
determinó la comercialización de la agricultura, especialmente en la huerta, en la que el
riego y el abonado permitieron una orientación de la producción hacia cosechas
tempranas que podían alcanzar mejores precios en los mercados nacionales y extranjeros;
algunos productos hortícolas, como la cebolla y la patata, empezaron a exportarse hacia
1870(69).
Los dos productos con mayor futuro fueron el arroz y la naranja. Ya sabemos que el
arrozal se había expandido mucho en el siglo XVIII y primera mitad del XIX, dándose en
1862 nuevas ordenanzas para su cultivo en la Albufera, y pasando el lago a ser propiedad
del Estado en 1865. Varió entonces el sistema de “establiments” o concesiones de censos
enfitéuticos para labrar tierras (en realidad, porciones de la superficie de agua),
recurriéndose en adelante a expedientes de toma de posesión de una parcela, que al cabo
de los años se convertía en propiedad; con ello se llegó al apogeo de los “aterraments”,
obra secular y realmente gigantesca para la puesta en cultivo del lago (70). A mediados de
la centuria ya la producción de arroz sostenía de modo casi exclusivo a más de un centenar
de pueblos, y en las décadas siguientes aumentó mucho gracias a la exportación a las
Antillas, mercado más seguro que los extranjeros, donde no se podía competir con arroces
asiáticos más baratos. De ahí que el dilema proteccionismo-librecambismo fuera de
primera importancia para este sector, que desde el principio fue muy proteccionista, y
cuya Comisión Defensora de la Riqueza Arrocera combatió en 1852 la política
librecambista de la época (71); los problemas comerciales del arroz se reflejarían en una
serie de crisis periódicas (72).
También es de mediados de siglo el comienzo de la gran expansión del naranjo,
aunque su cultivo lo hubiese iniciado en el siglo XVIII el párroco de Carcagente Vicente
Monzó (según relata Cavanilles) y se hubiese extendido luego por Alcira, Villarreal y
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