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Fundación Luis Chiozza

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la vanidad, la mendacidad o la hipocresía.Ver que sus padres fracasan, se equivocan o sufren una derrota suele producir en los hijosmiedo y desconcierto. La falla de una supuesta potencia infalible es sentida algunas vecescomo una profunda y dolorosa humillación, cuyos efectos se agravan si el niño percibe ointuye que sus padres mienten o disimulan para disminuir la importancia de lo que hasucedido. Por el contrario, la manera en que los padres enfrentan auténticamente suspropios sentimientos frente al fracaso, la equivocación o la derrota puede ser para un niñola fuente de un valioso aprendizaje y la muestra de una nueva “autoridad” que le devuelveel respeto hacia sus padres.La transmisión de la experienciaOímos siempre decir que la experiencia es intransmisible, pero si la experiencia no fueratransmisible el mundo no progresaría, y deberíamos forzosamente cometer de nuevo losmismos errores que cometieron nuestros antepasados. Es cierto que algo de esto sucede,pero también es cierto que, a pesar de la verdad contenida en la frase de Goethe: “lo mejorque de la vida has aprendido no se lo puedes enseñar a los jóvenes”, algo de lo vividopuede ser enseñado y puede ser aprendido. Todo depende de una suficiente coincidencia enel punto de partida. En un escrito anterior decíamos: “Cuando el dedo que señala tieneéxito en la tarea de indicar una presencia, es porque se comparte la idea de aquello que hayque ver. La mayoría de las veces esa idea es un sobreentendido. Los sobreentendidos nuncason explícitos; por eso, cuando no coinciden, en lugar de ingresar en una discrepancialegítima, ingresamos en un malentendido”.Caben muy pocas dudas acerca de que este asunto de la transmisión de la experiencia es untema clave en la relación entre padres e hijos. Si admitimos que su posibilidad depende,como ya hemos dicho, de una suficiente coincidencia en el punto de partida, llegamos a laconclusión de que la relación de aprendizaje entre padres e hijos se interrumpe cuando losconflictos afectivos que surgen en la convivencia conducen a radicalizar las posiciones departida.La edad en la cual los hijos ingresan normalmente en lo que se suele llamar “un rebelde sincausa” es la adolescencia. Es la etapa de la vida en la cual se desarrolla la rivalidad comouna parte saludable y necesaria del desarrollo evolutivo que se da, en su forma típica, entreun hijo o una hija y el progenitor del mismo sexo. La esencia de la rivalidad reside en lalucha de dos personas por la posesión exclusiva de un bien determinado que, en primerainstancia, es “tener razón” y, en última instancia, consiste en el amor de una tercerapersona. Importa comprender, sin embargo, que cuando se trata de lo que ocurre entre losadolescentes y sus padres, el interés en sostener una discrepancia y experimentar lo queentonces sucede es mucho más importante que el tema o argumento sobre el cual sediscrepa.Vale la pena recordar en este punto lo que dijimos, a partir de Winnicott, acerca del padreque no debe dejarse ganar cuando juega al ajedrez con su hijo. La autenticidad y el fairplay de los padres, en las discusiones con sus hijos adolescentes, son absolutamenteesenciales, ya que las cuestiones que se discuten nunca son banales en su significado y33

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