la verdadera educación no consiste simplemente en añadir conocimiento, sino en “conducirhacia fuera” (tal como el origen de la palabra “educar” revela) lo que llevamos dentro, siaceptamos que la verdadera educación actualiza las disposiciones latentes, comprendemosque la cultura, como proceso, en cada ser humano, va desde el alma hacia el espíritu.Frente al espíritu de un pueblo (o de una comunidad tan pequeña como un equipo quecompite en un deporte) podemos individualizar, en mayor o menor grado, un espíritu que“habita” en cada uno de sus integrantes. Es obvio que podemos decir del mismo modo que,junto a la cultura de los pueblos, existe la cultura de los individuos.Naturaleza y culturaNos han acostumbrado a distinguir, ya desde los tiempos de estudiante, entre naturaleza ycultura. Las ciencias mismas han llegado a dividirse (como propuso Dilthey) entre las quese ocupan de la naturaleza y las que se ocupan del espíritu. La palabra “naturaleza”designa, en su sentido primitivo, a lo nacido. La naturaleza de las cosas es, en primerainstancia, su manera de ser, la manera de ser con la cual nacen. Cuando pensamos en losmétodos de las ciencias naturales, como la física, la química y la biología, se nos haceevidente que allí, y por oposición a las ciencias que como la historia, la psicología o lasociología son culturales, la palabra naturaleza adquiere el significado predominante dealgo que se percibe “físicamente” y que evoluciona de un modo determinado pormecanismos que relacionan los efectos con sus causas. Por fin, cuando hablamos de unahistoria natural, o cuando decimos, por ejemplo, que la naturaleza es sabia, la palabra“naturaleza” nos revela, en ese uso, el significado de alguien que “sabe adonde va”,alguien que opera, entonces, con sabiduría, intencionalidad y sentido.La palabra “cultura”, ya lo hemos dicho, proviene del término “cultivo” y lleva implícita laidea de un proceso de transformación, la idea de un oficio artesanal, de un artificio queobra sobre la naturaleza y que obedece a un propósito. Si pensamos en la urbanidad y lacivilización como formas culturales propias de la ciudad (que surgen de la necesidadcreada por una convivencia estrecha que requiere enfriar las pasiones y atemperar losafectos), aceptamos que la cultura se manifiesta en la conducta, en las costumbres y en losmodales, como producto de una “buena educación”. Si pensamos, en cambio, en que lasciencias del espíritu forman parte de la cultura, vemos que la cultura no es sólo la cosechade cualquier conocimiento o experiencia, ni es sólo una modificación en el carácter delindividuo o de la sociedad, sino también una forma de profundizar en el conocimiento delos significados que forman parte del espíritu. Hay pues, también desde este punto de vista,una cultura de la sociedad, pero también una cultura del individuo que se desarrolla, sinduda, a partir de sus disposiciones latentes. Agreguemos, ya que estamos en el punto, unhecho que la observación testimonia: la cultura de la sociedad alcanza más tarde, ygradualmente, el “nivel” que alcanzan dentro de ella algunos individuos ilustres. Sueledecirse entonces que el desarrollo “vertical” que la cultura alcanza en sus representantesmás insignes, siempre precede, y en cierto modo pronostica, el desarrollo “horizontal” dela cultura de la comunidad.A pesar de la insistencia con la cual un sector de la ciencia alega que sólo existe lo que sepuede percibir materialmente, no dudamos acerca de la existencia, en nuestros semejantes,de una conciencia similar a la nuestra. Por motivos análogos, a medida que nos internamosen el conocimiento de la naturaleza, nos aproximamos a los conceptos de sabiduría,62
intencionalidad y sentido que caracterizan a las formaciones del espíritu. Cuando, encambio, a través de ciencias culturales como la historia, la sociología o la psicología, nosinternamos en los dominios del espíritu, lo encontramos “contenido” ya en la constituciónbiológica que forma parte de la naturaleza. Freud decía que en el Ello (la parte instintivainconciente de la mente) se encontraban contenidas las innumerables existencias anterioresdel Yo. Lo cual, en otras palabras, significa que una gran parte de lo que nuestrosantepasados nos han dejado por herencia no lo llevamos realizado en la parte de nosotrosmismos que reconocemos como propia, sino guardado en una especie de archivoinconciente, que contiene las disposiciones que podremos o no podremos desarrollar, y queconstituye los instintos que obran sobre lo que llamamos “yo”. Agreguemos que, según losostiene Freud, existe en nuestra mente otro compartimiento inconciente, también “lleno decosas” no adquiridas como propias: el Superyo, una instancia que nos marca aquello quenos falta para ser un Yo ideal. El Superyo nace del Ello, pero se llena especialmente con loque los padres luego depositan en él. Es necesario tener en cuenta que, cuando nosreferimos al Ello, solemos pensar, en los términos habituales del psicoanálisis, en “un” Elloque, como una especie de compartimento dentro del psiquismo, pertenece a cada uno; perouna consideración más atenta desemboca en la idea de que Ello, sin artículo determinante,es todo aquello que no está en el Yo, y que, por lo tanto, incluye también al espíritu quetrasciende al psiquismo individual, como “psiquismo” del megasistema “transpersonal”, alcual pertenece el individuo. Decimos todo esto ahora porque solemos pensar que el alma secoloca frente a la cultura y al espíritu como lo hace el Yo cuando contempla al Superyo,pero es esencial comprender que una parte importante de la cultura, y por ende del espíritu,proviene de las innumerables existencias anteriores del Yo contenidas en “Ello”, las cuales,precisamente, funcionan como disposiciones latentes. La biología de nuestra época, quecontempla las distintas formas de la vida unidas en una inmensa trama ecosistémica, noslleva a reconocer, por la fuerza de los hechos, que encontramos cada vez más natura en lacultura y más cultura en la natura.El valor espiritual de la culturaCuando decimos que en la cultura hay natura es porque vemos en ella, en la cultura, eldesarrollo de nuestras disposiciones naturales heredadas. Cuando decimos que en la naturahay cultura es porque comprendemos que nuestra vida instintiva contiene la cultura denuestros antepasados remotos. La cultura se manifiesta, de este modo, como ingenioancestral, inmanente, en la función de un órgano natural, como, por ejemplo, el riñón.Desde este mismo punto de vista la natura se revela como instrumento de latrascendencia, en el desarrollo de una capacidad que, como es el caso del lenguaje,constituye un órgano cultural. Aceptar una tal imbricación entre naturaleza y culturano implica, por supuesto, desconocer las diferencias que a veces, en primera y superficialinstancia, existen entre los fines del individuo y los de la sociedad.Hemos visto ya que, así como hay una cultura del individuo, hay también una naturalezade la sociedad. Las formas sociales conforman una especie de “nicho” que, a la manera deun nicho ecológico, sostiene la vida. De modo que la forma social puede ser contempladacomo una organización natural cuyas leyes, como sucede, por ejemplo, con “las leyes” delhormiguero, aunque privilegien muchas veces a la comunidad, que configura unmegasistema, sostienen la vida de sus integrantes. Reconocemos, al mismo tiempo, que lavocación de trascendencia, presente en los individuos de nuestra especie homo sapiens,alcanza, como sucede con la vocación maternal, el valor de un “órgano cultural” puesto63
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