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Fundación Luis Chiozza

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pero al hacerlo así no se ama a sí mismo en las sensaciones y en las percepciones queforman su mundo normal. Lo prueba el hecho de que en el mito se muera de hambre y desed. Sucede que se enamora del Narciso persona, del Narciso que los otros ven. “Persona”era el nombre de la máscara que, en el teatro antiguo, usaban los distintos personajes, unafachada ofrecida a la contemplación desde el entorno. ¿Cómo podemos entender, entonces,que Narciso haya perdido el amor a sí mismo y que intente recuperarlo amándose con elamor de los otros? Nuestro amor propio se alimenta “desde adentro” con el amor quenuestros progenitores nos han otorgado junto con sus gametos ya desde el momento denuestra concepción, y aunque nacemos con una cierta cuota que puede reforzarse en lainfancia, deambulamos por el mundo procurando recuperar, con el amor de los otros, laparte que se nos ha gastado. Cuando no lo logramos ingresamos a veces, como Narciso, enel malentendido que nos lleva al intento, fallido, de amarnos como si fuéramos ellos ydispusiéramos del amor que nos niegan.Se suele decir que la persona amada no coincide jamás completamente con el objeto deldeseo, y que nuestros deseos son los que originan, negando la realidad, nuestras ilusiones.Es cierto, pero también es cierto que en cada nuevo encuentro con la persona amada, juntoal duelo por lo que no hemos encontrado, nos enriquece una experiencia que modifica laimagen de lo que deseamos. No cabe duda de que buscamos algo que no es lo queencontramos, y sin embargo muchas veces se da la aparente paradoja de que terminamospor sentir que lo que encontramos es precisamente aquello que, sin saberlo, buscábamos.Quizás cuando se dice que el amor es ciego, se menosprecia la tenacidad estocástica deldeseo que lucha por encontrar a su objeto.Cuando el orgasmo finaliza, el camino sensorial se recorre a la inversa: desde los sentidos“proximales”, el gusto, el olfato y el tacto, se pasa al predomino de la vista y el oído. Lasensación de la existencia yoica reaparece y, en los casos en que la unión es profunda,surge en los copartícipes del acto el sentimiento de que el otro, siendo otro, es casi unaparte de su propio yo. El yo se fortalece, renace luego el deseo genital junto con elsentimiento de incompletitud, y el ciclo recomienza. Cuando el acto fructifica en elnacimiento de un nuevo ser humano, el hijo llevará dentro de sí la unión irreversible de losdos seres que una vez lo engendraron.25

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