coincide, en aproximación grosera, con lo que en nuestro lenguaje popular sueledenominarse “el indio”, aludiendo a los impulsos salvajes e indomables; el Superyo, encambio, representa en el mundo interno de cada cual a la autoridad de los padres comorepresentantes, a su vez, de los valores morales y de las normas que rigen en la sociedadcivilizada a la cual pertenecemos. A pesar de lo que suele ser consensual en los ámbitos delpsicoanálisis, parece adecuado pensar que lo que funciona como Ello no es una posesiónindividual, que no disponemos de un Ello para cada Yo y que convendría abandonar lacostumbre que nos lleva a hablar de “el Ello” en lugar de decir “Ello”, sin un artículo quelo determine. En cuanto al Superyo no pueden caber dudas de que en gran medida “debe”ser compartido, ya que, como acabamos de decir, se constituye en relación estrecha con lasnormas morales que rigen en una sociedad. Luego de lo que hemos dicho acerca de lasociedad como un corpus normativo que el Superyo representa, sólo falta agregar que esecorpus no habita en un solo hombre, sino que se distribuye en la gente y en los productosculturales de la humanidad.Comencemos por decir entonces que Ello, la fuente impersonal de las pulsiones de vida yde muerte, me ama y me odia como lo hace con los otros. Digamos también que es lafuente del amor y del odio que, desde cada uno de nosotros, se dirige hacia los demás. Nosólo es necesario el amor que, desde Ello, nos aproxima y mancomuna, sino también elodio que nos discrimina y distancia. Ambos tejen la red compleja de una existenciaconjunta, de un megasistema al cual pertenecemos y “para” el cual funcionamos, como susórganos, sin tener acerca de Ello más que una conciencia esporádica que, además, suele serparcial y confusa. No se trata entonces de que el Yo, desde su altura, hunde sus raíces enun Ello inferior que es la morada de los instintos bajos, mientras contempla embelesado yculpable un “Yosuper”, que constituye su ideal. Ello es, muy por el contrario, todo lo queno soy yo, y en ese todo incluyo, sin lugar a dudas, el universo entero, cuya “red” es unplexo que se manifiesta en mi conciencia, humana y “yoica”, como una com-plejidadinabarcable que alcanza su colmo en la per-plejidad. El ideal, entonces, es en principiouna “idea” que también a Ello pertenece, y el Superyo (como señala Freud) nace, ante elYo, como un representante de Ello. Diremos (aproximándonos a lo que plantea DavidBohm en su teoría del orden implícito) que todas estas identidades o “instancias” (“Yo”,“el Superyo”, “los objetos” que establecemos como “cosas” de nuestro entorno, y la mismarealidad que percibimos) son figuras fantasmales de diversa duración, que a partir de Ellose hacen y deshacen, como las olas, los remolinos y las gotas de espuma se forman en elmar.Urbanidad y políticaCabe preguntarse ahora: entonces, ¿qué? ¿Acaso pierde nuestra vida por eso, por ser unaefímera gota de espuma en la existencia del mar, su importancia y su responsabilidad?Entendemos que no, porque el sentimiento de responsabilidad, la importancia y el valorque asignamos a la vida que vivimos, inexorablemente “nuestra”, son sentimientosfuertes que, como tales, son anteriores, son primordiales y, en aparente paradoja, soninmunes a los pensamientos que, acerca de nuestra insignificancia, esos mismossentimientos motivan. Kant nos hace saber que, cuando se conmovía frente a la magnituddel cielo estrellado, lo conmovía con igual intensidad su sentimiento del deber. ¿Qué es loque nos dejan en la mano, entonces, las reflexiones que, como las de David Bohm, laciencia de nuestros días metódica y cuidadosamente explora? En primer lugar,reconozcamos que el individualismo egoísta es el producto de una negación ilusoria y58
dañina. Así como los organismos unicelulares, que tienden a la forma esférica, cuando sejuntan en un organismo pluricelular adquieren las facetas del poliedro, nuestraconvivencia, que es inevitable, inevitablemente nos conforma. Conformarnos no significaúnicamente renunciar a nuestra forma, sino también procurar que nuestra forma participeen una forma nueva combinándose con la forma ajena. Si en nuestro entorno los otros,que necesitamos y buscamos, existen como tales, es decir, como otros diferentes a lo quellamamos “yo”, debemos reconocer que convivir “contigo” es así, sin remedio, vivir “endiferencia”, en una diferencia recíproca que te afecta como me afecta a mí, admitiendoque la más importante diferencia, más allá de la común unidad en la conformación deuna pareja, de una amistad o de una comunidad “social”, surge, como incomprensión ysoledad, porque la conciencia de cada uno es inaccesible a la conciencia ajena. Si laconvivencia limita nuestra forma, que es también nuestra manera, no debemos ver esalimitación, inexorable, como una pura frustración, ya que así como la resistencia delaire es precisamente lo que sostiene al aeroplano en vuelo, tu incomprensión es lo queme diferencia, constituye la peculiaridad de mi persona y, casi diría, mi razón de ser.Ortega señala que la cultura ha sido siempre un aprovechamiento de los inconvenientes.Freud supo apoyarse en la resistencia y en la transferencia del paciente, convirtiéndolas enclaves del tratamiento psicoanalítico. Racker transformó las dificultades en lacontratransferencia del psicoanalista en un instrumento técnico privilegiado. La cortesía ylos buenos modales, que nacen de la educación urbana, son precisamente el encuadre conel cual, desde nuestra soledad insoslayable, tendemos un puente de amistad sobre lainevitable incomprensión que nos separa.En segundo lugar, pero no menos importante, admitamos que convivir no sólo implicatener en cuenta la existencia del prójimo, al cual inevitablemente asistimos de buena o demala manera, sino que además implica participar siempre, ignorándolo o a sabiendas, en lapolítica, ya que no hacer política es, también, una forma de la política. Aclaremos que lapolítica, más allá de lo que se suele querer decir con esa palabra en nuestros días, esprimordialmente la actividad que se sostiene en la polis, es decir, en la ciudad. En esesentido primordial de vida urbana, de actividad cívica, la política engendra y sostiene a lasociedad, contribuyendo a consolidar una opinión pública que comienza por adquirirconsenso y finaliza por establecerse como una norma social vigente. Así como en elorganismo humano “individual” hay una función metabólica que, por ejemplo, generaglucógeno, y otra inmunológica, que custodia la identidad, en el megasistema convivencialy social surgen actividades que, como en el caso de la cortesía, de la asistencia ajena, de lapolicía o de la política, forman parte del funcionamiento que lo sostiene. Agreguemos aesto lo que hoy se nos revela con una claridad que cada vez es mayor, que convivir no sóloincluye participar en el ecosistema de la vida toda, sino también en la ecología del planetaque habitamos.Creo que es una perturbación de nuestra época el no tener conciencia de que, cuando “nohacemos” política, estamos “usando” una política inconciente, la cual por ser inconcientese sustrae a nuestro examen, permitiéndonos de este modo sostener opiniones pueriles oincoherentes, irresponsables, que llegan a veces hasta el extremo representado por el choferde taxi que piensa, de buena fe, que si gobernara 24 horas arreglaría la situación de su país.Cuando “no hacemos política”, estamos integrándonos en una política que ya está hecha,como el científico que “no hace filosofía” puede estar usando un esquema de pensamientoanacrónico que quedó fijado en el realismo griego o en el dualismo cartesiano pronunciadoen 1637. No se trata de que para formar parte de una opinión pública responsable seanecesario dedicarse a la política, pero dado que hacemos política inevitablemente, como59
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Sobre los modos del decirEste tema
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