meta hacia la cual apuntamos nuestra vida. Es común que enfrentemos esos malestarescomo si se tratara de “problemas”, pero hemos aprendido que los sufrimientos duraderosno son simples problemas. Problemas son las cuestiones que nos plantean la necesidad deuna solución intelectual, pero el malestar al cual nos referimos, íntimamente vinculado conafectos reprimidos, muy pocas veces puede resolverse mediante el pensamiento racional. Amenudo el intentarlo desemboca inútilmente en un “dolor de cabeza”, ya que,simplificando un poco y expresándonos de manera metafórica, podemos decir que lacabeza “late” y duele cuando intentamos que funcione como si fuera un corazón. Laesperanza de liberarnos del malestar a través de una decisión meditada desconoce el hechode que las mejores “decisiones” de nuestra vida suelen surgir como producto de un procesoque se resuelve en la sombra y que casi nunca se experimenta como una decisiónvoluntaria. Detrás de las decisiones difíciles, que rayan lo imposible, frecuentemente seesconde la intención de no verse obligado a comenzar un duelo por algo queinevitablemente hay que re-signar, lo cual no sólo constituye una renuncia, sino tambiénun “cambio del signo” inherente a su significación.Agreguemos que lo que Freud nos enseñó acerca de los actos fallidos se nos revela hoymuchísimo más amplio de lo que habíamos sospechado. No sólo se trata de que nuestrasequivocaciones representen el éxito de propósitos que concientemente ignoramos y que seimponen por su fuerza a la intención voluntaria, hay algo más. Desde Freud sabemos quelos actos fallidos, los actos de término erróneo, pueden contaminar diversas accionesvoluntarias, pero si tomamos un vaso de agua y comenzamos a toser, el acto perturbadoincluye funciones vegetativas que están más lejos de la conciencia que aquellas quepertenecen a lo que suele llamarse la “vida de relación”. ¿Podemos continuar “haciaadentro” e interpretar del mismo modo un espasmo del esófago o de las vías biliares en elproceso de ingerir o de digerir una comida? ¿Podemos pensar que esa función alterada esun acto fallido en el cual los dos propósitos, no sólo el perturbador sino también elperturbado, son inconcientes? La investigación psicoanalítica de algunos trastornos queconfiguran síntomas comunes en enfermedades bien conocidas ha confirmadorepetidamente que dentro de los propósitos que pertenecen a la vida vegetativa tambiénpodemos reconocer el conflicto de intereses que configura los actos fallidos.Una nueva imagen del hombreCuando un cirujano en el quirófano explora el abdomen del paciente y procura extraerle loscálculos que encuentra en sus vías biliares, suele acompañar su exploración visual con otrasimultánea realizada con los rayos x. En ese caso el cirujano contempla dos imágenes de lavesícula biliar: una es la que ve y la que toca en el abdomen abierto, y otra es la queobserva en la pantalla de radioscopía, cuya apariencia es muy diferente, tan diferente comopara que haya que “aprender a ver” una vesícula en las formas visuales de una pantalla deradioscopía. Pensamos que la vesícula que está en el abdomen es la vesícula real y que lavesícula que se ve en la pantalla es un producto artificial, una representación construidapor medio de los rayos x de la vesícula real que se ve y que se toca en el abdomen, pero unfísico no pensaría así. Él diría que la vesícula que percibimos visualmente en la radioscopíaes el producto de un primer proceso por el cual la pantalla registra la modificación que lavesícula real produce en la trayectoria de los rayos x, mientras que la que percibimosvisualmente en el abdomen es el producto directo de los rayos luminosos que la vesícularefleja. La única diferencia es que una es una representación indirecta e inhabitual,mientras que la otra es una representación directa y habitual. La vesícula que en el82
abdomen vemos tampoco es la vesícula real, ya que todo lo que vemos es el producto delencuentro entre los medios perceptivos y las cosas reales. No sólo el color, sino también laforma de una célula que observamos mediante el microscopio, dependen de cuál sea el“reactivo” que la transforma en visible. Nos damos cuenta entonces de que lo quellamamos “mundo real”, el mundo físico, no es más real que ese otro mundo, el mundopsíquico, que no se percibe “directamente” con los mismos órganos. Por eso preferimosdecir que nuestra conciencia tiene dos ventanas: una ventana por donde entran laspercepciones que se organizan en una imagen física del mundo y otra ventana por dondeentran las sensaciones que utilizamos para otorgar una significancia a los recuerdos queconstituyen la historia.Imaginemos ahora, en un mundo hipotético, un ingeniero en electrónica que ignora queexisten las computadoras. También ignora cuanto se refiere al juego de ajedrez e ignorainclusive la existencia de un juego que lleva ese nombre. Imaginemos también que ha sidoencerrado e incomunicado en una celda, sin más compañía que sus instrumentos de trabajoy una computadora exclusivamente diseñada para jugar al ajedrez. Es posible que decidieraexplorar el artefacto que le ha sido otorgado, y que su exploración lo llevara a desarmarcuidadosamente el aparato. El primer resultado de su investigación (que podríamos,comparativamente, llamar “anatómica”) lo llevaría muy probablemente a establecer loslugares en los cuales el aparato puede ser separado en partes que se pueden volver a reunir.Es posible que luego, armándolo y poniéndolo en funcionamiento, realizara unainvestigación distinta (a la cual, prosiguiendo con la comparación, llamaríamos ahora“neurofisiológica”), que le permitiera descubrir cosas tales como que la pantalla se apagacuando se interrumpe una conexión, o que cuando desconecta otras estructuras, que sellaman bancos de memoria, no puede recuperar algunos signos en el monitor. También esposible que se le ocurra medir (diríamos ahora “electroencefalográficamente”) el voltaje oel miliamperaje en distintos puntos del circuito y en los diferentes momentos en que lamáquina funciona. Habiendo llegado a este punto el ingeniero ha logrado aprender muchosobre la máquina que explora. Lo comprueba el hecho de que si el artefacto se dañara, élpodría tal vez repararlo. Podría, por ejemplo reparando un cable, volver a conectar elmotherboard y el teclado. Sin embargo todavía ignora para qué sirve la máquina y por quéha sido creada. No sabe cuál es el sentido (o el significado) de su existencia. Tampocopuede entender (como a veces le sucede a un médico) por qué, aunque su exploración y susinstrumentos no registran anormalidades, la maquina se atasca, se “cuelga”, y no funcionamás. Pero nuestro ingeniero, en su celda, dispone de mucho tiempo y carece casicompletamente de una solicitación exterior. Lo podemos imaginar jugando con losdiversos comandos de la computadora que “físicamente” exploró, y suponer que un díacomenzará a observar una relación entre los cambios de la pantalla y las teclas que oprime,llegando a generar combinaciones de signos en el monitor. También es posible quedescubra que estas combinaciones de signos son “jeroglíficos” que representantransformaciones en el estado de algo que el ingeniero todavía ignora. Seguramentedescubrirá pronto que hay combinaciones que la máquina no permite y entenderá por fin(“psicológica o psicoanalíticamente”) que, sin ninguna alteración física visible, la máquinase atasque cuando insiste en mover una torre como si fuera un alfil. Habrá descubiertoentonces que hay reglas (que corresponderían, por ejemplo, a las normas “morales”), quehay movidas legales y otras ilegales, y así, tal vez, y luego de mucho tiempo, descubriríaque existe el ajedrez, y hasta llegaría, quizás, a establecer los criterios (éticos y estéticos)que caracterizan una buena y una mala partida.Sabemos que los significados que habitan el mundo de la informática no residen solamente83
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