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Fundación Luis Chiozza

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solamente extraemos, para reforzar argumentos, el trozo de la hoja que, según lo quepreferimos creer, nos conviene más. Así, cuando un matrimonio se separa, por ejemplo,suele ocurrir que una misma heladera conste, en los libros que cada uno “lleva” connaturalidad inconciente, asentada como una pertenencia propia, aunque en la realidad delmundo no exista la posibilidad de multiplicarla por dos. Mayores son los peligros de esacontabilidad que no cierra cuando se refiere a cuestiones complejas que involucran valoresespirituales que son cualitativos, como sucede, por ejemplo, con “mi hijo” en los logros y“tu hijo” en los fracasos, o cuando me atribuyo los méritos y te atribuyo los defectos deltrabajo que hicimos en colaboración (muchas veces para tapar mi creencia de que esprecisamente al revés). Llegamos de este modo a la conclusión de que examinarperiódicamente, con espíritu de veracidad, la contabilidad que “en silencio” llevamos y,más aún, procurar contrastarla con la que el otro lleva, poseen una enorme importancia enla salud de un vínculo y evitan los sinsabores que muy frecuentemente se dan, más tarde omás temprano, con especial virulencia, en las convivencias íntimas.Entre los libretos argumentales que sustentan los criterios de nuestra contabilidad, hayalgunos que provocan discrepancias clásicas. Mientras un marido piensa, por ejemplo, quesu mujer debe contribuir sustancialmente a la manutención del hogar y ocuparse, además,de las tareas domésticas, la mujer puede pensar que corresponde al marido solventar todoslos gastos de la casa en la cual conviven. Ella sólo debe solventar con su trabajo, si quiere,algunos gastos personales y, en cuanto a las tareas domésticas, piensa que las deberíanrealizar ambos alternadamente. Entre padres e hijos encontramos similares discrepanciasde libreto. Mientras que algunos progenitores piensan que los hijos deben ayudar al padreen su trabajo y acompañar a la madre tanto cuanto ambos padres necesiten, algunos hijosque no se sienten adultos piensan que los padres les deben casa, comida, vestimenta,atención personal, atención de su salud, servicio de cuarto y de lavandería, más algúndinero para gastos, durante todo el tiempo que sea necesario. De más esta decir que lasdiscrepancias de libreto no son el producto de ingeniosas construcciones personales,algunas provienen, en esencia, de la educación infantil y otras se nutren en las distintasasignaciones de valores que caracterizan nuestra época. La ubicuidad actual de talesdiscrepancias tiende a convertir el escenario donde la convivencia transcurre en procura deuna mayor intimidad, en un verdadero campo de trabajo cotidiano que se parece, por sucaracterística de lidiar contra los prejuicios y los hábitos, a lo que sucede en unentrenamiento. Podría resumirse en una frase que se oye frecuentemente: “hay queaprender a convivir”.La forma en que los amigos se pierdenNo cabe duda de que, si de aprender a convivir se trata, no es un asunto sencillo. La solaenunciación de la frase y su comienzo, “hay que”, revelan el intento de una resignaciónque se acompaña de una cierta penuria. Cuando hay muy buenos motivos que apoyan lapersistencia de una convivencia estrecha particular y, al mismo tiempo, se piensa que hayque aprender a convivir, es porque abundan las circunstancias en que esa convivenciairrita. Si pensamos en un matrimonio, por ejemplo, que ha llegado a ese punto,observaremos que uno de los primeros intentos del “aprendizaje” surge de un propósitoloable: buscaré aproximarme a tu modo de vivir mientras que tú procurarás aproximarte almío. Sin embargo, cuando esto no conduce a una verdadera transformación de los estilos,suele ingresar en el territorio de una compensación: tú me acompañarás a ver elespectáculo que yo disfruto y a ti no te interesa, y luego yo haré lo mismo por ti, en la162

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