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Fundación Luis Chiozza

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Se ha señalado muchas veces (así lo decía por ejemplo Platón) que el ser humano busca ensu pareja su “otra mitad”, es decir que busca satisfacer el deseo de sentirse “completo” y,además, desarrollar en ese vínculo aspectos de sí mismo, “disposiciones” que sólo poseíaen potencia. Es cierto, pero también es verdad que la búsqueda no finaliza allí, ya que elsentimiento de incompletitud renace como una nueva carencia que debe satisfacerse denuevo cada día con el cónyuge, con los hijos, y aun más allá, en los últimos años de lavida, generando, conservando o reencontrando a los amigos queridos.El amorEs difícil hablar del amor en la pareja sin producir equívocos, porque con la palabra“amor” se designan tantas cosas, y tan distintas, como para que sea mejor describirlas, enlugar de referirnos a ellas con ese nombre genérico. Hablamos de la amistad y del cariñoque se construyen con los años y con los recuerdos compartidos. Hablamos de lafamiliaridad y de la confianza que genera la convivencia estrecha. Hablamos delcompañerismo que surge cuando se tienen las mismas necesidades, intenciones yproyectos. Hablamos de los deseos de una unión genital, y también del deseo de estarcerca, o de ser consolado, acariciado y confortado. Hablamos de los dos grandesafrodisíacos que conducen al orgasmo: el ángel de la ternura y el demonio de las fantasíasperversas. Hablamos de la simpatía que nace en un instante dado en la ocasión de unamirada, un gesto, una actitud, y de la excitación que se experimenta frente a ladesenvoltura de una conducta erótica. Hablamos de la aceptación de nuestra persona, talcual es, implícita en la sonrisa con la cual nos estiman. ¡Y a toda esa diversidad lallamamos “amor”, con una misma palabra! Digamos, sin ánimo de definición, que el amoradquiere en muchos casos la apariencia de una figura esquiva, inalcanzable, y que en otrosse nos presenta como una cierta forma de “iluminación”, momentánea y transitoria, queforma parte del misterio de la vida. Produce entonces una sensación de curiosidad, respetoy maravilla, que nos lleva a ubicarlo en el lugar de lo sublime.Se suele afirmar que “el amor no dura”, significando con esto que el entusiasmo de unamor apasionado se agota en un vínculo perdurable por obra de un desgaste producido porla familiaridad, el abuso de confianza y el trato cotidiano. La aparente incompatibilidadentre la maravilla del amor, supuestamente dirigido hacia lo excepcional, y lapretendidamente opaca cotidianeidad de un matrimonio desaparece cuando se conserva lacapacidad de encontrar, una y otra vez, lo nuevo en lo habitual. Reparemos en que laimposibilidad de reencontrar, una y otra vez, la curiosidad y el placer en un vínculo queperdura, conduce al anhelo de un amor embriagador cuya figura, antítesis precisa de lafrustración que se vive, no debe ser confundida con el amor sublime. Es cierto que el vinopuede deleitar nuestros placeres orales, pero esto no debe hacernos olvidar que serásiempre el agua lo que apaga la sed.¿De qué depende la capacidad de encontrar la maravilla contenida en las hojas comunes ycorrientes de la más frecuentada de las plantas? Podría decirse ahora que es precisamenteel hombre enamorado el que se vuelve capaz de conmoverse ante la luz de la luna o ante lamagnitud del cielo estrellado, y que las cosas no ocurren al revés, pero esto es aparente.Este asunto, bien mirado, se revela distinto. Existe también una capacidad de enamorarse,y es la misma que nos hace sensibles a la belleza de un crepúsculo. Es cierto que eladolescente se enamora desde sus impulsos juveniles, pero son los mismos impulsos que15

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