en los programas que la computadora es capaz de interpretar, sino también en la manera enque se han creado sus circuitos. Para decirlo en los términos actuales: el software estátambién en el hardware, es decir que en la construcción física de la máquina también “hay”un programa. Esto, que es evidente en la computadora, vale en realidad para el caso decualquier tipo de máquina. Una máquina como el molino o como el reloj se hallaconstituida por partes físicas que se relacionan, mecánicamente, de tal modo que cada unode sus movimientos puede ser visto como el efecto de una causa, pero esto no quita que loque constituye a la máquina, a su razón de ser, a su propósito, implícito en sufuncionamiento, no es algo inherente a su constitución física, sino a la idea que determinala relación entre sus partes. Esto, que es cierto para la locomotora, es también cierto para elriñón del mamífero. Con esto estamos diciendo que la construcción anatómica del hombretiene un significado semejante a la construcción de los circuitos de una máquina que sirvea un propósito. Cuando examinamos la disposición del tejido que constituye un riñón,comprendemos que la organización de su estructura se explica en virtud de la función querealiza. Pero la función de un riñón está al servicio de una finalidad, cumple con unpropósito, y un propósito es algo que no cabe en un modelo físico del mundo. Nos hemosformado en la idea de que los organismos biológicos son entes fisicoquímicos que, un buendía, empiezan a funcionar psíquicamente, pero si aceptamos que la vida psíquica, en sumayor parte inconciente, se define por el significado y no por la conciencia, toda estructurabiológica que sirve a un propósito es, al mismo tiempo que física, un “ente” psíquico.Podemos concluir en que no existe un cuerpo que viva sin alma, porque la función (queexplica, además, la forma del cuerpo y la intimidad de su estructura orgánica) lo convierteen el cuerpo animado que consideramos vivo. Tal como lo expresara William Blake,llamamos cuerpo a la parte del alma que se percibe con los cinco sentidos y llamamos alma(nos vemos forzados a agregar) al sentido que, en su doble significado de sensibilidad eintención, caracteriza y “anima” a los cuerpos vivos. Tal vez se dirá que de este modovolvemos al concepto aristotélico de entelequia, del cual se ha dicho que es metafísico,vago y completamente alejado de las ocupaciones de la ciencia, pero de acuerdo con lo queargumenta impecablemente Sheldrake, lo mismo podría decirse, como concepto, delprograma genético que determina la forma de un organismo y la de cada una de sus partes,concepto en el cual, inevitablemente, se apoya la biología actual.San Agustín se cuestionaba en sus Confesiones: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lopregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo a quien lo pregunta, no lo sé”. Algo similarocurre con la relación entre el alma y el cuerpo. Cuando masticamos un caramelo no nospreguntamos jamás si lo masticamos con el alma o con el cuerpo, así como tampoco nospreguntamos, cuando estrechamos la mano de un amigo, si nos relacionamos con su alma ocon su cuerpo. El rayo siempre precede al trueno, y esto nos lleva a pensar, casi sin darnoscuenta, que el rayo produce el trueno, pero ambos fenómenos, uno visual y otro auditivo,nacen al mismo tiempo de un fenómeno electromagnético que llega con velocidadesdistintas a nuestros ojos y oídos. Análogamente podemos decir que el cuerpo no produce elalma y que el alma no produce el cuerpo. Diremos entonces que el cuerpo es la parte delalma que se ve y que se toca, y que el alma, tanto en la salud como en la enfermedad, es laparte de las funciones vitales del cuerpo que se comprende, empáticamente, comosensibilidad y como intención.Los destinos del dramaVistos desde el punto de vista que más nos interesa, y como ya lo hemos dicho, nuestros84
