UNOEl camino de los sueñosDiscépolo afirma que “uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueñosprometieron a sus ansias”, y uno se siente conmovido por esa frase que condensa, en tanpocas palabras, un significado tan rico. Uno busca, no se limita a esperar, y lo hace “llenode esperanzas”, dado que, como dice el proverbio, “la esperanza es lo último que sepierde”, y si uno hubiera perdido la esperanza habría dejado de buscar. Sorprende encambio que lo que uno busca sea un camino. Hubiéramos dicho que buscamos cosas. Sinembargo es cierto que, tal como lo ha escrito Porchia, “las cosas, unas conducen a otras,son como caminos, y son como caminos que sólo conducen a otros caminos”. No se trata,por último, de cualquier camino, sino precisamente de aquel que los sueños nos hicieroncreer que era posible. Los sueños cumplen el cometido de presentarnos, realizados,nuestros buenos o malos propósitos, aquellos que, desde el fondo del alma, conformannuestras ansias.La sabiduría popular no ignora que es en los sueños donde algo se le ocurre a uno porprimera vez, por eso se suele decir: “esto no se me hubiera ocurrido ni en sueños”. CuandoCalderón de la Barca afirma que la vida es sueño, agrega: “y los sueños, sueños son”, paraque uno no se olvide de que existe esa contrapartida que se llama realidad, y comprendaque la mayor parte de la vida se vive, casi sin que uno se de cuenta, en un sueño que no serealiza. Fue Prometeo, con su tormento hepático, el primero en distinguir entre los sueños,según lo expresa Esquilo, los que han de convertirse en realidad. Tal como lo afirmaPróspero, estamos hechos de la sustancia de los sueños, pero la realidad, como el estrechoorificio de una aguja, deja pasar un sólo sueño cada vez, por eso Paul Valéry hace decir asu Sócrates: “he nacido siendo muchos y he muerto siendo uno solo”.El territorio del alma donde uno es unoEn los tiempos que corren, en los cuales todo el mundo se apresura por demostrar que nopretende inferiorizar a la mujer, hay una fuerte presión en EE.UU., para que cada vez queuno se refiera a “he”, en sentido genérico, se escriba “he/she”, de acuerdo con lo cual, ennuestro idioma, deberíamos escribir “él/ella” y “uno/una”, o tal vez, como escribió una vezVargas Llosa humorísticamente, history/herstory. ¿Pero cómo podría evitarse la sospechade parcialidad frente al hecho inevitable de que siempre una de las dos palabras precederáa la otra? La cosa mueve a risa, porque si se eligiera alternar el orden de precedencia encada uso del cacofónico binomio, igualmente habría que decidir cuál se pondrá delante laprimera vez. Escribamos entonces “uno”, ya que es innecesario recurrir a un artificio burdopara disipar una supuesta sospecha de desvalorización del sexo femenino, cuando el textoentero de una obra permite establecer un juicio fundamentado en parámetros mejores.Al lado de lo que designamos con la palabra “uno”, existo yo, existes tú, y existe él8
(también nosotros, vosotros y ellos). Cuando digo “yo” me siento diferente a todos, ycuando digo “tú” es porque te encuentro ahora, diferente a mí, y dado el hecho de que estáspresente, no necesito declarar tu sexo en el pronombre con que te designo. En ese entonces,en el cual te hablo así, tú y yo no somos “uno”. Cuando no estoy contigo, cuando te busco,te evito o te recuerdo, cuando me refiero a ti y estás ausente, te pienso como “él” o como“ella” y allí tampoco somos “uno”. Él, o ella, son la imagen o el modelo con el cual tebusqué o te buscaré, te evité o te evitaré, te reconocí o te reconoceré. Tú, como yo,configuras el presente; él o ella, ahora ausentes, pertenecen a un presente que fue, o queserá, un presente que es pasado o es futuro en nuestra hora actual.Somos “típicos”, por eso cuando Discépolo dice “uno”, nos representa a todos en lamedida en que cada uno es semejante a otro. Esa posibilidad de ser “uno” en la diversidad,nuestra “universidad”, es lo que nos hace universales, como si fuéramos un dispositivo deuso múltiple, que puede ser conectado con aparatos de distintas marcas. Aunque cada unoes una pieza única, irreproducible en su original combinatoria de virtudes y defectos, es,hasta cierto punto y por fortuna, intercambiable. Por eso, aunque algún día uno se muere,“el mundo sigue andando”.Tanto tú como yo somos entonces “uno”, y también él, o ella, en quienes uno piensa. Poreso en la medida en que uno se comunica se “une”, se siente parte de una comunidad de“unos” comunes, que son “como uno”; y en la medida en que no lo logra, se siente aisladoy solo. Por eso también, cuando uno piensa en “uno” (el “uno” para quien fue escrito estelibro) uno no tiene edad, porque lleva dentro el recuerdo del niño que fue (aunque todavíasea niño) y también el fantasma del viejo que mañana será (aunque ya sea viejo). En esemomento uno no tiene estado civil, ni profesión, ni sexo; nada que lo individualice, porquecuando uno dice “uno”, uno se mueve en el territorio del alma en el cual uno siente lo quesiente el otro. Es conmovedor encontrarse con un semejante o, para decirlo mejor, que unose encuentre con uno en el otro, pero es grato hasta un cierto punto, porque también hayorgullo y autoestima en el hecho de sentirse distinto. Cuando uno se siente aislado y solo,se siente único y excepcional, original e irremplazable. Uno sufre por sentirseincomprendido, pero no corre el riesgo de ser intercambiable ni de quedar disuelto, demanera anónima, en el conjunto de una comunidad que, muchas veces, ni siquiera parecereconocer la particular manera de ser que cada uno tiene.Acompañado y soloUno puede estar físicamente solo y sentirse sin embargo acompañado. Suele ser así cuandouno está en paz consigo mismo, es decir, en paz con las personas con las cuales unoconstruyó su propia historia. El nene que juega en la arena de la plaza se sienteacompañado por la madre que lo mira sentada en un banco, a varios metros de distancia.Como decía un viejo gallego, amigo de mi padre, es bueno estar solo, pero “llevándosebien”. “Llevarse bien” consigo mismo es llevar dentro del alma esa mirada de sonrientebeneplácito cuya complacencia es el fundamento esencial de toda compañía. También escierto entonces que uno puede sentirse solo mientras está con alguien o, peor aún, rodeadode gente. Benedeto Croce decía, según señala Ortega, que un “pesado”, un “latoso”, es elque nos priva de la soledad sin hacernos compañía. Una cosa es “estar solo” comoRobinson Crusoe y otra “sentirse solo” en el medio de una multitud. Hemos aprendido,desde el psicoanálisis, que cuando nos sentimos solos nos sentimos siempre abandonados9
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