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Fundación Luis Chiozza

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concluir entonces que una pareja debería constituirse con alguna forma de contrato en elcual se contemple la mayoría de las vicisitudes posibles? Evidentemente no es posible,pero admitamos que una cosa es ignorar cuál será la posición que adoptará el consortefrente a una determinada circunstancia de la vida, y otra cosa, muy distinta, es saberlo ynegarle su importancia, con la esperanza torpe de que llegado el momento se logrará torcersu voluntad.Cuando dos personas que están cerca miran en una misma dirección, ambos ven casi lomismo; si en cambio se miran mutuamente, sus campos de visión difieren mucho. En loscomienzos de todo matrimonio, cuando hay mucho por hacer en la construcción de unfuturo compartido, no es tan difícil coincidir en proyectos comunes, apuntando la miradahacia un mismo panorama. En la edad media de la vida, cuando los hijos que crecen inicianel camino de transferir sus intereses a la constitución de sus propias familias, los cónyuges,que (mal o bien) ya han realizado sus proyectos de antaño, se quedan frente a frente,inmersos en la tarea, muchas veces dificultosa, de reencontrar un proyecto en común. Enesa misma época el vínculo de los cónyuges con sus propios padres, que se dirigen hacia elfinal de sus vidas, genera, en ambos, cambios importantes que surgen asociados con unanueva intensidad en la identificación con sus progenitores. Nacen así necesidades nuevasque conducen muy frecuentemente a una crisis del vínculo matrimonial. Cuando losintegrantes de una pareja se eligen, en la juventud, para constituir una familia, están lejosde prever las circunstancias y las situaciones que les tocará vivir. Por mejor concebido quehaya sido el contrato que han suscripto, seguramente sentirán mañana que los que firmaronfueron otros. Dos elementos contribuyen sin embargo para facilitar el logro: el primero esque se elijan, intuitivamente, por una cierta armonía en sus estilos; el segundo es que eltiempo de convivencia que los jóvenes tienen por delante conforme sus hábitos en manerasacordes. Sin embargo, sea cual fuere la discrepancia entre los estilos de los dos integrantesde una pareja, el hábito civilizado de respetar un “encuadre” del vínculo (dentro de las“buenas maneras” que las costumbres han depositado en el corpus social y que laeducación trasmite de padres a hijos) facilita la tolerancia y “da tiempo” al proceso delimar asperezas y construir acuerdos.El matrimonio incluye, como decíamos antes, distintas funciones. Es una empresaindustrial y comercial, es una escuela, una sociedad amistosa y el lugar en el cual se ejercela genitalidad. Todas estas funciones pueden compensarse, unas con otras, en el valor y enla eficacia con la cual cada uno de los cónyuges las desempeña. Es necesario tener encuenta sin embargo que la actividad genital de la pareja suele ser una de las funciones quemás difícilmente se compensa, ya que perdura, en el ánimo de cada uno de los cónyuges, elsignificado primero de la unión erótica que constituyó el fundamento que dio origen a lasociedad matrimonial.Las dificultades genitalesLas dificultades genitales intensifican los sentimientos de celos acercándolospeligrosamente al límite de lo tolerable para la continuidad del vínculo, ya que si elmatrimonio es, como hemos dicho, una unión bicorporal y tripersonal, es esencial para quelos celos se gestionen de una manera tolerable que el tercero “derrotado” no sea uno de loscónyuges. Es cierto que los celos pueden surgir en los otros ámbitos en que un parejafunciona, y especialmente frente a los vínculos que cada uno de ellos mantiene con su22

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