Llegamos así a la conclusión de que las relaciones íntimas pueden ser en nuestra vidainsuficientes, sea porque tenemos pocas, o porque no tenemos en ellas suficiente intimidad.En otras palabras, recorremos la vida con un bagaje de afectos entrañables que necesitamoscompartir, y tenemos, por otro lado, un conjunto de relaciones en nuestra convivencia quenos permiten compartir hasta un cierto punto el bagaje de nuestra intimidad. Nocompartiremos, con todas las personas de nuestro “círculo” íntimo, los mismos sectores denuestra intimidad, pero, aun en el caso de no sentirnos desolados, nos sentiremos solos enla medida en que el tamaño de nuestro bagaje afectivo supere las posibilidades deintimidad que hemos logrado con las personas que constituyen nuestro mundo. Laintimidad convivida no es pues algo que solamente se da en una pareja, en un matrimonio,en la relación que establecen dos amantes, en la fraternidad que proviene de la infancia, enlas relaciones entre padres e hijos o en la amistad duradera. La convivencia íntima seentreteje como un conjunto complejo cuya suficiencia depende muy frecuentemente de laposibilidad que cada vínculo ofrece para que en él se desplieguen afectos que no caben enotros, y para que eso suceda, es imprescindible resolver los conflictos que esa distribuciónproduce, ya que los afectos entrañables que configuran el bagaje íntimo que todo serhumano transporta son afectos primordiales y fuertes. Nos referimos a los deseos quenacen de la sexualidad, a los celos, a la envidia, a la rivalidad, a la antipatía, a larepugnancia, al miedo y al odio, pero también a la simpatía, a la ternura, al cariño, a lavergüenza, a la culpa y a la tristeza. Cada uno de esos afectos entrañables “tomó posesión”de una parte de nuestro carácter, configurando distintos estilos de nuestro modo de ser enel trato con las personas con las cuales convivimos. Cada uno de esos afectos celosamenteguardados se manifiesta cotidianamente en una parte de nuestras acciones y, además,contribuye a establecer los valores que asumimos como verdaderos, determinando de estemodo una parte de nuestra conducta moral. Se manifiestan en lo que sentimos quequeremos, que podemos, que debemos, que estamos obligados o que estamos autorizados ahacer.Los preceptos con los que no se juegaEl ejercicio del psicoanálisis como proceso psicoterapéutico condujo al desarrollo de unateoría de la técnica, y entre los elementos fundamentales de esa teoría, ocupa un lugardestacado el concepto que en castellano denominamos “encuadre”. Quizás el modo mássencillo de caracterizarlo consiste en parangonarlo con las reglas que, en un juego como elajedrez, establecen restricciones que no se pueden transgredir sin dar por finalizado elpartido. Esto equivale a decir que las reglas son preceptos que establecen el marco dentrodel cual se juega, y que el alterarlas no forma parte del juego. Dado que durante el procesopsicoanalítico la relación que se establece entre el paciente y su psicoterapeuta y laevolución de esa relación constituyen el material privilegiado de la indagación, cae por supropio peso que esto sólo puede ser realizado dentro de un encuadre que evite que esarelación ingrese en un territorio que ya no puede ser controlado. No se trata de unpreciosismo técnico, ya que todo psicoterapeuta descubre, apenas se inicia en la profesión,que si no se respeta un encuadre no es posible avanzar y, peor aún, que cualquier tipo deencuadre no es suficiente para evitar que se perturbe el proceso. Llevados por el hechoincuestionable de que la relación psicoanalítica, tal cual se da en el proceso, es un productoque se constituye en un campo artificialmente creado para remedar, como sucede en elteatro, la realidad de la vida, tendemos a pensar que el encuadre es una necesidad surgidaen ese contexto, pero no es así. Es necesario tener en cuenta que en la vida que llamamosreal los afectos no son distintos de los que experimentamos en el teatro, sino que ladiferencia radica en que los vivimos frente a las cosas que ocurren de veras, pero esto, sin158
