dependencia inconciente, un circulo vicioso de reproches y reclamos que se retroalimentahasta conducir, si otros factores no lo interrumpen, a la ruptura del vínculo.La unión irreversibleLa genitalidad culmina con la procreación, y aunque puede decirse que el ejercicio de lagenitalidad entre los seres humanos supera ampliamente las necesidades de lareproducción, no es menos cierto que el deseo y la satisfacción genital, cuandoevolucionan hacia sus formas más maduras, generan fantasías de procreación quecontribuyen a la perduración de una pareja. La profundización en el vínculo entre ambosprogenitores no sólo facilita la concepción de los hijos, sino que contribuye a la crianza y ala protección de la prole. Hemos mencionado ya que, de acuerdo con Platón, buscamoscompletarnos en la relación genital a través del encuentro con “nuestra otra mitad”. Lacompletitud buscada no es algo concebido para ser alcanzado sino que, como el norte deuna brújula, orienta el camino que conduce al desarrollo de algunas de nuestrasdisposiciones dormidas. Desarrollar esas disposiciones nos acerca a la realización plena denuestro ser “en forma”, pero esto no debe confundirse con el haber alcanzado la esfera deuna completitud autosuficiente. Nuestra radical e inevitable incompletitud puede serrepresentada por el hecho, inexorable, de que sólo disponemos del punto de vistadeterminado por el lugar en el cual estamos parados. La relación con nuestros semejantesserá pues, como sostenía Weizsaecker, y en lo que respecta a la vida, siempre recíproca, yaque dos seres humanos no podrán nunca pararse, al mismo tiempo, en un mismo lugar.El encuentro genital comienza habitualmente con la intervención de los órganossensoriales “distales”, la vista y el oído. Le siguen el tacto, el olfato y el gusto. A medidaque el acto prosigue van participando, cada vez más, movimientos involuntarios,inconcientes, y automáticos. Todo progresa de tal modo que el orgasmo “viene” como algoque no ha sido hecho, sino que ha sucedido. Viene, desde un lugar donde no se lo domina,como algo inconciente, profundo, que se acompaña de una vivencia particular, una especiede disolución del Yo que genera en el ánimo la sensación de un misterio cuya magnitudsólo puede ser comparada con esa otra sensación de misterio que experimentamos frente ala gestación de un bebé o cuando muere un ser querido y de pronto su alma desapareceante nuestros ojos para nunca más volver. Weizsaecker sostenía que un buen orgasmodisculpa, y su afirmación resulta enigmática si no reparamos en el hecho de que el orgasmoconduce a una humilde disolución del yo, y que la culpa es siempre proporcional al tamañoque le asignamos a nuestro propio yo.Lewis Thomas, que fue Presidente del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, en NuevaYork y Miembro de la Academia de Medicina, escribe que cuando va a pasear por elbosque es imposible decidir si es él que ha sacado a respirar aire más sano a sus células y asus mitocondrias, o si son ellas las que, con idéntico fin, lo han sacado a respirar a él.Cuando pensamos en el encuentro genital humano, y especialmente en la vivencia dedisolución del yo, debemos admitir que todo ocurre como si nuestros gametos (nuestrosespermatozoides y óvulos) hubieran tomado, desde lo inconciente, la dirección del acto.Puedo decir que yo amo, pero sería equivocado afirmar que yo genero ese amor que doy osiento, porque precisamente siento que me sucede el amor que dedico a la persona amada.En verdad ni siquiera soy el dueño del amor que hacia mí mismo siento. Esto se ve conclaridad en el mito de Narciso. Narciso se enamora de su propia imagen reflejada en el río,24
pero al hacerlo así no se ama a sí mismo en las sensaciones y en las percepciones queforman su mundo normal. Lo prueba el hecho de que en el mito se muera de hambre y desed. Sucede que se enamora del Narciso persona, del Narciso que los otros ven. “Persona”era el nombre de la máscara que, en el teatro antiguo, usaban los distintos personajes, unafachada ofrecida a la contemplación desde el entorno. ¿Cómo podemos entender, entonces,que Narciso haya perdido el amor a sí mismo y que intente recuperarlo amándose con elamor de los otros? Nuestro amor propio se alimenta “desde adentro” con el amor quenuestros progenitores nos han otorgado junto con sus gametos ya desde el momento denuestra concepción, y aunque nacemos con una cierta cuota que puede reforzarse en lainfancia, deambulamos por el mundo procurando recuperar, con el amor de los otros, laparte que se nos ha gastado. Cuando no lo logramos ingresamos a veces, como Narciso, enel malentendido que nos lleva al intento, fallido, de amarnos como si fuéramos ellos ydispusiéramos del amor que nos niegan.Se suele decir que la persona amada no coincide jamás completamente con el objeto deldeseo, y que nuestros deseos son los que originan, negando la realidad, nuestras ilusiones.Es cierto, pero también es cierto que en cada nuevo encuentro con la persona amada, juntoal duelo por lo que no hemos encontrado, nos enriquece una experiencia que modifica laimagen de lo que deseamos. No cabe duda de que buscamos algo que no es lo queencontramos, y sin embargo muchas veces se da la aparente paradoja de que terminamospor sentir que lo que encontramos es precisamente aquello que, sin saberlo, buscábamos.Quizás cuando se dice que el amor es ciego, se menosprecia la tenacidad estocástica deldeseo que lucha por encontrar a su objeto.Cuando el orgasmo finaliza, el camino sensorial se recorre a la inversa: desde los sentidos“proximales”, el gusto, el olfato y el tacto, se pasa al predomino de la vista y el oído. Lasensación de la existencia yoica reaparece y, en los casos en que la unión es profunda,surge en los copartícipes del acto el sentimiento de que el otro, siendo otro, es casi unaparte de su propio yo. El yo se fortalece, renace luego el deseo genital junto con elsentimiento de incompletitud, y el ciclo recomienza. Cuando el acto fructifica en elnacimiento de un nuevo ser humano, el hijo llevará dentro de sí la unión irreversible de losdos seres que una vez lo engendraron.25
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