mancomunamos. Ahora vemos que cuando dos forman pareja, siempre está implícito untercero en la intimidad del vínculo. En este punto podemos comprender que el incrementode las tendencias homosexuales surja muchas veces con la fuerza de un silogismoirrefutable. Si un niño, sintiéndose excluido de la pareja que forman sus padres, siente lanecesidad de separarlos para establecer un vínculo exclusivo con uno de los dos, cuandotema predominantemente ser derrotado por el progenitor del mismo sexo sentirá latentación de unirse con él, rivalizando con el otro, heterosexual, que teme menos.Los celos y la inestabilidadPor extraño que parezca, la observación confirma reiteradamente que el sex appeal de unapareja, el suelo erótico sobre el cual se apoya y se construye la familiaridad de un vínculoentretejido con cariño, con proyectos y con el compartir los recuerdos de una historia encomún, se configura con la misma situación continua de celos y excitación que determinasu permanente inestabilidad. No estoy hablando ahora de la inestabilidad de la pareja en elconjunto completo de su convivencia toda y, menos aún, me refiero a la inestabilidad delos hábitos familiares que consolidan lazos perdurables, me limito a subrayar la normalinestabilidad del vínculo genital que le ha dado origen y que constituye su alimentoerótico.Es cierto que una pareja pierde uno de los fundamentos principales de su razón de ser si nocree en su propia estabilidad, ya que en su constitución interviene, como uno de loselementos más importantes, la necesidad de confortar el ánimo disminuyendo, o negando,el sentimiento de inseguridad que siempre nos acecha. Esto nos conduce sin embargo a unanueva paradoja, ya que en la medida en que no se tiene un cierto grado de conciencia deesa inestabilidad inevitable, es difícil realizar una buena pareja. Del mismo modo que laestabilidad de un trompo que se mantiene erguido apoyado sobre una punta fina dependede la velocidad con la cual gira, la estabilidad de una pareja es un equilibrio dinámico quese mantiene gracias a una cierta plasticidad para el cambio. Sin esa plasticidad la pareja searruina y, si es que perdura, carece de la vitalidad necesaria para ser saludable. Una parejasana evoluciona y cambia, y en la medida en que se transforma, se mantiene como talporque se reconstruye cotidianamente, que es como decir que se “recontrata” o “reinicia”de un modo permanente.El título de un médico, o de un abogado, no crea su capacidad, sino que la certifica en unmomento dado, pero es obvio que no certifica su mantenimiento. De un modo similaroperan, en una pareja, los compromisos contraídos. Lo normal es que los recuerdos yproyectos compartidos y el hábito de la convivencia engendren la confianza y lafamiliaridad, y que la familiaridad engendre la familia, es muy difícil, si no imposible, quesuceda al revés. Asociar la estabilidad con la inmovilidad es ilusorio. Los marcadores concarbono radioactivo muestran que los átomos de nuestro cuerpo son, en pocos meses,sustituidos por otros. La estabilidad de nuestro cuerpo físico es la permanencia aproximadade una forma que se reconstruye cotidianamente con una corriente de materia que fluyecomo el agua de un río. Si es cierto que, como decía Heráclito, no nos bañamos dos vecesen el mismo río, es igualmente cierto que no bailamos dos veces, aunque así nos parezca,con el mismo cónyuge. No somos, en cuerpo y alma, los mismos de ayer, y el vínculo quese establece entre nosotros tampoco.14
Se ha señalado muchas veces (así lo decía por ejemplo Platón) que el ser humano busca ensu pareja su “otra mitad”, es decir que busca satisfacer el deseo de sentirse “completo” y,además, desarrollar en ese vínculo aspectos de sí mismo, “disposiciones” que sólo poseíaen potencia. Es cierto, pero también es verdad que la búsqueda no finaliza allí, ya que elsentimiento de incompletitud renace como una nueva carencia que debe satisfacerse denuevo cada día con el cónyuge, con los hijos, y aun más allá, en los últimos años de lavida, generando, conservando o reencontrando a los amigos queridos.El amorEs difícil hablar del amor en la pareja sin producir equívocos, porque con la palabra“amor” se designan tantas cosas, y tan distintas, como para que sea mejor describirlas, enlugar de referirnos a ellas con ese nombre genérico. Hablamos de la amistad y del cariñoque se construyen con los años y con los recuerdos compartidos. Hablamos de lafamiliaridad y de la confianza que genera la convivencia estrecha. Hablamos delcompañerismo que surge cuando se tienen las mismas necesidades, intenciones yproyectos. Hablamos de los deseos de una unión genital, y también del deseo de estarcerca, o de ser consolado, acariciado y confortado. Hablamos de los dos grandesafrodisíacos que conducen al orgasmo: el ángel de la ternura y el demonio de las fantasíasperversas. Hablamos de la simpatía que nace en un instante dado en la ocasión de unamirada, un gesto, una actitud, y de la excitación que se experimenta frente a ladesenvoltura de una conducta erótica. Hablamos de la aceptación de nuestra persona, talcual es, implícita en la sonrisa con la cual nos estiman. ¡Y a toda esa diversidad lallamamos “amor”, con una misma palabra! Digamos, sin ánimo de definición, que el amoradquiere en muchos casos la apariencia de una figura esquiva, inalcanzable, y que en otrosse nos presenta como una cierta forma de “iluminación”, momentánea y transitoria, queforma parte del misterio de la vida. Produce entonces una sensación de curiosidad, respetoy maravilla, que nos lleva a ubicarlo en el lugar de lo sublime.Se suele afirmar que “el amor no dura”, significando con esto que el entusiasmo de unamor apasionado se agota en un vínculo perdurable por obra de un desgaste producido porla familiaridad, el abuso de confianza y el trato cotidiano. La aparente incompatibilidadentre la maravilla del amor, supuestamente dirigido hacia lo excepcional, y lapretendidamente opaca cotidianeidad de un matrimonio desaparece cuando se conserva lacapacidad de encontrar, una y otra vez, lo nuevo en lo habitual. Reparemos en que laimposibilidad de reencontrar, una y otra vez, la curiosidad y el placer en un vínculo queperdura, conduce al anhelo de un amor embriagador cuya figura, antítesis precisa de lafrustración que se vive, no debe ser confundida con el amor sublime. Es cierto que el vinopuede deleitar nuestros placeres orales, pero esto no debe hacernos olvidar que serásiempre el agua lo que apaga la sed.¿De qué depende la capacidad de encontrar la maravilla contenida en las hojas comunes ycorrientes de la más frecuentada de las plantas? Podría decirse ahora que es precisamenteel hombre enamorado el que se vuelve capaz de conmoverse ante la luz de la luna o ante lamagnitud del cielo estrellado, y que las cosas no ocurren al revés, pero esto es aparente.Este asunto, bien mirado, se revela distinto. Existe también una capacidad de enamorarse,y es la misma que nos hace sensibles a la belleza de un crepúsculo. Es cierto que eladolescente se enamora desde sus impulsos juveniles, pero son los mismos impulsos que15
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