malentendido. Ese desencuentro, sin embargo, puede ser contemplado desde la forma“cerebral” de la paradoja o desde la forma “hepática” de la falacia. El terreno de laparadoja se alcanza cuando un ciudadano, un empleado o un hijo “obedece” la letra de unaley “a reglamento” traicionando su espíritu. Por supuesto que la paradoja, como mostrómuy bien Gödel, no se resuelve dentro del sistema en el cual ha sido creada. Cuando nopodemos cortar el nudo gordiano y pasar por encima de la paradoja, quedamos atrapadosen ese desencuentro. En cuanto a la falacia que encontramos en el desencuentro, existe endos formas esenciales. Una, que mora en los confines de lo inevitable, es un error quesurge de la existencia de un límite en la capacidad de conocer que cada uno alcanza. Setrata de un límite que puede ser desplazado, pero que no se puede anular. La otra,tendenciosa o intencional, es una “mentira” que surge de nuestra necesidad de deformaruna verdad a los fines de satisfacer un deseo. En ambos casos, y más allá de su valorpositivo o negativo, se trata de un conocimiento que está siendo usado en el vivir actual, ypor esta razón pragmática, por el hecho de que la falacia, sea error o sea mentira, seconstruye a los fines de “hacer algo” con ella, suele ser el hígado, vinculadosimbólicamente a los procesos de materialización, el que la representa.Encontramos un ejemplo claro de estas tres formas del desencuentro humano en elComplejo de Edipo, que corresponde a una situación que está muy bien narrada en laleyenda de Sófocles. Dicho en dos palabras y de una manera extremadamente esquemática:el niño desea genitalmente a su madre y siente que su padre se opone a la realización de sudeseo, por lo cual, ambivalentemente, no sólo lo ama, sino que también lo odia, hasta elpunto de que, en la fantasía por lo menos, se llega a la realización del parricidio o delfilicidio. El niño crece dentro de esta situación triangular que denominamos edípica, y alcrecer se encuentra con que necesita identificarse con el padre, a quien ama y a quien, porrivalidad, también odia. Refiriéndose a esa situación, Freud escribió que el niño recibe unmensaje contradictorio, una paradoja: “debes ser como tu padre, pero al mismo tiempo nodebes ser como tu padre, no debes hacer todo lo que él hace, porque te está prohibidoacostarte con tu madre”. Pero la paradoja se deshace si descubrimos la falacia que lasustenta. Aparentemente, el padre tiene un privilegio sobre el hijo: él se acuesta con lamadre y el hijo no. Pero en realidad no es así, la mujer no es, por su función, “la misma”,es la madre del hijo, pero no es la madre del padre. Esto, volviendo sobre la frase de Freudque citamos antes, se podría expresar mejor de este modo: “tú no debes acostarte con tumadre, así como yo, tu padre, no me he acostado con la mía”. La falacia de Edipo, que seconfigura como un malentendido trágico, radica en confundir a una mujer materialmentepresente, que desde ese punto de vista material “es la misma”, con una mujer que, desde elpunto de vista psíquico o histórico, no cumple la misma función con el padre que con elhijo y, por lo tanto, “no es la misma”. Reparemos entonces en que el supuesto privilegiodel padre es falso, y la identificación puede, sin duda, ser completa. Más aún, precisamenteuna identificación completa con el padre que no ha cometido el incesto conduce a que elhijo no lo cometa. Para salir de esa falacia hemos tenido que “profundizar” en nuestropensamiento, enriqueciendo nuestro sistema simbólico, ampliando su significado yorganizándolo en un orden jerárquico. Lo que llamamos progreso, crecimiento,maduración, evolución, desarrollo de la inteligencia, transformación y cambio, con o sinayuda de la psicoterapia que puede catalizar el proceso, marcha en esa dirección.¿Qué papel desempeña entonces habitualmente el malentendido en la interlocución? Setrata de un papel que deviene transparente cuando contemplamos las mejores formas de lapsicoterapia. El malentendido funciona habitualmente como una forma de resistirse a uncambio, y esa resistencia suele ser, a su vez, el producto de un malentendido, pero es112
necesario tener en cuenta que la resistencia no siempre funciona ocasionando un perjuicio.Resistir, como consistir, desistir e insistir, son formas diferentes de existir que no sonbuenas ni malas en sí mismas ¿Cuándo y hasta dónde es necesario cambiar? Es difícilsaberlo. Hemos aprendido, en principio, a defender lo que somos. Y esto no puede ser vistoa priori como si fuera un defecto. Nadie concurre a la cirugía estética para que cambiecompletamente su fisonomía, sólo pretende en principio, retocar un poco su nariz.El malentendido, contemplado desde los postulados del psicoanálisis, parece ser elequivalente metahistórico de lo que metapsicológicamente llamamos “resistencia” o“represión”. Las dos maneras clásicas de la resistencia, vistas desde la metapsicologíafreudiana, son la contrainvestidura y el retiro de la investidura preconsciente. Esto,traducido desde la jerga de una profesión al lenguaje de la vida cotidiana, consiste, en elprimer caso, en usar una idea para tapar a otra, y en el segundo, equivale a un “retiro decolaboración”, a una especie de mala voluntad para admitir un idea diferente, ya que, unavez constituidos los hábitos del “club” que conforma nuestra conciencia, nada puede entraren ella si no es por mediación de un “socio presentante” que a ella pertenece y que opereposibilitando el trámite. El malentendido se sustenta entonces en el error o en la mentira yesta última depende, mucho más que el primero, de lo que se suele llamar una “malavoluntad”. Vale la pena señalar, sin embargo, que no siempre es así, porque hay mentirasque, como la que llamamos “piadosa”, más allá de que funcionen bien o de que funcionenmal, pueden llegar a nacer como producto de una buena voluntad. Lo cierto es que lamentira suele atribuirse a un acto de la voluntad, mientras que el error, en cambio, seatribuye predominantemente a un límite inevitable, y cosecha, además, el mérito de ser laúnica vía del aprendizaje, ya que los procesos exitosos tienden a repetirse sin modificaciónalguna. Nos falta todavía agregar una cuestión esencial. Oímos decir muchas veces que unadificultad ha quedado por fin comprendida, pero que no se sabe qué hacer. Finalicemosnuestro viaje por los territorios del malentendido diciendo que la falacia que hemos echadopor la puerta se nos ha vuelto a introducir por la ventana, porque cuando de veras seentiende, ya se sabe qué hacer.113
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