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Fundación Luis Chiozza

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avatares que nos depara el presente. Solemos comportarnos entonces como alguien que,torturado por una hipoteca que no puede pagar, gasta los escasos recursos que le quedancon la esperanza de ganar la lotería. Freud señalaba que la terapéutica psicoanalítica no nospromete sustituir el sufrimiento por la felicidad, ya que se propone, con mucha mayormodestia, sustituir el sufrimiento neurótico por el sufrimiento que es normal en la vida.Análogamente podríamos decir que la medicina, aunque incluya una psicoterapia solvente,sólo puede ofrecernos, para volver a la salud, un camino que no puede evitarcompletamente el dolor. Sin embargo, frente a los sufrimientos que la enfermedad nosdepara, y que no valen la pena que ocasionan, porque (como ocurre con el ejercicio de unamedicina equivocada) empeoran nuestra vida y arruinan nuestras posibilidadesengendrando a la postre un mayor sufrimiento, existen sin duda otros sufrimientos que, enel camino de vuelta a la salud, son los que valen la pena. Recordemos las tres situaciones,que se conocen desde antiguo, mediante las cuales, con mayor frecuencia de la quedesearíamos, solemos evitar la responsabilidad que nos enfrenta con la realización de unduelo. Si por ejemplo acabamos de romper un jarrón en la casa de un amigo íntimo, querepresenta para él un recuerdo muy querido, una actitud maníaca podría conducirnos adecir “no tiene importancia, sólo se trata de un jarrón”; una actitud paranoica, en cambio,nos llevaría al comentario: “en el lugar en donde lo habían colocado era natural quealguien, sin darse cuenta, lo rompiera”; y una actitud melancólica insistiría en manifestarun desconsuelo que, implícitamente, solicita a nuestro amigo que nos asegure que nadaimportante ha sucedido. El duelo, en cambio, nos hubiera conducido a reparar lo que puederepararse y, frente a lo que no tiene reparación posible, a un lamento mesurado quecontiene una cierta confianza en que lo que no tiene remedio podrá tal vez ser compensadocon otras alegrías.Se ha llevado a cabo una experiencia (muy cruel) que nos deja una enseñanza. Si se colocauna rata en un amplio recipiente lleno de agua, con bordes resbaladizos que no le permitensalir, luego de nadar unos quince minutos se ahoga. Si en cambio, luego de dejarla nadardoce o trece minutos, se la rescata, y se la vuelve a colocar en el estanque después de queha descansado, la rata nadará veinticinco minutos antes de entregarse a la muerte, porque,como producto de su experiencia, su esperanza es mayor. La desesperación, el desánimo,la desmoralización, que ocurren en circunstancias en que la penuria se une a una falta deconfianza (que es producto del conjunto de las experiencias anteriores) y a una carencia demotivos, disminuyen nuestra disposición para hacer un duelo y nos llevan a solicitar lagarantía de que valdrá la pena. Todo lo que podremos hacer, frente a una tal solicitud, serárepetir la frase pronunciada por un famoso cirujano francés: “Yo lo vendo, Dios lo cura”.Recordemos, sin embargo, la sentencia: el que tiene un “porque” para vivir soporta casicualquier “cómo”.Las tres actitudes evasivas, la “prestidigitación” maníaca, la irresponsabilidad paranoica yla extorsión melancólica, nos muestran de una manera esquemática cuáles son losargumentos con los cuales, frecuentemente, y sin plena conciencia, bloqueamos el caminoque nos hubiera conducido a la recuperación de la salud. La dificultad mayor reside, sinembargo, en que habitualmente hemos recorrido un paso más en la dirección contraria,porque nos hemos “olvidado” del jarrón que rompimos y no intentamos siquiera recuperarel recuerdo que nos permitiría “encontrarlo”.La recuperación del recuerdoDecíamos antes que, a veces, el paciente se acuerda del momento en el cual expulsó de la122

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