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Fundación Luis Chiozza

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“querés que te cuente” se esconde un drama disfrazado de chiste que, en el fondo, expresala necesidad de que alguien (alguna vez por lo menos) nos diga “¿qué tal?” de un mododistinto, para que podamos decirle, de veras, cómo en realidad nos sentimos. No nos gustaadmitirlo, y hasta podríamos decir que, en un cierto sentido, nos hemos curtido en laintemperie de un entorno que no siempre nos abriga, y sin embargo son muchas las vecesen que necesitamos perentoriamente, como el sediento necesita el agua, poder empezar acontar. Aunque los encuentros auténticos no son muy frecuentes, ocurren, y cuandoocurren no suelen surgir precisamente en torno de la pregunta “¿qué tal?”. Lo esencialreside en que, a través de palabras o actitudes que transmiten una cercanía afectiva (unaproximidad en los afectos que constituye el significado original de la palabra “simpatía”),surge ese instante privilegiado en que sentimos que contamos con alguien a quienpodemos, por fin, empezar a decirle “algo” de lo que nos está sucediendo. En ese procesode “empezar a contar” solemos entender un poco mejor “qué nos pasa”, y aunque lo quellamamos “realidad” siga igual, solemos sentirnos mejor, no sólo porque nuestra soledaddisminuye, sino también porque casi siempre nuestro propio relato significa la realidad demanera distinta.Quienes nos dedicamos a la psicoterapia usamos la palabra como instrumento, y solemosdarnos cuenta muy rápidamente de que se trata de una herramienta difícil de manejar.Vivimos en una época en que el hablar abunda, pero que nos pasemos el día hablando nosignifica, necesariamente, que digamos mucho. A pesar de que nos damos cuenta, cada vezmejor, de la enorme importancia que la palabra tiene, por desgracia vivimos precisamenteen una época en la cual cada vez se habla más, se publica más, se escribe más y se dicemenos. Vivimos en una época en la cual abundan, y son ubicuos, los discursos vacíos.Pienso que si alguien se propusiera decir, en medio de un discurso serio, en forma deintencional caricatura, un discurso vacío, en cualquiera de las jergas que son hoy tancomunes (en la de la psicoterapia o en la de la política, por ejemplo), su clara alusión a loque tantas veces se oye, pasado un primer momento de desconcierto, llegaría a provocar unefecto humorístico. Basta abrir algún periódico y leer, en alguna crónica o en algunanoticia, el tipo de discurso que hemos denominado “vacío”, para que nos demos cuenta, enprimer lugar, de la diferencia que existe entre la información y el significado (la guíatelefónica, por ejemplo, está llena de información pero contiene menos significado que unabreve poesía de Borges). También nos daríamos cuenta de que muchas veces lainformación se repite innecesariamente y que otras veces el texto no contiene suficienteinformación ni significado, sino sencillamente un conjunto de palabras que, dado quetenemos “el oído hecho” a su combinación, caen muy bien cuando se juntan y nos dan lailusión de que se dice algo.Se cuenta que un día los hombres se juntaron en Babel, se pusieron de acuerdo yempezaron a construir una torre tan alta que llegaría al cielo; por lo cual Dios, sintiendoque esto era un pecado de soberbia, no encontró medio mejor, para dificultar esta obragigantesca, y al mismo tiempo arrogante, que disponer que los hombres ya no hablasentodos en la misma lengua. Así, de acuerdo con el mito, habrían nacido los distintosidiomas, y el caos de comunicación al cual hoy aludimos con el nombre “Torre de Babel”.Nos encontramos ahora frente a la alternativa de considerar que tener distintas lenguas sólofue una desgracia o, por el contrario, que representó la posibilidad de adquirir distintospuntos de vista y, por lo tanto, mantener diferencias enriquecedoras que tenemos queaprender a tolerar y resolver.101

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