ser necesario para modificar, aunque sólo sea levemente, el carácter que nos precipita en laenfermedad. Otro prejuicio frecuente consiste en esperar, en el curso de una enfermedadgrave, a que la psicoterapia actúe cuando “ha pasado el peligro”. No sólo lo vemos en elejercicio de la medicina, hace poco un contador me decía, refiriéndose a un comerciantecon dificultades graves en su empresa: “le di la solución, pero no le gustó, seguramente laaceptará cuando sea tarde”.Muchas veces en un diálogo con un paciente, tal como nos ocurre durante la lectura de lasbuenas novelas, de pronto nos sentimos dentro de su vida. Nos damos cuenta, entonces,muchas veces, de que conserva en la memoria el momento preciso en que expulsó de suconciencia una idea intolerable, cuando la lucha entre recordar y olvidar todavía existía.Un momento en el que, finalmente, y como un intruso que ha llegado no se sabe de dónde,apareció un síntoma que antes no tenía. La ubicuidad de este “esfuerzo de desalojo” sepone de manifiesto una vez más cuando Nietzsche afirma que la memoria dice “has hechoesto”, mientras que el orgullo dice “no pude haberlo hecho”, y finalmente la memoria cede.Para lograrlo no siempre basta con “cerrar un ojo”, a veces hace falta recurrir a lacomplicidad de los parientes, de los amigos o de los médicos, y cuando finalmente selogra, solemos ver algo que nos impresiona por su cualidad dramática, porque en la vida deuna persona se introducen, entonces, dos nuevos personajes que conviven cotidiana eintensamente con ella: la enfermedad y el remedio. Con cada uno de estos dos personajesse experimentan los más diversos afectos, que implican miedo, enojo, reconciliación,cariño, amistad y confianza, o desconfianza, enemistad y odio. Aclaremos enseguida queaceptar una mutilación, una minusvalía irreversible o una enfermedad incurable, convivircon eso como resultado de un “trabajo” de duelo, no es lo mismo que transformar laenfermedad y el remedio en personajes con los cuales se convive en una compañíamorbosa que nos otorga derechos y nos permite satisfacer nuestro sadismo torturando alprójimo.La oportunidad que la enfermedad nos otorgaWeizsaecker escribe que a veces la enfermedad le presta una gran ayuda al hombre que lapadece, y no es difícil de entender, porque, más allá de que en una familia y en una personafuncione, como una especie de “fusible” que evita que un circuito eléctrico pueda fundirseen un lugar peor, es evidente que la enfermedad es una segunda oportunidad paraemprender el camino que nos aparta de la ruina física y de la ruindad moral que laacompaña. Un conocido proverbio repite que todos merecemos una segunda oportunidad,pero no conocemos ninguno que nos otorgue el derecho a una tercera. Admitamos que aunen nuestra época, en la cual la vejez ha perdido distinción y prestigio, puede distinguirseuna vejez en forma de una vejez en ruinas, en la cual la decadencia vital y moral semanifiesta en rigidez, parálisis, mutilación, deterioro, o en una muerte penosa que,careciendo de la homogeneidad necesaria para transcurrir de manera armoniosa, se traduceen un conflicto entre una parte que se encamina a la muerte y la otra que, a toda costa,quiere evitarla.Pero el camino de vuelta a la salud, como ya lo hemos dicho, no es un camino fácil. Nopodemos volver recorriendo a la inversa exactamente el mismo camino por el cualllegamos a la enfermedad que sufrimos. Recordemos que no hay un camino de vuelta a lainocencia. Sucede, por otro lado, que el camino que nos conduce al duelo es un trayecto “a120
contrapelo”, porque lo dificulta el recuerdo del dolor que precisamente evitamoslanzándonos en la dirección que llevamos desde que, sin conocer su monto, elegimos pagarel precio de la enfermedad que hoy nos aqueja. Conviene, en este punto, aclarar unprejuicio. Se suele pensar que nuestra mente funciona, habitualmente, dirigida hacia elentorno que constituye el mundo, y que si se contempla a si misma, lo hace mediante unretorcimiento forzado que Freud comparaba con una inversión en la dirección delmovimiento normal del tubo digestivo, como se da en el vómito. Especialmente laspersonas ejecutivas, con una muy buena disposición para la acción, suelen pensarlo así. Sinembargo, cuando nos ocupamos de comprender cuál es la función de la concienciallegamos a una conclusión distinta. Recordemos que cuando Freud define lo que debemosentender por “psíquico”, señala que lo “verdaderamente” psíquico (también dice lopsíquico “genuino”) se caracteriza por estar dotado de sentido y es, primordialmente,inconciente, ya que la conciencia es una cualidad “accesoria” que se agrega a muy pocosprocesos psíquicos. Agreguemos a esto que, cuando tratamos de comprender qué esentonces la conciencia, llegamos a la conclusión de que constituye una noticia acerca dealgunos significados que el psiquismo inconciente “pone en movimiento”, noticia queincluye la percepción del mundo y la autopercepción de algunos de sus propios procesos,entre los cuales se cuenta lo que llamamos “yo”. Dicho en otras palabras: sabemos que elpsiquismo inconciente constituye el sentido de lo que vivimos poniendo en marcha losprocesos que se dirigen hacia un fin. La conciencia, en cambio, en tanto noticia del sentidoque se ha puesto en marcha, es fundamentalmente un bucle recursivo que, a la manera deun control cibernético, examinando al mismo tiempo que el mundo, la acción de su “yo” enel mundo y sus propios procesos, otorga la noticia de “en qué grado y en qué modo” lameta emprendida se ha logrado. Cae por su propio peso que el psiquismo inconciente,como reservorio de cuanta significación existe, comprende una totalidad inconmensurable,y que la conciencia será, por necesidad ineludible, parcial. Recordemos lo que Goethe poneen boca de su Prometeo: el hombre industrioso ha de tener por lema la parcialidad.Reparemos también en que, como alguna vez expresamos, mientras que acerca delinconciente la conciencia podría decir que es loco, acerca de la conciencia el inconcientepodría decir que es tonta. Si aceptamos que existen diversas conciencias que soninconcientes para nuestra conciencia habitual, veríamos en el funcionamiento de un centro“vegetativo”, como el llamado “seno carotídeo” (que regula la frecuencia cardiaca y lapresión sanguínea en un bucle recursivo de control cibernético), un ejemplo elemental deuna “conciencia inconciente” que remeda el funcionamiento de nuestra complejísimaconciencia habitual. En resumen: no parece que la llamada “introspección” deba sernecesariamente una inversión penosa de una supuestamente normal orientación de laconciencia hacia el mundo. Es cierto, sin embargo, que tenemos miles de palabras parahablar de los objetos, y muy pocas para hablar de los afectos. Al punto que la mayoría delas personas encuentra dificultades para nombrar espontáneamente más de unas veinteemociones.Hay cosas que no valen lo que vale la penaEl duelo del cual una vez hemos huido suele dejarnos, como dijimos, un recuerdo penosoque funcionará indicándonos que nuestros procesos mentales deben alejarse de allí. Nodebe extrañarnos que, en la medida en que transcurre el tiempo, cada vez se nos haga másdifícil “volver” al punto a partir del cual nos hemos enfermado. Sucede que lo no dueladocrece con la adicción de otros dolores que, ocultos detrás de una misma consigna, seemparientan entre sí, y que nuestras fuerzas, cada vez más solicitadas en el proceso deocultar lo que nos puede ocasionar dolor, apenas nos alcanzan para enfrentar los cotidianos121
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