materializan las ideas en la realidad. Lo que nos importa destacar ahora es que, en lo querespecta a la cultura hay un primer grado, intelectual, que es la forma más rudimentaria delsaber “cultural”, un tercer grado, que se constituye como la sabiduría surgida de laadquisición de una experiencia profundamente elaborada, y un segundo grado, en el cual elsaber se constituye como las normas o lemas que constituyen un deber. No cabe duda deque la sabiduría de la experiencia maximiza el poder. Tampoco cabe duda de que el saber“afectivo” (una parte del cual hoy se ha puesto de moda con el nombre “inteligenciaemocional”) constituye un intento de adquirir la experiencia a través de las normas que seconsideran fidedignas. Fidedigno es aquello que despierta mi confianza aunque todavía nome haya convencido, porque cuando digo que algo me convence, es porque lo que meconvence “me ha vencido” a través de la experiencia. En ese sentido podemos decir que elsaber afectivo, vinculado siempre a la existencia de normas, es un saber valioso que seconstituye como un saber inestable, proclive a la inquietud. En cuanto al saber intelectualpodemos decir que su valor reside en su capacidad para orientarnos en el camino queconduce a la sabiduría, ya que, cuando nos conformamos permaneciendo dentro de suslímites, nos otorga una “sensación” de poder que se demuestra finalmente ilusoria.La evolución de la culturaDijimos antes que la cultura es un producto y un proceso que, como el cultivo, proviene deun propósito que la orienta en una determinada dirección. Podemos entender ese propósitocomo una meta individual, o como el objetivo de un pueblo o de una sociedad particular.Podemos incluirlo en un contexto más amplio y entenderlo como los fines que “guían” aun ecosistema o como la finalidad del universo entero. Claro está que entenderlo de estaúltima manera, que supone la operatividad en el mundo de un significado al cual se suelealudir con la palabra “espíritu”, contrasta con la actitud que hasta hace muy pocopredominaba en la ciencia, empeñada en contemplar el universo como un existenteúnicamente material que cambia de un modo azaroso y que tiende finalmente al desorden.Más allá de que acordemos con una u otra posición de la ciencia, no cabe duda de que lacultura aparece en nuestra vida como un proceso inteligible que se dirige hacia un fin. Siese fin constituye un genuino progreso o solamente una ilusión de progreso es otra cuestióncuya respuesta, a despecho de las distintas posiciones que sustenta la filosofía, suelefuncionar arraigada en el alma como una creencia que sufre los avatares de nuestro modode sentir la vida.Se suele admitir que la cultura nació unos diez mil años atrás, en su primera forma “típica”,como agricultura. Antes, cuando la humanidad se alimentaba recolectando frutos, vivía enforma nómade, en un “instante” presente “expandido”, amplificado un poco más allá de loinmediato, dentro de un mundo mágico estrechamente vinculado a las actividades de cazaque se iniciaron después de la etapa de recolección. Junto con la agricultura nacieron lanoción de los ciclos de un tiempo que retorna, el calendario, la escritura, la paciencia, lanecesidad de cuidar la cosecha y las historias orales que dieron lugar a los mitos. En esemundo primitivo sobrevivir era evitar ser comido, pero sobre todo era comer, ya que elprincipal e inevitable monstruo que devora, frente al cual es imposible la huída, es elhambre. La idea de uno mismo o, mejor dicho, el peso, la importancia, la significancia, elprotagonismo de ese personaje que llamamos “yo”, ha sido una lenta adquisición que, ajuzgar por lo que documentadamente afirma Wilber, surge unos dos mil años antes deCristo. Reparemos en que ese protagonismo que nos pone en el centro de la escena surge,como si se tratara de un derecho, inconcientemente avalado por la común experiencia que66
vivimos cuando, al percibir el mundo del entorno, siempre estamos, por más que nosmovamos, ocupando su centro, que viaja con nosotros. La adquisición (lenta) de unaidentidad “yoica”, fue primero espacial y corporal. Luego, más lentamente todavía, fuetemporal y “mental”, configurando una invariancia que persiste a través del recuerdo, y deldeseo (o del temor), que inauguran (con la noción de ausencia en el presente) el pasado y elfuturo. Así, y entonces, se origina el héroe cultural individual, cuyo paradigma mítico esPrometeo, y nacen los sentimientos de una culpa “propia”, sentimientos que, funcionandocomo un tabú inconciente, intensifican el miedo al futuro. Junto con ellos surge la nociónde un decurso temporal irreversible, que marcha en una sola dirección, generando unahistoria que será cronológica, abierta linealmente a un desconocido futuro.La importancia de la cultura agrícola, como proceso que representa la iniciación conjuntade la cultura y de la dimensión temporal, una cultura para la cual “atender” llevabaimplícito esperar, surge con claridad cuando reparamos en expresiones que hanpermanecido a través de los años, como aquella que trasmite, por ejemplo, la idea de quehay que labrarse un futuro. También es importante recordar que los ritos dirigidos apropiciar la fertilidad, asociados al ejercicio de una genitalidad que adquiere el valorsacramental de un acto mágico, funcionaron, cuando operaba la noción de un tiemporecurrente, no sólo como un modo de mejorar las cosechas sino también como una formade sobrevivir renaciendo.En el mundo mágico del agricultor primitivo, el tiempo (circular o cíclico) retorna, comolas estaciones, en un modo sempiterno. Es testimonio de esa concepción del tiempo lamagnífica expresión lingüística, habitual en los cuentos infantiles, que existe en variosidiomas: “érase una vez” (“once upon a time”, “c’era una volta”, “il était une fois”),porque queda en ella claro que se trata de una vez que, siendo entre otras “una”, es siempreeternamente igual. En el mundo del hombre racional, cuyo pensamiento establece juicioslógicos que funcionan binariamente en la férrea alternativa de ser o no ser esto o aquello, elcírculo temporal se abre en una línea cronológica que catapulta el futuro al infinito. En esefuturo amplificado sobrevivir es acumular el alimento, apropiarse “yoicamente” de esemaná que da vida. No cabe duda de que un excedente en la cosecha primero y unexcedente en el dinero (más fácilmente acumulable) después nutrieron la fantasía de“comprar” el tiempo de una vida futura con el “supremo” poder del dinero excedente.Tampoco cabe duda de que se trata de una fantasía que en nuestros días perdura encubiertaen la idea (“invertida”) de que el tiempo es oro. El pensamiento racional, en su espléndidodesarrollo, condujo a que la antigua magia se bifurcara en dos terrenos: el de la religión yel de la ciencia. Hoy, cuando la lógica, completando su periplo adquiere (en la formarigurosa de la formulación matemática) conciencia de sus propios límites, cobra valor lasentencia de Goethe: “el que tiene arte y ciencia tiene religión”. Son ya numerosos losautores que sostienen, desde diversos campos, que el pensamiento mágico no puede sercompletamente sustituido por el pensamiento lógico. El primero transporta lo quedenominamos importancia, y el segundo establece diferencias. Ambos procesos, que Freuddenominaba respectivamente primario y secundario, funcionan al unísono en losrendimientos de la cultura humana, dando lugar al ingenio creativo que, como un procesoterciario, se revela muy claramente en el arte. En la amalgama “terciaria” de ambosprocesos surge también una nueva y diferente concepción del tiempo como un presenteque es siempre atemporal. No solamente Kant, sino también Ortega y Freud, hanseñalado, con distintas palabras, que el hombre no vive en el tiempo cronológico delproceso secundario, recorriendo un “camino” interminable que va desde el pasado hacia elfuturo. Muy por el contrario, es el tiempo el que vive en el alma del hombre, como una67
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