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Fundación Luis Chiozza

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EL MALENTENDIDOSobre el hablar y el decirEn el mundo en el cual hoy vivimos, cuya complejidad se nos impone cada día con mayorevidencia, el malentendido tiene una presencia ubicua. Me doy cuenta de que mi principalocupación, mientras escribo para quienes me leen, es lograr que me entiendan sinmalentendidos. Es una ocupación que uno emprende, como tarea concreta, cuando se dacuenta de su dificultad y, también, de la importancia que tiene poder entenderse bien. Unaimportancia tan grande, que a veces nos hacemos la ilusión de habernos entendido parasentirnos un poco mejor, un poco menos aislados y un poco menos solos. No solamentevivimos, crecemos y nos desarrollamos en el mundo con el cual satisfacemos nuestrasnecesidades físicas. Crecemos y nos desarrollamos gracias a que también vivimos inmersosen un mundo de interlocución, por eso suele decirse que “no sólo de pan vive el hombre”.La frase señala que la necesidad de disponer por lo menos de algunos interlocutores conlos cuales poder entendernos, es una necesidad primordial. Una necesidad que, de no sersatisfecha, no sólo compromete la calidad sino también la continuidad de la vida y sumotivo.Si tenemos en cuenta que nada en la vida permanece igual, será obvio que el interlocutorcon el cual hoy podemos entendernos, tal vez mañana no logrará comprender lo quepensamos o lo que sentimos. Mientras vivimos, evolucionamos; algunas vecesprogresamos, pero también sucede que otras veces retrocedemos. Más allá de nuestrosrasgos invariantes, cambiamos nuestra manera de contemplar la vida, nuestro modo de sery de pensar, nuestros estados de ánimo habituales o algunas facetas importantes de nuestrapersonalidad. Esto no siempre nos sucede de un modo similar a como le sucede a laspersonas que forman nuestro entorno, y de pronto nos encontramos distantes de aquelloscon quienes hasta ayer nos sentíamos unidos en la intimidad de un lenguaje en común.Es cierto que necesitamos hablar, pero es claro que necesitamos hacerlo logrando decir.También es cierto que, cuando escuchamos, lo hacemos porque queremos oír ante todo loque algo nos dice acerca de aquello que necesitamos comprender mejor. No todo lo queoímos nos interesa; nos interesan especialmente las cosas instaladas en lo que PichonRivière llamaba “el punto de urgencia”, que es el punto en el cual nuestra vida afectivahace crisis, pero junto a ese “punto” esencial que fundamenta desde el fondo elconjunto entero de nuestros intereses, existen todos esos otros intereses que nospermiten hablar con unos lo que no hablamos con otros, y que posibilitan que sea algo másque un asunto aquello que, “mientras esperamos”, nos interesa escuchar.Reparemos en que hay un modo de hablar en el cual quien pregunta “¿qué tal?” no esperaotra respuesta que la repetición (cortés) de la misma pregunta. Corresponde a lo que Berne,en su teoría acerca de “los juegos que jugamos”, llama una “caricia primaria”, porque seejerce en un tipo de relación que no va más allá del contacto superficial. De ahí larespuesta humorística que a veces se escucha: “bien, o querés que te cuente”. En ese100

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