dramas tienen tres destinos. El primero consiste en evolucionar concientemente y ocurrecuando, inmersos en un drama, lo enfrentamos e intentamos resolverlo, aceptando,mediante un proceso de duelo, lo que no tiene remedio, y remediando con esfuerzo, dentrode la realidad, lo que puede ser remediado. Hay otras situaciones en las cuales sentimosque se nos acaban los recursos y las fuerzas para resolver un drama que no podemossoportar. Intentamos entonces comportarnos como si el drama no existiera, o como si suexistencia no nos importara. Se trata de una conducta en la cual el consenso nos apoya conlos consejos habituales que ya hemos mencionado: “olvídalo”, “piensa en otra cosa”, “nole des importancia”. A veces conseguimos eso y, al menos momentáneamente, no pasanada malo. Se configura de este modo el segundo de los destinos de un drama. En nuestrajerga psicoanalítica se suele hablar entonces de una represión exitosa, aunque es frecuenteque, más tarde o más temprano, las cosas empeoren, ya que los dramas “desatendidos”, queentretienen parte de nuestras fuerzas en el proceso de mantenerlos reprimidos, terminanpor producir complicaciones cuando la vida nos impone otros esfuerzos. El tercer destinode un drama nos enfrenta en cambio con una situación distinta. Hay dramas que, cuandonos comportamos con ellos como si no existieran, o como si no importaran, vuelven bajouna forma nueva, y nos obligan a “vivir con eso”. Una de esas formas nuevas en la que losdramas vuelven es la que percibimos como una enfermedad del cuerpo. Nos encontramosentonces con un drama distinto, el drama que deriva de nuestro cuerpo enfermo. Tapandode ese modo el drama original y, victimas del nuevo drama que la enfermedad configura,permanecemos encerrados en ese laberinto y en sus consecuencias, porque hemos perdidoel hilo que vincula el drama primitivo con la enfermedad que hoy nos aqueja. Podemosdecir entonces que la enfermedad del cuerpo es una historia, un afecto, un drama en elalma, que se ha ocultado allí, en el cuerpo, y que se nos presenta, ahora, escondido en eldisfraz que le otorga una cara inesperada y nueva.Cuando estudiamos los distintos dramas como otras tantas vicisitudes de los afectos queocultan, llegamos a descubrir que tenemos distintos recursos para cambiar la carátula de undrama. Si sentimos, por ejemplo, un temor y un odio insoportable por una determinadapersona a quien también amamos, podemos dirigir los sentimientos hostiles en unadirección distinta de aquella que en realidad los motiva. Habremos de este modosolucionado un conflicto, pero pagando el precio de experimentar afectos que la realidadno justifica, como los que configuran el trastorno que denominamos fobia. Otro modo decambiar la carátula de un drama es vivir en la irrealidad de una creencia pensando que nossatisface más de lo que puede hacerlo la realidad penosa. Cuando nos comportamos comosi los dramas no existieran, tratamos de ver la realidad “con otros ojos”, y cuando estollega a un punto extremo, nos encontramos con otra forma conocida de la enfermedad quese llama “psicosis”, caracterizada psiquiátricamente como un trastorno del juicio derealidad. Por fin, como hemos dicho antes, también podemos por ejemplo transformar eltemor en una taquicardia o en una diarrea. Entre los innumerables encubrimientossomáticos de los afectos, la diarrea es uno de los más transparentes, como lo testimonia lapalabra “cagazo”, que el lenguaje popular utiliza.Es fácil darse cuenta de que, cuando un enfermo se alivia o se cura sin recuperar el dramaprimitivo que la enfermedad ocultaba, corre el riesgo de quedar expuesto a otrosdesenlaces equivalentes de carácter penoso y aun perjudicial: pleitos, accidentes de trabajo,quiebras comerciales, divorcios o, sencillamente, el alta, por ejemplo, en el consultorio degastroenterología seguida por el ingreso en el consultorio del cardiólogo. No suele haberconciencia en el paciente, ni en el entorno, de que el nuevo padecimiento es un preciopagado por el haber resuelto precipitadamente el anterior. Podríamos decir, entonces, que85
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