Otra de las conclusiones surgidas del estudio del significado inconciente de los trastornoshepáticos, expuesta en los términos más breves, planteaba que la vesícula biliar y las víasbiliares se adjudican la representación de los sentimientos de envidia y nos explicanalgunas de sus características, como el hecho de que la envidia se asocie con el color verdey con la amargura de la hiel. Reparemos en que nadie se pone verde de vergüenza nicolorado de envidia. Con esto subrayamos que las funciones corporales determinan lascualidades de los diferentes sentimientos, otorgándole a cada uno de ellos una figura oforma “expresiva”, que es la que produce las distintas sensaciones somáticas que loscaracterizan. Si queremos comprender esto en toda su amplitud, debemos librarnos delprejuicio de que el cuerpo está primero y la psiquis se le agrega después, en la medida enque el feto crece y evoluciona. Debemos también admitir que la fisiología es aquello que,desde otro punto de vista, llamamos “psiquismo inconciente”.Un viejo principio de la fisiología dice que la función hace el órgano. El órgano seconstruye como tal porque funciona. La estructura de los huesos, por ejemplo, es unaespecie de arquitectura que podemos comparar con la manera en que se disponen loshierros de la Torre Eiffel, para recibir ciertas presiones y tensiones, creadas por la fuerzade gravedad o por la acción del viento. Las trabéculas óseas se disponen dentro de unhueso en la forma en que lo hacen, para cumplir mejor y de manera más liviana con lafunción de sostén que un hueso, como el fémur, tiene. Cuando un fémur se fractura y se“suelda” dentro de un yeso que lo mantiene alejado de su función normal, el callo óseo quese forma carece de la adecuada disposición trabecular, de la adecuada “trabazón” queforma normalmente la estructura del fémur. Podemos decir que, si la función fisiológicahace el órgano, es igualmente cierto que el funcionamiento de la psiquis inconciente haceel cuerpo. Otra forma de decirlo sería afirmar que el cuerpo es alma estática “detenida” enel tiempo, alma “congelada” o, con una metáfora vecina, afirmar que si representamos alalma como vapor de agua, el cuerpo es hielo y su funcionamiento agua. Tal como lo haexpresado William Blake, que murió treinta años antes del nacimiento de Freud, notenemos un cuerpo distinto del alma, porque lo que denominamos cuerpo es la parte delalma que se percibe con los cinco sentidos. Análogamente podríamos sostener que notenemos un alma distinta del cuerpo, porque lo que llamamos alma es la cualidad delcuerpo que denominamos vida. Se suele pensar que las emociones “nacen” en la cabeza einfluyen sobre el cuerpo. Estamos, sin embargo, más cerca de la verdad cuando afirmamosque cada una de las emociones que experimentamos es el producto de un comportamientoparticular del cuerpo.Redondeando el tema de este primer capítulo, diremos que las enfermedades del hígadoson dramas típicos y universales que obedecen a un libreto, a un determinado guión. Unacreencia popular sostiene que los que bostezan sufren del hígado. Hace cuarenta años, apartir de la somnolencia y las nauseas que se observan en la insuficiencia hepática, sepretendía explicar el aburrimiento, la somnolencia y las sensaciones de descomposturavecinas a las náuseas que presentaban muchos enfermos aduciendo una “pequeña”insuficiencia hepática que jamás fue demostrada. Cuando estudiamos los significadosinconcientes de esos trastornos, vimos que todos ellos estaban ligados entre sí por supertenencia a un mismo guión, al mismo libreto al cual pertenecían también la náuseaexistencial, la mufa, el humor negro, la drogadicción y la anorexia. Todos estos trastornosse vinculaban, además, con la amargura, un sentimiento de fracaso en el ejercicio de laacción envidiosa que equivale a la vuelta del ataque destructivo contra el propioorganismo.136
La búsqueda de reconocimientoEl segundo capítulo se inició hace ya más de treinta años, cuando comenzamos a trabajarcon un procedimiento que llamamos Estudio Patobiográfico. Con ese procedimientointentamos comprender la relación que existe entre la enfermedad actual, que el enfermopadece, y la crisis biográfica, igualmente actual, en la cual culmina, en el momento de laconsulta, la biografía del enfermo. En el transcurso de esos treinta años, en los cualesrealizamos unas dos mil quinientas patobiografías, descubrimos que las personas siempreviven para alguien que, frecuentemente, queda representado por más de una persona. Aveces es el padre, a veces la madre; generalmente son los dos, casi siempre con predominiode uno, aunque esto se puede “transferir”. La persona para la cual se vive puede llegar a serel cónyuge, puede llegar a ser un hijo o el conjunto de los amigos del club. Cuandohacemos un viaje y sacamos fotografías, las sacamos fundamentalmente para mostrárselasa alguien. Lo mismo sucede si nos compramos una corbata. Puede tratarse de alguien que,en lugar de ser amado, es considerado como antagonista, como rival o como enemigo. Unopuede comprarse un auto mejor para darle envidia a su cuñado, pero lo importante para eltema que nos ocupa es que, de todas maneras, aunque predomine la hostilidad, uno estácomprando su auto, si bien casi siempre de manera inconciente, en solemne dedicatoria aotra persona.También descubrimos que estamos en un permanente diálogo interior con esa persona“para la cual vivimos”. A veces le decimos que teníamos razón o, sencillamente y conorgullo, “mira lo que hice”. A veces le pedimos perdón, otras nos enojamos con ella. Ysuceden muchas otras cosas, durante las cuales también ponemos palabras en su boca. Perosea cual fuere nuestro diálogo, se trata de un diálogo que no se concluye fácilmente. Nosuele interrumpirse, por ejemplo, con la muerte de la persona a la cual “dedicamos” nuestravida. Hemos visto, además, muchas veces el sufrimiento que proviene de la imposibilidadde encontrar las palabras para continuarlo. Muchos de los deseos que sentimos comonuestros son los deseos que, acerca de nosotros, tiene la persona para la cual vivimos, o seconfiguran precisamente como los deseos opuestos. Es tan frecuente pensar haré “tal cosa”para satisfacción de mi madre, como haré “tal otra” para no darle el gusto.Es obvio que, con el objeto para el cual se vive y con el cual permanentemente se dialoga,no todo es amor, sino que existen conflictos. Una de las características más importantes deesos conflictos radica en que se trata de conflictos con la “autoridad” que establece loscriterios éticos y estéticos. Por este motivo decimos que el objeto al cual dedicamosnuestra vida es, al mismo tiempo, el juez en cuyo tribunal se sustancia nuestro“expediente”, en un trámite que oscila entre la absolución y la condena, esperandosentencia. La experiencia muestra que es muy difícil trasladar nuestro expediente a otrojuzgado. Cuando, por ejemplo, se sufre un abandono que proviene de una persona amada,se lo sufre como una condena que es muy difícil evitar recurriendo al amparo de los juiciosfavorables emitidos por otras personas. Ser maldito o bendito, es decir maldecido obendecido, significa (como la etimología lo evidencia) que la persona a la cual dedico mivida, y cuya autoridad reconozco, habla mal o bien de mí, lo cual sin duda es una fuenteimportantísima de malestar o bienestar. Cuanto sentimiento humano conocemos puede servalorado en relación con las vicisitudes de este diálogo interior que sostenemos con losjueces (nuestros “dioses”) que en nuestros sentimientos profundos reconocemos comocompetentes, aunque argumentemos muchas veces en contra de la legitimidad de susfueros. A veces, obedeciendo en contra de nuestra voluntad, y en búsqueda de la137
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