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Fundación Luis Chiozza

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clemencia, nos sentimos finalmente defraudados. Otras veces, resentidos, “trabajamos areglamento”, cuando, en íntima rebeldía, fingimos “cumplir” con los mandatos aceptandolas reglas pero traicionando su espíritu.Forma parte de este segundo capítulo, aprendido durante el estudio de las patobiografías, elhaber comprendido la importancia fundamental que posee la sonrisa. Freud sostenía que elorigen del gesto que denominamos sonrisa se encuentra en la relajación de los músculos dela mejilla que experimenta el bebé luego que se ha satisfecho en el acto de mamar. Lasmujeres que han convivido esa experiencia desde su posición de madres apoyarán sin dudami argumento de que esa sonrisa del bebé se parece, quizás más que cualquier otra cosa enel mundo, a lo que denominamos “bendición”. Pero además, cuando el bebé sonríe, lamadre, bendecida por esa sonrisa, también sonríe y, por obra de esa sonrisa de la madre, esahora el bebé el que resulta bendito. Lamentablemente, esta forma de compartir el placer,esta forma de complacer, no siempre progresa de manera armoniosa. Muchas veces, porinnumerables razones que tienen que ver con la historia que cada vida acumula, en lugar dela sonrisa aparecerá la “mala cara” y, cuando se trata de la mala cara que la madre “pone”frente a su bebé en esos tiernos años en que se moldea el carácter, se tratará de una malacara que lo perseguirá toda la vida. Digamos mejor que “nos” perseguirá, porque se tratade una condición que, en alguna medida, forma una circunstancia inevitable de todas lasvidas. Así nacen otras calamidades, como las sonrisas de cortesía, que no pasan de la boca,que no involucran a los ojos, y que no convencen a nadie. Se trata de sonrisas que seofrecen como moneda de cambio en lugar de la verdadera sonrisa, completamente“gratuita”, que proviene del bienestar y engendra bienestar. La sonrisa que enriquece alque la recibe sin empobrecer al que la da. Toda la vida buscaremos esa sonrisa genuinaque alguna vez recibimos y otra vez perdimos, opuesta a la mala cara tanto como a lasonrisa superficial y “educada”. Quizás el acento puesto en la sonrisa de la Gioconda tengaque ver con estas experiencias profundas que todos llevamos dentro y que se manifiestatambién en esa gesta, en cierto modo trágica, que llamamos “búsqueda dereconocimiento”.Pero en qué consiste ese reconocimiento que tanto se busca sino en el testimonio, otorgadopor las personas que nos importan, de que realmente les importa lo que somos yhacemos, y lo bendicen. Dado que las personas, que en nuestra jerga psicoanalíticallamamos “objetos”, y que son objeto de nuestros afectos, “operan” a través de distintastransferencias de unos objetos sobre otros, en general lo único que conseguimos cuandobuscamos el reconocimiento es encontrarlo, una y otra vez, tan insuficiente como sentimosinsuficiente la bendición “original” del objeto para el cual vivimos. Esto da lugar, en laconvivencia humana, a dos sentimientos. Desde un lado será “nunca me reconocen”, ydesde el otro “haga yo lo que haga, él nunca se sentirá reconocido”.Durante la realización de las patobiografías surgió cada vez con mayor claridad, ladiferencia entre la soledad de Robinson Crusoe en su isla y la de un sujeto que se sientesolo en Nueva York, en el día de Navidad, rodeado de extraños. Se nos hizo evidenteentonces que lo que se suele llamar soledad corresponde al sentimiento de estar solo dealguien, de ese alguien para el cual vivimos, que tiene nuestro expediente, que nosabandona y que es el único que nos podría dar la bendición. La búsqueda de la sonrisa queexpresa el reconocimiento alude entonces también a la diferencia entre lo familiar y loextraño que estudiamos en relación con los trastornos de la inmunidad. El valor asignado ala diferencia entre lo familiar y lo extraño transforma la discriminación en una situación138

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