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Fundación Luis Chiozza

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coincide, en aproximación grosera, con lo que en nuestro lenguaje popular sueledenominarse “el indio”, aludiendo a los impulsos salvajes e indomables; el Superyo, encambio, representa en el mundo interno de cada cual a la autoridad de los padres comorepresentantes, a su vez, de los valores morales y de las normas que rigen en la sociedadcivilizada a la cual pertenecemos. A pesar de lo que suele ser consensual en los ámbitos delpsicoanálisis, parece adecuado pensar que lo que funciona como Ello no es una posesiónindividual, que no disponemos de un Ello para cada Yo y que convendría abandonar lacostumbre que nos lleva a hablar de “el Ello” en lugar de decir “Ello”, sin un artículo quelo determine. En cuanto al Superyo no pueden caber dudas de que en gran medida “debe”ser compartido, ya que, como acabamos de decir, se constituye en relación estrecha con lasnormas morales que rigen en una sociedad. Luego de lo que hemos dicho acerca de lasociedad como un corpus normativo que el Superyo representa, sólo falta agregar que esecorpus no habita en un solo hombre, sino que se distribuye en la gente y en los productosculturales de la humanidad.Comencemos por decir entonces que Ello, la fuente impersonal de las pulsiones de vida yde muerte, me ama y me odia como lo hace con los otros. Digamos también que es lafuente del amor y del odio que, desde cada uno de nosotros, se dirige hacia los demás. Nosólo es necesario el amor que, desde Ello, nos aproxima y mancomuna, sino también elodio que nos discrimina y distancia. Ambos tejen la red compleja de una existenciaconjunta, de un megasistema al cual pertenecemos y “para” el cual funcionamos, como susórganos, sin tener acerca de Ello más que una conciencia esporádica que, además, suele serparcial y confusa. No se trata entonces de que el Yo, desde su altura, hunde sus raíces enun Ello inferior que es la morada de los instintos bajos, mientras contempla embelesado yculpable un “Yosuper”, que constituye su ideal. Ello es, muy por el contrario, todo lo queno soy yo, y en ese todo incluyo, sin lugar a dudas, el universo entero, cuya “red” es unplexo que se manifiesta en mi conciencia, humana y “yoica”, como una com-plejidadinabarcable que alcanza su colmo en la per-plejidad. El ideal, entonces, es en principiouna “idea” que también a Ello pertenece, y el Superyo (como señala Freud) nace, ante elYo, como un representante de Ello. Diremos (aproximándonos a lo que plantea DavidBohm en su teoría del orden implícito) que todas estas identidades o “instancias” (“Yo”,“el Superyo”, “los objetos” que establecemos como “cosas” de nuestro entorno, y la mismarealidad que percibimos) son figuras fantasmales de diversa duración, que a partir de Ellose hacen y deshacen, como las olas, los remolinos y las gotas de espuma se forman en elmar.Urbanidad y políticaCabe preguntarse ahora: entonces, ¿qué? ¿Acaso pierde nuestra vida por eso, por ser unaefímera gota de espuma en la existencia del mar, su importancia y su responsabilidad?Entendemos que no, porque el sentimiento de responsabilidad, la importancia y el valorque asignamos a la vida que vivimos, inexorablemente “nuestra”, son sentimientosfuertes que, como tales, son anteriores, son primordiales y, en aparente paradoja, soninmunes a los pensamientos que, acerca de nuestra insignificancia, esos mismossentimientos motivan. Kant nos hace saber que, cuando se conmovía frente a la magnituddel cielo estrellado, lo conmovía con igual intensidad su sentimiento del deber. ¿Qué es loque nos dejan en la mano, entonces, las reflexiones que, como las de David Bohm, laciencia de nuestros días metódica y cuidadosamente explora? En primer lugar,reconozcamos que el individualismo egoísta es el producto de una negación ilusoria y58

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