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Fundación Luis Chiozza

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ápidamente decimos “situación edípica”, y seguimos de largo. Cada uno entenderá su“hojita”, esa misma que, escrita, es tan distinta de la que escribe el que está sentado al lado.Esto pasa con los conceptos, con los objetos y con las emociones.Cuando vemos gente de muy distinta contextura racial, por ejemplo japoneses o chinos,solemos verlos como si todos ellos fueran iguales entre sí, pero podemos sospechar queellos, como nos sucede a nosotros, de raza caucásica, también entre sí se verán muydistintos y que nos verán tan iguales entre nosotros como los vemos a ellos. Somos, escierto, muy iguales. Milenios de evolución apenas diferencian nuestro ADN del ADN delsimio en un porcentaje mínimo, pero también es cierto que el que ama una mujer “sabe”que no habrá ninguna igual, “ninguna con su piel y con su voz”. Esa diferencia, que tantovaloramos y tanto nos importa, constituye sin duda una de las fuentes principales delmalentendido, ya que, cuando hablemos, el objeto de nuestro hablar girarápredominantemente sobre esa diferencia. A veces, la cuestión se presenta como un asuntode estilo. Hay quien se llama a sí mismo sincero mientras que su interlocutor lo definecomo brusco, agresivo y desconsiderado, pero también sucede que quien se comporta deun modo que juzga cortés y educado puede ser catalogado como hipócrita, inauténtico yfalso.Somos diferentes, dijimos, en los estilos, en los conceptos que usamos, en los objetos queconstruimos y percibimos, y en las emociones que nos animan. Que nos diferencie la formaen que sentimos tiene una importancia extrema, porque las emociones son lo único que enel fondo nos importa, y si queremos hablar no es solamente para decir “alcánzame ellápiz”, sino en última y fundamental instancia, para modificar nuestras emociones. Freuddecía que el motivo verdadero de la represión es impedir el desarrollo de un afecto penoso,y también que, cuando soñamos con ladrones y tenemos miedo, los ladrones podrán serimaginarios, pero el miedo es real. Es decir, cuando un significado adquiere significancia,acontece porque, de manera evidente o de manera implícita, relegada a lo inconciente,compromete un afecto. En el caso contrario reconocemos que se trata de unainsignificancia. El tráfico mental por excelencia, el único que paga derecho de aduana, sonlas emociones. Decimos que las ideas son fundamentales, pero lo son y les damosimportancia porque comprometen afectos. El referente privilegiado de cualquier discursoserá entonces, de manera explícita o implícita, el afecto y, aunque hablemos de objetos,cantidades, cualidades, movimientos, acciones o conceptos, sólo lo haremos en virtud deesa repercusión, a veces inmediata y otras veces ulterior. Comunicarnos, entendernos,encontrarnos, será pues progresar en el camino de nuestra indagación y evolución afectiva.Podemos comprender entonces que la Torre de Babel, símbolo del hablar sin entenderse,represente (en lo que a los afectos se refiere) el testimonio de una penosa soledad.Cabe recordar aquí que la palabra “bárbaro” significa bruto, violento, rudo, cruel, carentede miramiento o de civilidad, pero fundamentalmente, y por su origen, se refiere a “aquelcuya lengua no se entiende”, lo cual demuestra que la soledad nacida de la incomprensiónsuele generar hostilidad. No cabe duda de que la hostilidad es una forma de un encuentroque, en esas circunstancias, suele llamarse “encontronazo”. Tampoco cabe duda, entonces,de que en nuestro trato con los otros tendremos que contar con ella. De allí nacen, en todoslos idiomas, las palabras “feas”, que se prestan para ser hirientes e insultantes. Merece serseñalado que la existencia de las palabras que llamamos feas, malas o groseras constituyeuna reserva, un sector de la cartera en la cual guardamos nuestro acervo lingüístico. Setrata de recursos que aprendimos a usar en el enojo, con la eficacia que los convierte eninsultos, aprovechando nuestra percepción de que, cuando el insulto llega, siempre se abrecamino gracias a la inseguridad que opera en el ánimo de su destinatario.107

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