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Fundación Luis Chiozza

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La búsqueda de reconocimientoEl segundo capítulo se inició hace ya más de treinta años, cuando comenzamos a trabajarcon un procedimiento que llamamos Estudio Patobiográfico. Con ese procedimientointentamos comprender la relación que existe entre la enfermedad actual, que el enfermopadece, y la crisis biográfica, igualmente actual, en la cual culmina, en el momento de laconsulta, la biografía del enfermo. En el transcurso de esos treinta años, en los cualesrealizamos unas dos mil quinientas patobiografías, descubrimos que las personas siempreviven para alguien que, frecuentemente, queda representado por más de una persona. Aveces es el padre, a veces la madre; generalmente son los dos, casi siempre con predominiode uno, aunque esto se puede “transferir”. La persona para la cual se vive puede llegar a serel cónyuge, puede llegar a ser un hijo o el conjunto de los amigos del club. Cuandohacemos un viaje y sacamos fotografías, las sacamos fundamentalmente para mostrárselasa alguien. Lo mismo sucede si nos compramos una corbata. Puede tratarse de alguien que,en lugar de ser amado, es considerado como antagonista, como rival o como enemigo. Unopuede comprarse un auto mejor para darle envidia a su cuñado, pero lo importante para eltema que nos ocupa es que, de todas maneras, aunque predomine la hostilidad, uno estácomprando su auto, si bien casi siempre de manera inconciente, en solemne dedicatoria aotra persona.También descubrimos que estamos en un permanente diálogo interior con esa persona“para la cual vivimos”. A veces le decimos que teníamos razón o, sencillamente y conorgullo, “mira lo que hice”. A veces le pedimos perdón, otras nos enojamos con ella. Ysuceden muchas otras cosas, durante las cuales también ponemos palabras en su boca. Perosea cual fuere nuestro diálogo, se trata de un diálogo que no se concluye fácilmente. Nosuele interrumpirse, por ejemplo, con la muerte de la persona a la cual “dedicamos” nuestravida. Hemos visto, además, muchas veces el sufrimiento que proviene de la imposibilidadde encontrar las palabras para continuarlo. Muchos de los deseos que sentimos comonuestros son los deseos que, acerca de nosotros, tiene la persona para la cual vivimos, o seconfiguran precisamente como los deseos opuestos. Es tan frecuente pensar haré “tal cosa”para satisfacción de mi madre, como haré “tal otra” para no darle el gusto.Es obvio que, con el objeto para el cual se vive y con el cual permanentemente se dialoga,no todo es amor, sino que existen conflictos. Una de las características más importantes deesos conflictos radica en que se trata de conflictos con la “autoridad” que establece loscriterios éticos y estéticos. Por este motivo decimos que el objeto al cual dedicamosnuestra vida es, al mismo tiempo, el juez en cuyo tribunal se sustancia nuestro“expediente”, en un trámite que oscila entre la absolución y la condena, esperandosentencia. La experiencia muestra que es muy difícil trasladar nuestro expediente a otrojuzgado. Cuando, por ejemplo, se sufre un abandono que proviene de una persona amada,se lo sufre como una condena que es muy difícil evitar recurriendo al amparo de los juiciosfavorables emitidos por otras personas. Ser maldito o bendito, es decir maldecido obendecido, significa (como la etimología lo evidencia) que la persona a la cual dedico mivida, y cuya autoridad reconozco, habla mal o bien de mí, lo cual sin duda es una fuenteimportantísima de malestar o bienestar. Cuanto sentimiento humano conocemos puede servalorado en relación con las vicisitudes de este diálogo interior que sostenemos con losjueces (nuestros “dioses”) que en nuestros sentimientos profundos reconocemos comocompetentes, aunque argumentemos muchas veces en contra de la legitimidad de susfueros. A veces, obedeciendo en contra de nuestra voluntad, y en búsqueda de la137

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