Su historia y su obra

En Valencia todavía tienen más quehacer los bomberos que cualquier otro grupo
de acción. Al efecto se incorporan a la labor los bomberos llegados de Madrid, los de
Castellón, Cartagena, Albacete, Alicante y Cuenca, que vienen provistos, además de
camiones y grúas, de alimentos, medicinas y ropas. Zaragoza y Madrid envían a su vez
varios coches del ejército y un regimiento de zapadores. Entran en acción los helicópteros
que han podido llegar a Valencia. La Armada norteamericana moviliza también veinte
helicópteros que se incorporan a los trabajos de liberación, después de desembarcar en
Manises veinte toneladas de medicamentos. El Ejército con sus Regimientos de
Intendencia, Pontoneros y Minadores y Sanidad introduce en la ciudad compañías enteras
de personal cualificado desde las poblaciones donde radican. Los servicios de todos estos
componentes en cantidad y dedicación, unidos al sacrificio continuo, abnegado y heroico
de las autoridades y pueblo del país valenciano consiguieron que la horrible tragedia no
tuviera otra victoria que aquella que la sorpresa y lo irremediable de estas situaciones
arrebata a los cálculos y previsiones humanas.
Mientras tanto, la capital y muchos pueblos de la Provincia siguen con una sola
línea eléctrica y sin agua potable. Las vías de ferrocarril han sufrido veintiocho cortes con
más de 900 vagones averiados. Por carretera y vías aéreas las comunicaciones son todavía
escasas. Todo hace lenta, desigual y dolorosa la incorporación de la ciudad y su comarca
al ritmo de vida normal (19).
3.5.— LA BATALLA DEL BARRO
Así titula el Almanaque (20) la operación más dura, larga y costosa de todas las
miserias desencadenadas por el aluvión. Los días transcurren monótonos, grises,
tristísimos. La aterradora noche otoñal con aquella desnuda y desolada ciénaga renovada
la sugestión del diluvio bíblico. La lluvia dispar y extemporánea agudizaba la prueba.
Desde las ventanas hacia arriba no se veía más que un cielo de nubes lívidas,
impenetrable y recio; hacia abajo una inmensa capa de lodo ocre, deslizante y sombreado
de negrura.
Había lugares en que el fango alcanzaba más de dos metros de altura; los jardines
no dejaban ver sus plantas ni los paseos sus bancos. Los sótanos, pisos bajos, calles y
plazas semejaban campos rojizos dispuestos para el arado. No se puede transitar y el que
lo intenta queda aprisionado en el cieno. Se hace necesario, sin embargo rescatar a las
personas cercadas por el terrible limo. Trescientas personas son liberadas por los
bomberos en la calle del Dr. Olóriz. En la barriada próxima al cementerio del Grao se
encuentran varios cientos de familias rehenes del fango y de los despojos humanos. El
Juzgado de Guardia no puede llegar a todos los sitios donde hay que levantar cadáveres.
Los que se van recogiendo, sin vestidos y sin documentación, no pueden ser identificados.
Se habilitan centros de refugio que acogen a los damnificados por centenares.
Las cámaras Becan, donde se guardan los materiales de limpieza de la ciudad han
quedado inundadas; sus camiones de recogida inutilizados; en tétrico contraste las
calles están regadas de vehículos destrozados.
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