duda, depende del encuadre dentro del cual los vivimos, ya que lo que constituye el campodel como si fuera “en serio” es precisamente el encuadre que denominamos “teatro”. Cadarelación humana siempre se desarrolla acotada por un marco que constituye su encuadre, ysi esto, a fuerza de funcionar como obvio, termina por ser inconciente, cuando se trata delas relaciones íntimas, dentro de las cuales se desarrollan y evolucionan nuestros afectosmás entrañables, la cuestión del encuadre se vuelve central, precisamente porque talesafectos tienden a funcionar trasgrediéndolo de un modo que compromete seriamente elbeneplácito o incluso la continuación del vínculo. Agreguemos a esto que el prejuicio porobra del cual toda referencia a un encuadre tiende a ser vista, en una relación íntima, comosi fuera producto de una falta de confianza, o de amor, no contribuye a mejorar las cosas.Berne escribió un famoso libro titulado Games People Play (es decir, los juegos regladosque la gente juega), en el cual describe las vicisitudes de algunos juegos típicos que soninconcientes, y durante los cuales procuramos repetir, en nuestras relaciones íntimas, unlibreto que no logramos superar. Cada relación humana se juega en su particular encuadre,y cuando intentamos quebrar esas reglas, es porque revivimos dificultades que nos invitana “patear el tablero”. Una parte importante de ese tablero la constituyen las costumbres ylos buenos modales que configuran preceptos, normas que a veces llamamos sociales yotras veces morales. La educación, que “pone” urbanidad en el estilo de la conducta queforma parte del carácter, pule sus aristas y disminuye las asperezas del roce inevitable conel cual entramos en contacto cada vez que nuestras “velocidades” difieren. Al contrario delo que muy frecuentemente suele pensarse, cuanto mayor sea la intimidad que se desarrollaen un vínculo, mayor importancia adquiere la actitud de respetar el encuadre que lo ubicaen su correspondiente y particular “tablero”. Es necesario reparar en el hecho de que lafamiliaridad no disminuye la fricción que exige capacidad de “roce”, sino que, por elcontrario, casi siempre la aumenta, y que, por lo tanto, no nos exime de la cortesía.Reparemos en que así como el embrague, en el automóvil, fue diseñado para facilitar loscambios, la cortesía es el encuadre “diseñado” para evitar que las confianzas en el tratoingresen en el exceso confianzudo.El mundo dentro del cual vivimos no es sólo un mundo físico. Aunque la temperatura seaconfortable, el sol y la brisa nos acaricien tamizados por la sombra bienhechora de unárbol, el entorno nos ofrezca agua dulce limpia y transparente, alimentos abundantes yvariados, y un panorama apacible; aunque nos lleguen los sonidos de un arpa celestial, laintimidad de nuestra condición humana reclamará el sabor de la aventura que nos exigeconvivir. Sin ese convivir, que es compartir la vida, la opacidad del blanco paraíso nosabruma, arrojándonos con fuerza redoblada hacia la manzana roja que produce, conprecisión deliberada, el árbol del Edén. No se trata, como podría creerse con inadvertidodescuido, de sexo solamente, la manzana proviene del árbol de la vida y la aventuraofrecida es conocer. Un conocer que es conocerse y crecer, desarrollarse y multiplicarseconviviendo con alguien que es otro, semejante, pero complementario y diferente. Conalguien que despliegue, como sucede cuando se sopla dentro de los farolitos chinos, laspartes todavía plegadas de nuestra personalidad. Con alguien que necesitamos para podertrascender, salirnos del encierro que nos confina dentro de nosotros mismos transformandonuestra vida en una esterilidad sin otro sentido que no sea el sufrir. El peligro de laaventura que nos promete la serpiente no surge del sabor y el color de la manzanatentadora, surge todo entero de la misma tentación, pero la tentación no es otra cosa que lafuerza redoblada e insalubre que nuestro deseo ha adquirido por obra de la postergación.Ese deseo insatisfecho, que “se pasa de punto”, es el que engendra pestilencias, escribeWilliam Blake, pero es claro que no podemos pretender vivir en un mundo de utopía en el159
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