tendríamos que conformarnos con una idea muy pobre acerca de lo que realmente es unperro. Dado que esta experiencia, acerca de la insuficiencia de algunas definiciones, escotidiana dentro de nuestra profesión, omitiremos definir la angustia y nos conformaremoscon decir que, cuando hablamos de la angustia, nos referimos a la que todos conocemos ydenominamos de la misma manera. Es posible suponer que durante el pasaje por el canaldel parto se experimente una sensación de angostura, de tener que pasar a través de unestrecho brete sin saber qué es lo que sucederá. Como dijimos antes, tanto Freud comoRank pensaron que el modelo prototípico que configura lo que llamamos angustia surgedel trauma del nacimiento. En situaciones en las cuales la vida nos enfrenta con unasensación de amenaza y con la ignorancia de lo que nos espera, se reactivarán entonces ennosotros las sensaciones “corporales” que hemos experimentado al nacer y acerca de lascuales conservamos una “huella”.¿Estamos afirmando entonces que un feto siente? ¿Que tiene memoria? ¿Que tiene vidamental? ¿Que tiene algún tipo de conciencia? Hace cincuenta años esto se discutíaencarnizadamente entre los psicoanalistas. Pero esto no debe extrañarnos, porque hasta nohace mucho tiempo se les punzaban las orejas a las niñas recién nacidas pensando que aesa edad “no les duele”. Hoy, luego de las ecografías que se hacen frecuentemente a lasmujeres embarazadas, y que nos permiten ver un feto animado por movimientos“expresivos”, los mismos argumentos de entonces acerca de la existencia del psiquismofetal adquieren una fuerza mucho mayor, reclutan más adeptos y no suscitan ya losrechazos encarnizados de antaño.Como hemos dicho antes, la angustia es un afecto prototípico, un afecto fundamental, un“último” determinante, pero hay muchos afectos que generan conflictos y producenangustia. Para evitar la angustia recurrimos a distintos procesos, uno de ellos, por ejemplo,es negar la realidad que nos produce angustia, refugiándonos en una fantasía placenteracuyo extremo ingresa en lo que denominamos “locura”. Otro es tratar de disminuir laimportancia de los hechos, de acuerdo con el consejo que se oye a menudo: “no pienses eneso, no le des importancia, olvídalo”. También, a veces en lugar de experimentar el afectoconflictivo frente a una persona de la cual se depende, o frente a una persona muy querida,se “transfiere” ese afecto sobre otra cuya significancia es menor. Es posible pelearse con laesposa en lugar de hacerlo con el jefe, o descargar la hostilidad sobre el perro o sobre lapuerta del automóvil en lugar de agredir a la mujer que se ama. Hay, por fin, otra formaque hemos estudiado mucho, y de la cual no nos ocuparemos ahora, que es transformar losafectos en enfermedades del cuerpo. La cuestión fundamental radica en habernos dadocuenta de que todo lo que podamos llamar importante, todo lo que tiene significado o,mejor aún, significancia (que es la importancia del significado), tiene que ver, en última yfundamental instancia, con los afectos. El estudio de los afectos conduce al tema del valor,sea ético o estético, y al tema de la moral. Los afectos van recuperando, cada vez más, unlugar fundamental dentro de todo tipo de psicología. Las ciencias cognitivas, por ejemplo,que han empezado por centrar sus intereses en estudiar los pensamientos, se han vistoobligadas a ocuparse de la importancia de los afectos.Hay afectos agudos, como el enojo, los celos y la envidia, que nos acometen en unmomento dado y de los cuales nos desprendemos minutos u horas después, pero tambiénhay afectos crónicos, afectos que se arraigan hasta llegar a configurar el carácter. Elresentimiento o la amargura, por ejemplo, suelen ser afectos crónicos. No es lo mismodecir que una persona sufre una crisis, un “ataque”, de celos, o de envidia, que decir que es134
celosa o envidiosa. No se trata en este último caso de un afecto agudo, sino de un “estado”afectivo que configura una manera de vivir la vida. Se suele decir que cuando uno selevanta todas las mañanas con algún problema nuevo tiene un problema chico, y quecuando se levanta todas las mañanas con el mismo problema tiene un problema grande.Esto que la sabiduría popular afirma vale para el caso de los afectos crónicos, que“impregnan” a toda la persona. La angustia se presenta, muchas veces, en las situacionesque describimos como “desperdicio” de la vida. Ese sentimiento de desperdiciar la vida nosuele ser una cuestión aguda que nos acomete un sábado a la tarde (o, mejor aún, eldomingo por la tarde, ya que el sábado suele ser el día de la esperanza y el domingo a latarde el día de la desilusión). El sentimiento crónico de desperdiciar la vida nos hace sentirfrecuentemente en un callejón sin salida y, cuando nos produce angustia, es obvio que estaangustia no es entonces la causa de ese sentimiento, sino su consecuencia. Cuando nossentimos en un callejón sin salida, es natural pensar que se reaviven en nosotros lasantiguas experiencias (perinatales) que vivimos en el momento de nacer y que entoncesreaccionemos, frente a esta “reconocida” situación de callejón sin salida, con la figura“corporal” de las sensaciones que llamamos “angustia”. El sentimiento crónico dedesperdiciar la vida, y la angustia que frecuentemente lo acompaña, no alcanzan, sinembargo, para comprender las situaciones en las cuales el desgano predomina.Intentaremos esclarecer mejor este tema relatando, en cuatro capítulos, una pequeñahistoria.El aburrimiento, la amargura y la descomposturaEl primer capítulo tiene que ver con las conclusiones a las cuales llegamos hace yacuarenta años, cuando estudiamos las enfermedades del hígado en una época en queestaban “de moda”. Era frecuente entonces que los médicos hablaran de la existencia de“pequeñas” insuficiencias hepáticas. Hay un momento de la vida en el cual la función demamar es tan importante como para que, “tiñendo” toda la vida mental, se convierta en lacaracterística principal de esa etapa que, en nuestra jerga psicoanalítica, y por ese motivo,se llama “primacía oral”. En los dibujos animados, los leones, concebidos desde unaprimacía oral, tienen la boca grande y el cuerpo pequeño. Investigando en el significadoinconciente de los trastornos hepáticos llegamos a la conclusión de que, por lo menos en unperíodo de la vida fetal, la función del hígado es lo suficientemente importante como paraque la vida mental se configure alrededor de una primacía hepática. De acuerdo con lasleyes que rigen los procesos de representación inconciente el hígado se adjudica larepresentación de aquellas funciones en las cuales interviene de una manera preponderante.Representa entonces a la función de tomar, a través de la placenta, los “materiales”, losalimentos que le ofrece la madre, y usarlos para materializar las formas heredadas cuya“receta” operativa (hoy diríamos algoritmo), presente en el embrión, determina que, demanera maravillosa y en un plazo asombrosamente corto, una célula se transforme en unbebé. (Aclaremos, de paso, que Sheldrake no diría que los algoritmos operativos quegeneran las formas orgánicas a partir de una célula primitiva están presentes en el embrión,sino que son propios de un campo morfogenético que el embrión “capta”, como la antenade un circuito sintonizador capta la música que una emisora de radio ha “puesto en elaire”.) De modo que, así como la boca (aunque no comemos sólo con la boca) setransforma en el representante de la actividad de comer, el hígado se constituye en elrepresentante privilegiado de la función de materializar las “formas” heredadas y, porextensión, todo cuanto constituya un proyecto en la vida del adulto.135
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FORMAR PAREJADosEl número dos inau
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