Su historia y su obra

Orihuela. El impulso principal vendría en aquel tiempo, destacándose entre los
promotores de su cultivo José Polo de Bernabé, que en 1848 importó mandarinas de China
y nísperos del Japón, y que desplegó lplantación de naranjos (y de caña de azúcar) por la
Plana, utilizando abonos químicos y.1,nzándose a una activa comercialización. Este factor
comercial fue el principal —junto a’los técnicos, como las citadas autobombas para
riego— en la expansión, que se manifstó especialmente en la Ribera, donde los naranjos
fueron desplazando a las viñas. El ferrocarril jugó importante papel en la exportación,
pero ésta tuvo también gran cauce en veleros que partían de los puertos de Valencia,
Burriana y Cullera. Parece que desde los años sesenta se desarrolla de modo regular el
transporte de naranjas mediante vapores (73), y se señala como pionero de la exportación
al comerciante (y escritor) José Aguirre Matiol, que la había empezado hacia 1870 junto
con los franceses hermanos Fourier. El tráfico exportador creció rápidamente (en 1850-51
fue de 6.800 Tm.; en 1870-71 ya de 25.582 Tm.), pero esto no era más que el preludio del
auge exportador de los años de transición del siglo XIX al XX.
El tercer cultivo que se puso a la cabeza fue la vid, también sobre la base de una
fuerte comercialización de los vinos y las pasas. Estas últimas ya las habían tenido
tempranamente en las comarcas de la Marina y del marquesado de Denia donde, el calor
de los grandes beneficios proporcionados por la exportación a Inglaterra, el viñedo se
extendió hasta ser casi un monocultivo, penetrando por el sur de la provincia de Valencia
(74). En cuanto a los vinos, su gran época expansiva se marca con la llegada a Europa de
la filoxera (aparecida en Inglaterra en 1863) y, concretamente, desde que arrasó en 1868 el
viñedo francés; esto es lo que susoitó el extraordinario desarrollo del español y de una
exportación de vinos que se enmarca en el período que hemos delimitado como posterior.
Todos estos progresos técnicos y comerciales en la agricultura fueron obra de un
cierto número de hombres que forman parte de la clase social que ha sido designada con el
nombre de “burguesía terrateniente” y cuya gran significación en la sociedad y economía
valencianas se sustenta, en efecto, en la propiedad agraria. Los cambios sobrevenidos en
ésta son ya patentes en la segunda mitad de siglo, en la cual las grandes fincas de la
nobleza han cedido el paso a los campos y huertos de la burguesía alta y media de la
ciudad, e incluso se dibuja en la Huerta de Valencia el proceso hacia el minifundio debido
a las compras de los mismos arrendatarios y a las fragmentaciones por herencia (75). Lo
característico es el retroceso de la aristocracia terrateniente —en parte instalada en
Madrid o entregada a un completo absentismo— y su sustitución por una burguesía
urbana cuyas inversiones rústicas prolongan y amplían el resultado desamortizador y
cuyos nombres van desplazando a los de la nobleza en las listas de “primeros
contribuyentes”. Es cierto que hay un conjunto de propietarios de la ciudad que no se
preocupan de sus campos más que para cobrar las rentas que les proporcionan los
colonos, pero de él destaca la minoría activa e innovadora cuyos nombres han sido
recogidos por los estudiosos del tema (76). Se han citado las iniciativas de Trénor y Polo de
Bernabé, y habría que añadir las de Vicente Lassala, presidente de la Sociedad Económica
de Amigos del País, creador de una escuela de agricultura y perfeccionador de los cultivos
de sus fincas (compradas al duque de Medinaceli) de Chiva y Godelleta; las de José Vidal y
Vidal, experimentador de semillas y abonos químicos en sus posesiones de Albaida; o las
de Ricardo Stárico, que convirtió en granja modelo su masía de Ribarroja. Estos y otros
propietarios formaban el grupo social más poderoso, que se agrupó desde 1859 en la
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