manifiesta el íntimo desgarramiento de la empatía que constituye la dificultad de ser juez,surge recién en la necesidad de la sentencia que procura disminuir un perjuicio, o evitar elpeligro de un perjuicio mayor, en el campo habitado por los intereses contrastantes de lasdistintas personas que viven en una sociedad. Un índice inequívoco de la dificultad quetoda sentencia lleva implícita lo constituye el hecho de que la palabra “perjuicio”signifique en su origen un exceso judicial.En el ámbito de una familia la madre funciona a veces como el fiscal acusador que preparael expediente para que cuando llegue el padre funcione como juez, y la situación no essencilla, porque no siempre coincide, en el ánimo de ambos progenitores, la magnitud o lacualidad que se atribuye al presunto delito. Pero ésta constituye sólo una de lasinnumerables escenas; otras veces será el padre quien asuma una posición crítica severamientras que la madre se opondrá a la sentencia disculpando al hijo que llevó en susentrañas y que amamantó.Conviene, dicho sea de paso, aclarar que las funciones del ser padre y del ser madre sonespecíficas y diferentes hasta llegar al extremo en que algunas de ellas pueden serintransferibles. La gestación dentro del útero es un ejemplo indiscutible y evidente de unafunción que no puede ser transferida al otro sexo. Sin embargo, la gran mayoría de lasfunciones paternales y maternales pueden ser asumidas por ambos progenitores en mezclasde proporciones diferentes, y de hecho lo son frecuentemente, muchas veces para bien yotras con repercusiones negativas.Reparemos en que la función del juez forma una parte inevitable de la autoridad paterna, omaterna, pero que la autoridad de ambos padres no se limita a esa función. Una de lasgraves dificultades de nuestra época consiste en que, de tanto confundir la autoridad con elautoritarismo, nuestro concepto de autoridad se desdibuja. La autoridad es una cualidad,una capacidad que acerca de una especial materia posee el que ha sido muchas veces suautor, y precisamente esa capacidad que le confiere su experiencia determina su cualidadde ser “el que sabe” cómo se hace ese particular asunto. En ese sentido, los progenitores,ante los hijos pequeños, son siempre autoridad. Qué duda cabe de que ambos son o hansido autores de la mayoría de las cosas que un niño tiene que aprender. Tampoco cabeduda de que, a medida que los hijos crecen, los progenitores que auténticamente nopretenden saber lo que no saben conservan mejor su autoridad.Reparemos también en que los padres sólo disponen, frente a los hijos, de la autoridad quelos hijos les confieren, y que los hijos no se la confieren por obra y gracia de la imposiciónde los padres, sino como consecuencia de dos circunstancias fundamentales. La primerasurge de la natural tendencia del niño a idealizar a los padres, tal vez como un producto dela necesidad de sentirse protegido. De manera que los progenitores serán, en el comienzo,en la época en que “mi papá le gana a tu papá”, autoridad en todo. La segunda derivadirectamente del modo en que los hijos han experimentado la convivencia con susprogenitores. Si bien puede decirse que un niño al principio necesita revestir a sus padrescon una autoridad idealizada, no es menos cierto que necesita ir descubriendo,paulatinamente, cuáles son las materias en que no la tienen. Si la idealización se mantienedurante mucho tiempo como producto de un engaño, el niño se daña gravemente. Es ésteprecisamente el punto en el cual aquellos padres que no son auténticos y responsables conrespecto a su solvencia producen hijos con defectos de carácter tales como la desconfianza,32
la vanidad, la mendacidad o la hipocresía.Ver que sus padres fracasan, se equivocan o sufren una derrota suele producir en los hijosmiedo y desconcierto. La falla de una supuesta potencia infalible es sentida algunas vecescomo una profunda y dolorosa humillación, cuyos efectos se agravan si el niño percibe ointuye que sus padres mienten o disimulan para disminuir la importancia de lo que hasucedido. Por el contrario, la manera en que los padres enfrentan auténticamente suspropios sentimientos frente al fracaso, la equivocación o la derrota puede ser para un niñola fuente de un valioso aprendizaje y la muestra de una nueva “autoridad” que le devuelveel respeto hacia sus padres.La transmisión de la experienciaOímos siempre decir que la experiencia es intransmisible, pero si la experiencia no fueratransmisible el mundo no progresaría, y deberíamos forzosamente cometer de nuevo losmismos errores que cometieron nuestros antepasados. Es cierto que algo de esto sucede,pero también es cierto que, a pesar de la verdad contenida en la frase de Goethe: “lo mejorque de la vida has aprendido no se lo puedes enseñar a los jóvenes”, algo de lo vividopuede ser enseñado y puede ser aprendido. Todo depende de una suficiente coincidencia enel punto de partida. En un escrito anterior decíamos: “Cuando el dedo que señala tieneéxito en la tarea de indicar una presencia, es porque se comparte la idea de aquello que hayque ver. La mayoría de las veces esa idea es un sobreentendido. Los sobreentendidos nuncason explícitos; por eso, cuando no coinciden, en lugar de ingresar en una discrepancialegítima, ingresamos en un malentendido”.Caben muy pocas dudas acerca de que este asunto de la transmisión de la experiencia es untema clave en la relación entre padres e hijos. Si admitimos que su posibilidad depende,como ya hemos dicho, de una suficiente coincidencia en el punto de partida, llegamos a laconclusión de que la relación de aprendizaje entre padres e hijos se interrumpe cuando losconflictos afectivos que surgen en la convivencia conducen a radicalizar las posiciones departida.La edad en la cual los hijos ingresan normalmente en lo que se suele llamar “un rebelde sincausa” es la adolescencia. Es la etapa de la vida en la cual se desarrolla la rivalidad comouna parte saludable y necesaria del desarrollo evolutivo que se da, en su forma típica, entreun hijo o una hija y el progenitor del mismo sexo. La esencia de la rivalidad reside en lalucha de dos personas por la posesión exclusiva de un bien determinado que, en primerainstancia, es “tener razón” y, en última instancia, consiste en el amor de una tercerapersona. Importa comprender, sin embargo, que cuando se trata de lo que ocurre entre losadolescentes y sus padres, el interés en sostener una discrepancia y experimentar lo queentonces sucede es mucho más importante que el tema o argumento sobre el cual sediscrepa.Vale la pena recordar en este punto lo que dijimos, a partir de Winnicott, acerca del padreque no debe dejarse ganar cuando juega al ajedrez con su hijo. La autenticidad y el fairplay de los padres, en las discusiones con sus hijos adolescentes, son absolutamenteesenciales, ya que las cuestiones que se discuten nunca son banales en su significado y33
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