concluir entonces que una pareja debería constituirse con alguna forma de contrato en elcual se contemple la mayoría de las vicisitudes posibles? Evidentemente no es posible,pero admitamos que una cosa es ignorar cuál será la posición que adoptará el consortefrente a una determinada circunstancia de la vida, y otra cosa, muy distinta, es saberlo ynegarle su importancia, con la esperanza torpe de que llegado el momento se logrará torcersu voluntad.Cuando dos personas que están cerca miran en una misma dirección, ambos ven casi lomismo; si en cambio se miran mutuamente, sus campos de visión difieren mucho. En loscomienzos de todo matrimonio, cuando hay mucho por hacer en la construcción de unfuturo compartido, no es tan difícil coincidir en proyectos comunes, apuntando la miradahacia un mismo panorama. En la edad media de la vida, cuando los hijos que crecen inicianel camino de transferir sus intereses a la constitución de sus propias familias, los cónyuges,que (mal o bien) ya han realizado sus proyectos de antaño, se quedan frente a frente,inmersos en la tarea, muchas veces dificultosa, de reencontrar un proyecto en común. Enesa misma época el vínculo de los cónyuges con sus propios padres, que se dirigen hacia elfinal de sus vidas, genera, en ambos, cambios importantes que surgen asociados con unanueva intensidad en la identificación con sus progenitores. Nacen así necesidades nuevasque conducen muy frecuentemente a una crisis del vínculo matrimonial. Cuando losintegrantes de una pareja se eligen, en la juventud, para constituir una familia, están lejosde prever las circunstancias y las situaciones que les tocará vivir. Por mejor concebido quehaya sido el contrato que han suscripto, seguramente sentirán mañana que los que firmaronfueron otros. Dos elementos contribuyen sin embargo para facilitar el logro: el primero esque se elijan, intuitivamente, por una cierta armonía en sus estilos; el segundo es que eltiempo de convivencia que los jóvenes tienen por delante conforme sus hábitos en manerasacordes. Sin embargo, sea cual fuere la discrepancia entre los estilos de los dos integrantesde una pareja, el hábito civilizado de respetar un “encuadre” del vínculo (dentro de las“buenas maneras” que las costumbres han depositado en el corpus social y que laeducación trasmite de padres a hijos) facilita la tolerancia y “da tiempo” al proceso delimar asperezas y construir acuerdos.El matrimonio incluye, como decíamos antes, distintas funciones. Es una empresaindustrial y comercial, es una escuela, una sociedad amistosa y el lugar en el cual se ejercela genitalidad. Todas estas funciones pueden compensarse, unas con otras, en el valor y enla eficacia con la cual cada uno de los cónyuges las desempeña. Es necesario tener encuenta sin embargo que la actividad genital de la pareja suele ser una de las funciones quemás difícilmente se compensa, ya que perdura, en el ánimo de cada uno de los cónyuges, elsignificado primero de la unión erótica que constituyó el fundamento que dio origen a lasociedad matrimonial.Las dificultades genitalesLas dificultades genitales intensifican los sentimientos de celos acercándolospeligrosamente al límite de lo tolerable para la continuidad del vínculo, ya que si elmatrimonio es, como hemos dicho, una unión bicorporal y tripersonal, es esencial para quelos celos se gestionen de una manera tolerable que el tercero “derrotado” no sea uno de loscónyuges. Es cierto que los celos pueden surgir en los otros ámbitos en que un parejafunciona, y especialmente frente a los vínculos que cada uno de ellos mantiene con su22
familia de origen, o con los hijos, pero lo que eleva su magnitud más allá del límitetolerable queda representado frecuentemente como una insatisfacción genital. La actividadgenital gratificante minimiza la antipatía que surge de las diferencias de estilo y constituyeun sólido fundamento para la unión de una pareja, pero nos equivocaríamos mucho sipensáramos que los celos destructivos, o que la armonía de una pareja, son simplesconsecuencias de una mala o de una buena actividad genital. Es necesario comprender que,por el contrario, las relaciones genitales “buenas” dependen de una buena elaboración delos celos. Especialmente importante será elaborarlos cuando una pareja se constituye condos personas que ya han recorrido un trayecto importante de sus vidas y conservanvínculos entrañables con antiguos cónyuges, con hijos, con familiares o con amigos deantaño, ya que una pareja no puede unirse bien cuando alguno de sus integrantes debeomitir manifestar frente al otro una parte importante de sus afectos profundos.Sostuvimos antes que los celos constituyen un ingrediente ubicuo que contribuye a laexcitación erótica, y agregamos ahora que esos mismos celos, cuando adquieren unadeterminada intensidad y cualidad, tienden a destruir el vínculo genital. Tal condicióndestructiva se alcanza cuando los celos dan lugar a un malentendido que configura, en elvínculo, un círculo vicioso (esquismogenético) de retroalimentación positiva que generacada vez más de lo mismo. Podemos decir, por ejemplo, que cuando un cónyuge semuestra desaprensivamente insensible frente a los celos del otro, y hace poco para tratar deevitarlos, es porque sufre por sus propios celos, aunque en su conciencia lo niegue yporque siente, en el fondo, que es la verdadera víctima. A veces a esto se agrega, iniciandoel círculo vicioso, el intento de mantener sus propios celos negados mediante el recurso dehacerse celar, y otras veces se añade como condimento, generalmente inconciente, elplacer de la venganza.Acerca de la envidia ha sido dicho que se trata de un afecto que surge de una condiciónconstitucional e incurable. Más allá de que este es un punto que puede discutirse, esevidente que la envidia no goza de un consenso favorable. Se admite que suele ser muydañina, y el que la sufre no despierta generalmente simpatía sino, por el contrario, durascríticas. Algo distinto sucede con los celos, acerca de los cuales se piensa habitualmenteque son un testimonio del amor, y suelen confundirse con el celo con el cual debe cuidarsetodo aquello que se ama. Sin embargo, los celos y la envidia, como dos caras de una mismamoneda, comparten una identidad de origen. Hace ya algunos años hablábamos de que loscelos llevan implícita una cierta deshonestidad egoísta, ya que la persona que sufre loscelos piensa que el objeto de su amor merecería y podría establecer un vínculo con otrapersona mejor pero, sin embargo, se esfuerza en retenerlo. Cuando llegamos a comprenderla importancia del sentimiento de desolación y la extrema dependencia escondida en loscelos, comprendimos también que, si es cierto que nos hallábamos en presencia de unacierta deshonestidad, era casi inevitable. Los celos, en esencia, parten del sentimiento deque somos incapaces de satisfacer las expectativas de la persona amada y, por tal motivo,se comprende muy bien que, no sólo nos torture el temor a perderla, sino que, además,suframos sintiendo que esa persona, amada y celada, ya no nos satisface como,seguramente, satisfaría a quien, con méritos mejores, nos sustituyera. Debemos añadir que,frecuentemente, el hecho de que podamos satisfacer, en algunos “sectores” de laconvivencia, necesidades importantes de la persona amada, no nos convence de quesatisfagamos por ello la parte más importante de sus expectativas. La autoestima dañadareclama entonces un testimonio convincente de que somos casi todo lo que nuestroconsorte necesita para disfrutar de la vida, y cuanto menos confiamos en lograrlo, conmayor insistencia reclamamos. Suele establecerse de este modo, a partir de una extrema23
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