Mientras pago la cuenta y oigo al mozo quejarse, con otro cliente, del reumatismo quesufre, pienso que, al lado de las contrariedades cotidianas que “no son drama”, existen trestipos de dramas: los que invaden nuestra vida enfrentándonos con la necesidad deresolverlos, los que conseguimos rechazar hacia un costado, comportándonos, durante untiempo corto o largo, como si no existieran, y los otros, los que una vez rechazadosvuelven como enfermedad del cuerpo, o como “mala suerte”, ocupando inexorablementede nuevo nuestra vida, aunque con otra cara, después de que hemos perdido la punta delovillo.El alma y el cuerpoNadie duda de que una enfermedad pueda derivar en un drama. Cuando esto sucede sepuede pensar que se trata de un drama comprensible, natural, justificable o también, enotras ocasiones, que no son tan raras, que se trata de un drama injustificado o exagerado.En este último caso, la ciencia habla de patoneurosis. Pero la pregunta que despiertanuestra atención es otra: ¿Cómo puede un drama derivar en una enfermedad del cuerpo?Cuando nos preguntamos acerca de la relación entre el alma y el cuerpo sabemos, desde elprimer momento, que desembocamos en una cuestión tristemente célebre que desafía losintentos de comprensión ensayados por el intelecto.Recordemos ante todo que la evolución de lo que el hombre ha llegado a creer, enfrentadodesde antiguo con la intrigante cuestión del alma y de su relación con el cuerpo, harecorrido esquemáticamente dos etapas: la del pensamiento mágico y la del pensamientológico. El hombre primitivo vivía en un mundo en el cual todos los seres, aunque no fueranseres vivos, estaban animados por intenciones: los árboles tenían alma, las piedras teníanalma, el rayo y el trueno tenían alma. Luego, a medida que evoluciona, el ser humano llegaa ver en el alma una “sustancia” etérea que entra en el cuerpo como un soplo vital cuandoel hombre nace, y sale con el último aliento cuando expira, es decir, cuando muere. Elhombre civilizado no piensa que el rayo, el trueno o los vegetales estén “habitados” poralgún tipo de pensamiento, sentimiento o voluntad. Aunque la palabra “animal” designabaoriginalmente a los seres animados, es decir, seres con alma, la ciencia de nuestros días,por lo general, sólo lo admite con el nombre de vida psíquica para el caso de los animalesque suelen denominarse “superiores”. Los animales inferiores, como los vegetales,“vegetan” sin ningún tipo de conciencia.Veamos ahora el conjunto de ideas en las cuales actualmente creemos, y que determinannuestro modo de pensar en lo que se refiere a las relaciones entre el cuerpo y el alma. Elhombre existe como un cuerpo físico, material, que ocupa un lugar en el espacio, pero enalgún lugar de su cabeza hay un espacio psíquico o mundo interior en el cual reside laconciencia. Cada acontecimiento es el producto de una causa que produce sus efectos pormedio de mecanismos. Cuando el cuerpo desarrolla un cerebro aparece, como un productode su funcionamiento, la mente, aunque no se conoce el mecanismo por el cual estosucede. El cuerpo genera los instintos que originan los deseos o las tendencias de la mente.Hay una representación del cuerpo en la mente, una imagen interna de nuestro cuerpofísico. Hay una influencia del cuerpo en la mente mediante sustancias que, como laadrenalina o el alcohol, alteran el funcionamiento del cerebro. Hay cambios cerebralesproducidos por la mente, y una influencia del sistema nervioso en el resto del cuerpo, locual permite que la mente influencie al cuerpo entero. Todos estos son conceptos que76
forman parte de lo que Ortega llamaba nuestro suelo de creencias, es decir, el lugar queusamos como apoyo de las ideas que aceptamos discutir. Un lugar que solemos protegermanteniéndolo a cubierto de cualquier tipo de cuestionamiento. Las creencias forman partede los hábitos de nuestra inteligencia. Esto equivale a decir que no es habitual que seexpongan a la duda.Subrayemos ahora dos cuestiones, la primera consiste en que el alma, o su equivalente, lavida psíquica (que es el alma vestida con el ropaje conceptual de la ciencia), es siempreconcebida, con formas o variantes de mayor o menor complejidad, a partir delconocimiento de la conciencia humana. Un conocimiento que cada hombre sólo puedeadquirir (por introspección) contemplando su propia conciencia. La segunda cuestión serelaciona con la primera, porque reside en un hecho singularmente antitético con lacuestión anterior. Se trata de que el conocimiento científico pretende, o al menos intenta,ser objetivo y basarse en la percepción que suele llamarse “exterior”.Cuando el científico utiliza la observación de un modo riguroso suele decirse a sí mismo:“Necesito ver para creer”. Pero la cuestión de que hay que ver para creer no es tan sencillacomo en primera instancia parece. Von Uexküll, en un libro que hoy ya es un clásico,Ideas para una concepción biológica del mundo, relata: En el tiempo en que Brasides deMetaponto dominaba como exarca, en la India celebrose una gran reunión religiosa, en laque brahmines y budistas disputaban acerca del ser del alma. El príncipe griego semofaba de los sabios de Oriente que conversaban con tanto ardor de cosas invisibles.Entonces se adelantó un brahmín y dijo: –Exarca, ¿por qué cree que el alma es invisible?El príncipe se rió y dio por respuesta: –Lo que yo veo es tu cabeza, tu cuerpo, tus manos,tus pies, ¿acaso tu cabeza es tu alma? –No– respondió el brahmín. –... O tus manos, o tucuerpo, o tus pies. Siempre tuvo el brahmín que responder que no. –... Entonces ¿accedesa que tu alma es invisible? –Señor –respondió el brahmín– eres un príncipe poderoso, defijo que no viniste a pie hasta aquí, ¿viniste a caballo o en coche? –Vine en coche– dijosorprendido el exarca. –¿Es invisible tu coche?– preguntó el brahmín. –De modo alguno–dijo riéndose el exarca. –Allí esta visible para todo el mundo con cuatro blancos caballosárabes enganchados a él. –¿Es la lanza el coche?– preguntó el brahmín imperturbable. –No. –¿O las ruedas o el asiento. – El exarca siempre tenía que responder que no. –Ruedas,asientos y lanza los veo bien –dijo el brahmín– pero al coche no puedo verlo porque esinvisible. Esta historia nos muestra con su sencillez conmovedora que para ver no bastacon mirar, sólo podemos ver cuando tenemos una idea de lo que busca la mirada. El dedoíndice se llama de ese modo porque cumple la importantísima función de indicar o señalar,pero es inútil señalar cuando no se comparte una idea acerca de aquello que se procura ver.Lo que carece de significado es imperceptible. No sólo se trata entonces de ver para creer,también es cierto que no puede verse lo que no pertenece al conjunto de lo que creemos.Ortega sostiene, como dijimos antes, que discutimos las ideas desde el fundamentoconstituido por nuestras creencias, y que, precisamente por eso, el poner en duda una partede lo que creemos es una difícil cuestión que hace violencia. La historia nos demuestra sinembargo que, cuando se alcanza un punto crítico que no admite otro desenlace, tambiénnuestras creencias a pesar de todo cambian, y que lo hacen a través de un proceso doloroso.Una breve incursión en el mundo de FreudEn 1895, Breuer y Freud descubrieron que un trastorno que se manifestaba en el cuerpo, la77
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UNOEl camino de los sueñosDiscépo
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FORMAR PAREJADosEl número dos inau
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