caminamos o comemos, por el solo hecho de vivir, es cierto que podemos hacer todas esascosas mal, o hacerlas mejor sin necesidad de dedicarles la vida por entero. La opiniónpolítica no sólo se ejerce con el voto, sino que, se quiera o no se quiera, se expresa en losmil detalles del diario convivir y se expresa también en la manera de vivir. Justamentepor esto, en la medida en que se ejerce de manera responsable, debe ejercerse con todos loscuidados de las acciones públicas, porque si bien es cierto que la libertad es un valor,debemos recordar que, como ocurre con el derecho, nuestra libertad termina dondeempieza la libertad de los demás.Por último, nos queda claro que las normas sociales, que rigen (junto con los valoresmorales) el encuadre de nuestra convivencia, normas que una vez fueron pensadas en laactualidad de una urgencia y cuyo sentido nuestra conciencia hoy ignora, configuran,cuando funcionan exitosamente, los tiempos de bonanza. Pero los tiempos de crisis, en loscuales las normas no alcanzan o funcionan mal, exigen que la conciencia recupere elsentido olvidado que fundamenta la norma social y lo exponga, con plena responsabilidad,a la tarea de un pensamiento crítico. Cuando la crisis es personal no se trata de una laborsencilla, y exige, además, determinación y valentía. Cuando, como sucede en nuestros días,la crisis, agravada por el desarrollo tecnológico, alcanza al consenso colectivo, todaprudencia es poca, ya que nos encontramos, de pronto, hollando el terreno de los espíritusexcepcionales. No podemos menos que recordar la frase que inspiró el título de un libro deBateson: “Los necios caminan sin cuidado por donde los ángeles no se atreven a pisar”.60
LA CULTURA Y LOS VALORESLa cultura como producto y como procesoLa definición de lo que significa la palabra “cultura” es muy amplia. Aprendemos deldiccionario que una cultura es un cultivo, y también que se constituye como un conjunto deconocimientos, de modos de vida, de costumbres y de desarrollos, en campos o enambientes tan diversos como el arte, la ciencia, la industria o la vida ciudadana. Unconjunto que puede ser propio de una época tanto como de un grupo social. Sin embargo esevidente que un conjunto, de conocimientos por ejemplo, no basta, por el solo hecho de“juntarse”, para constituir una cultura. Suele decirse que cultura es lo que queda cuandouno se ha olvidado lo que ha aprendido, y comprendemos que esta última definición, queabandona la prudencia y se refugia en el humor, nos sugiere que, en todo lo que se refiere ala cultura, la idea de cultivo, que supone dedicación y cuidado, es esencial. La cultura es undesarrollo, el producto de un proceso que, como el cultivo, proviene de un propósito que laorienta en una determinada dirección, un propósito que en ella se refleja y que laparticulariza, permitiéndonos comprender sus orígenes y su sentido.Nuestra convivencia con nuestros semejantes no sólo se realiza en cuerpo y alma, nuestrotrato con los otros nos revela también la existencia de un espíritu. Hablamos del espíritu deuna ley, del espíritu de una época o del espíritu de un pueblo, y también de una dimensión,de un territorio, de una forma de la vida que configura una existencia espiritual. Perocuando queremos definir lo que entendemos por espíritu nos encontramos con una cuestiónque no es sencilla. Lo que leemos en el diccionario (el de la Real Academia, por ejemplo)nos ayuda poco, porque nos indica el significado del término en distintas acepciones sinofrecernos una idea clara de lo que esos diversos significados comparten. Tres medulosaspáginas del Diccionario de filosofía, de Ferrater Mora, no mejoran sustancialmente lacuestión. Para los fines que nos ocupan y sin ánimo de definirlo de manera precisa, nosbastará con decir que el espíritu consiste, o se revela, en lo que un conjunto de almastienen en común. Un ejemplo, banal y concreto, nos acercará al meollo de lo que queremossubrayar. Si en un diálogo con otra persona le cuento un drama que estoy viviendo en larelación con mis hijos, en mi matrimonio o en mi trabajo, mi discurso, en la medida en queexpresa la tribulación que padezco como una aflicción particular que es mía, será unamanifestación de mi alma. Si logro, en cambio, universalizar el tema hasta el punto en quemi interlocutor puede reconocer en lo que digo sus propias aflicciones, mis palabras habránincursionado en los dominios de lo espiritual. Así, desde este punto de vista, cuando,“pensando en mí”, digo algo de lo que me pasa, estoy hablando de lo que ocurre en mialma (aunque hable de mi dolor de estómago), mientras que cuando lo hago teniendo encuenta lo que suele sucederle a “uno”, lo que digo alude o compromete al espíritu que nosmancomuna. Si contemplamos al espíritu de este modo, y dado que las cuestiones a lascuales la cultura se refiere trascienden los límites de un individuo humano, se nos haceevidente la relación que existe entre la cultura y el espíritu.Agreguemos por fin que la cultura, como proceso, es también educación. Si aceptamos que61
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