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Fundación Luis Chiozza

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Llegamos así a la conclusión de que las relaciones íntimas pueden ser en nuestra vidainsuficientes, sea porque tenemos pocas, o porque no tenemos en ellas suficiente intimidad.En otras palabras, recorremos la vida con un bagaje de afectos entrañables que necesitamoscompartir, y tenemos, por otro lado, un conjunto de relaciones en nuestra convivencia quenos permiten compartir hasta un cierto punto el bagaje de nuestra intimidad. Nocompartiremos, con todas las personas de nuestro “círculo” íntimo, los mismos sectores denuestra intimidad, pero, aun en el caso de no sentirnos desolados, nos sentiremos solos enla medida en que el tamaño de nuestro bagaje afectivo supere las posibilidades deintimidad que hemos logrado con las personas que constituyen nuestro mundo. Laintimidad convivida no es pues algo que solamente se da en una pareja, en un matrimonio,en la relación que establecen dos amantes, en la fraternidad que proviene de la infancia, enlas relaciones entre padres e hijos o en la amistad duradera. La convivencia íntima seentreteje como un conjunto complejo cuya suficiencia depende muy frecuentemente de laposibilidad que cada vínculo ofrece para que en él se desplieguen afectos que no caben enotros, y para que eso suceda, es imprescindible resolver los conflictos que esa distribuciónproduce, ya que los afectos entrañables que configuran el bagaje íntimo que todo serhumano transporta son afectos primordiales y fuertes. Nos referimos a los deseos quenacen de la sexualidad, a los celos, a la envidia, a la rivalidad, a la antipatía, a larepugnancia, al miedo y al odio, pero también a la simpatía, a la ternura, al cariño, a lavergüenza, a la culpa y a la tristeza. Cada uno de esos afectos entrañables “tomó posesión”de una parte de nuestro carácter, configurando distintos estilos de nuestro modo de ser enel trato con las personas con las cuales convivimos. Cada uno de esos afectos celosamenteguardados se manifiesta cotidianamente en una parte de nuestras acciones y, además,contribuye a establecer los valores que asumimos como verdaderos, determinando de estemodo una parte de nuestra conducta moral. Se manifiestan en lo que sentimos quequeremos, que podemos, que debemos, que estamos obligados o que estamos autorizados ahacer.Los preceptos con los que no se juegaEl ejercicio del psicoanálisis como proceso psicoterapéutico condujo al desarrollo de unateoría de la técnica, y entre los elementos fundamentales de esa teoría, ocupa un lugardestacado el concepto que en castellano denominamos “encuadre”. Quizás el modo mássencillo de caracterizarlo consiste en parangonarlo con las reglas que, en un juego como elajedrez, establecen restricciones que no se pueden transgredir sin dar por finalizado elpartido. Esto equivale a decir que las reglas son preceptos que establecen el marco dentrodel cual se juega, y que el alterarlas no forma parte del juego. Dado que durante el procesopsicoanalítico la relación que se establece entre el paciente y su psicoterapeuta y laevolución de esa relación constituyen el material privilegiado de la indagación, cae por supropio peso que esto sólo puede ser realizado dentro de un encuadre que evite que esarelación ingrese en un territorio que ya no puede ser controlado. No se trata de unpreciosismo técnico, ya que todo psicoterapeuta descubre, apenas se inicia en la profesión,que si no se respeta un encuadre no es posible avanzar y, peor aún, que cualquier tipo deencuadre no es suficiente para evitar que se perturbe el proceso. Llevados por el hechoincuestionable de que la relación psicoanalítica, tal cual se da en el proceso, es un productoque se constituye en un campo artificialmente creado para remedar, como sucede en elteatro, la realidad de la vida, tendemos a pensar que el encuadre es una necesidad surgidaen ese contexto, pero no es así. Es necesario tener en cuenta que en la vida que llamamosreal los afectos no son distintos de los que experimentamos en el teatro, sino que ladiferencia radica en que los vivimos frente a las cosas que ocurren de veras, pero esto, sin158

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