clemencia, nos sentimos finalmente defraudados. Otras veces, resentidos, “trabajamos areglamento”, cuando, en íntima rebeldía, fingimos “cumplir” con los mandatos aceptandolas reglas pero traicionando su espíritu.Forma parte de este segundo capítulo, aprendido durante el estudio de las patobiografías, elhaber comprendido la importancia fundamental que posee la sonrisa. Freud sostenía que elorigen del gesto que denominamos sonrisa se encuentra en la relajación de los músculos dela mejilla que experimenta el bebé luego que se ha satisfecho en el acto de mamar. Lasmujeres que han convivido esa experiencia desde su posición de madres apoyarán sin dudami argumento de que esa sonrisa del bebé se parece, quizás más que cualquier otra cosa enel mundo, a lo que denominamos “bendición”. Pero además, cuando el bebé sonríe, lamadre, bendecida por esa sonrisa, también sonríe y, por obra de esa sonrisa de la madre, esahora el bebé el que resulta bendito. Lamentablemente, esta forma de compartir el placer,esta forma de complacer, no siempre progresa de manera armoniosa. Muchas veces, porinnumerables razones que tienen que ver con la historia que cada vida acumula, en lugar dela sonrisa aparecerá la “mala cara” y, cuando se trata de la mala cara que la madre “pone”frente a su bebé en esos tiernos años en que se moldea el carácter, se tratará de una malacara que lo perseguirá toda la vida. Digamos mejor que “nos” perseguirá, porque se tratade una condición que, en alguna medida, forma una circunstancia inevitable de todas lasvidas. Así nacen otras calamidades, como las sonrisas de cortesía, que no pasan de la boca,que no involucran a los ojos, y que no convencen a nadie. Se trata de sonrisas que seofrecen como moneda de cambio en lugar de la verdadera sonrisa, completamente“gratuita”, que proviene del bienestar y engendra bienestar. La sonrisa que enriquece alque la recibe sin empobrecer al que la da. Toda la vida buscaremos esa sonrisa genuinaque alguna vez recibimos y otra vez perdimos, opuesta a la mala cara tanto como a lasonrisa superficial y “educada”. Quizás el acento puesto en la sonrisa de la Gioconda tengaque ver con estas experiencias profundas que todos llevamos dentro y que se manifiestatambién en esa gesta, en cierto modo trágica, que llamamos “búsqueda dereconocimiento”.Pero en qué consiste ese reconocimiento que tanto se busca sino en el testimonio, otorgadopor las personas que nos importan, de que realmente les importa lo que somos yhacemos, y lo bendicen. Dado que las personas, que en nuestra jerga psicoanalíticallamamos “objetos”, y que son objeto de nuestros afectos, “operan” a través de distintastransferencias de unos objetos sobre otros, en general lo único que conseguimos cuandobuscamos el reconocimiento es encontrarlo, una y otra vez, tan insuficiente como sentimosinsuficiente la bendición “original” del objeto para el cual vivimos. Esto da lugar, en laconvivencia humana, a dos sentimientos. Desde un lado será “nunca me reconocen”, ydesde el otro “haga yo lo que haga, él nunca se sentirá reconocido”.Durante la realización de las patobiografías surgió cada vez con mayor claridad, ladiferencia entre la soledad de Robinson Crusoe en su isla y la de un sujeto que se sientesolo en Nueva York, en el día de Navidad, rodeado de extraños. Se nos hizo evidenteentonces que lo que se suele llamar soledad corresponde al sentimiento de estar solo dealguien, de ese alguien para el cual vivimos, que tiene nuestro expediente, que nosabandona y que es el único que nos podría dar la bendición. La búsqueda de la sonrisa queexpresa el reconocimiento alude entonces también a la diferencia entre lo familiar y loextraño que estudiamos en relación con los trastornos de la inmunidad. El valor asignado ala diferencia entre lo familiar y lo extraño transforma la discriminación en una situación138
negativa y temida que se aproxima a la fobia. Estar rodeado de extraños es estar, pues,abandonado por lo familiar, representante de una familiaridad que no proviene de lafamilia, sino que, por el contrario, la precede y la engendra. El objeto para el cual se vive,de más está decirlo, es siempre en el fondo un objeto familiar; los otros son extraños, losotros no tienen nuestro expediente y por más que estén dispuestos a firmar que nosabsuelven de culpa y cargo, su sentencia no opera en nuestro ánimo más que, a lo sumo,como un salvoconducto provisorio. Los extraños no nos funcionan como jueces, sino que,en el mejor de los casos, queremos que declaren a nuestro favor como testigos. Tambiénnos dimos cuenta de que cuando un bebé extraña a la mamá es porque “ve” su ausencia enla presencia de otra persona extraña y que esta homologación entre lo extraño y lo nofamiliar es lo suficientemente importante como para que el arte se complazca en presentarlo familiar de maneras no familiares. (La homologación entre lo extraño y lo no familiarcondujo a Freud a designar como “no familiar” –unheimlich– lo que en castellano setradujo como “siniestro”, “ominoso”, en inglés como uncanny y en italiano comoperturbante.)Soledad y desolaciónOcupémonos ahora del tercer capítulo. Hace muy poco tiempo nos dedicamos a investigaren los significados inconcientes del síndrome gripal. Encontramos que los síntomas de esesíndrome: decaimiento, dolor en todo el cuerpo, fiebre, escalofrío, catarro en las víasrespiratorias, dolor de cabeza, falta de fuerzas, se parecían extraordinariamente a lascondiciones del neonato en la primera semana de vida. Cuando un niño nace siente que lagravedad lo aplasta, porque en el ambiente intrauterino estaba sostenido por el líquidoamniótico (en una pileta de natación, por ejemplo, sentimos que nuestro cuerpo pesamenos). La temperatura extrauterina es diez grados menor que la temperatura dentro delútero, de manera que siente frío. Se siente además apretado y dolorido por el pasaje delcanal de parto durante la experiencia del nacimiento. Tiene que inaugurar y mantener, consu propia actividad muscular, la función respiratoria, ya que hasta entonces el oxígeno lorecibía de la sangre materna. Cuando tiene hambre, la leche no llega de inmediato, comoocurría con la sangre umbilical. Es evidente que la situación neonatal temprana, que serefiere a la primera semana posterior al nacimiento, se caracteriza por un conjunto desensaciones que son muy parecidas a los síntomas que se experimentan en el síndromegripal que, “casualmente”, suele durar también una semana.El neonato (acerca del cual dijimos que cuando era feto sentía, podía recordar y poseíaalgún tipo de conciencia, aunque distinta de la conciencia que se manifiesta en laspalabras) había vivido rodeado por una madre uterina que le proporcionabaininterrumpidamente, en la medida de sus necesidades inmediatas, no sólo el alimento sinotambién el oxígeno. Esa madre que lo rodeaba y le daba todo, esa madre que era al mismotiempo madre y mundo circundante, debe ser sustituida, luego de haber nacido, por unoxígeno que se obtiene con un esfuerzo muscular y por un pecho materno que aparecedesde una sola dirección, alimentando con un ritmo que expone a la experiencia deausencia. En la madre prenatal, que llamamos “umbilical” para diferenciarla de la madre“pecho”, coincidían la persona, la única que el feto conoció en su vida, y el mundo. Todala significancia, la importancia de cualquier significado, estaba allí, personificada en esamadre umbilical, único objeto con el cual vivía, que de pronto, como recién nacido, haperdido. Comprendimos entonces que no hay un solo trauma de nacimiento sino dos: eltrauma del que está naciendo, durante el cual se experimenta lo que después llamaremos139
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