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Fundación Luis Chiozza

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ofrecerle. Es claro que, durante los años de inmersión en su familia, incorpora un caudalmucho menor de las capacidades de convivencia necesarias para vivir en un mundocomplejo y zarandeado por una profunda crisis de valores. Si además ocurre que no logracontinuar su aprendizaje sociocultural en el entorno extrafamiliar, su “adultez” precozfuncionará como una carencia de flexibilidad que puede llegar a comprometer, en larealidad cambiante de nuestros días, su posibilidad de alcanzar una capacidad creativa yuna vejez en forma, precipitándolo en la rigidez de una vejez en ruinas.Los hijos adultosSiempre que pensamos en la función de padres pensamos, casi sin darnos cuenta, en loshijos niños, pero la experiencia nos muestra que las funciones parentales duran lo que durala vida y que también tendremos que ser padres de adultos. Dado que, mucho antes de quenuestros hijos dejen de ser niños, nosotros hemos sido, frente a sus ojos infantiles, hijosadultos en relación con nuestros propios padres, es importante comprender que le hemosimpartido, mediante el ejemplo, una enseñanza “fuerte” acerca de una forma en la quepodrán ser hijos adultos.En la época en que los hijos son adultos sucede que los padres “pesan” sobre los hijos tantocomo los hijos sobre los padres. A medida que se vive y se crece, a medida que la vida nosdiferencia, si queremos seguir siendo amigos de nuestros amigos y cónyuges de nuestroscónyuges, si queremos seguir encontrándonos con nuestros hijos, deberemos aprender atolerar ese “peso” que unos ejercemos sobre otros. Pero también debemos aprender atolerar que nuestro contacto con nuestros hijos no sea tan íntimo ni tan cotidiano. Laexperiencia muestra que los padres y sus hijos adultos, aunque continúen queriéndoseentrañablemente, podrán acompañarse en determinadas ocasiones, o visitarseperiódicamente, pero no se verán con la frecuencia con que lo hacían antes. Tambiénsucederá que muchas veces no coincidirán en su deseo de abordar ciertos temas, y que sunecesidad de hablar sólo surgirá espontáneamente si logran compartir un tiempo suficientede silencio (como suele suceder entre los que aman la pesca) en la espera de la palabraoportuna.Los hijos adultos se parecen a los amigos que uno verá de tanto en tanto. Debemosaprender a tolerar que a veces crean que no nos necesitan, y que otras veces no nosnecesiten de verdad, pero no alcanza con esto. Si al caminar por un desierto, heridos ofatigados, tuviéramos que apoyarnos en los hombros de algún amigo más fuerte,deberíamos hacerlo del modo que lo incomodara menos. Algo similar tal vez sea loprimero que deberemos aprender como padres de nuestros hijos adultos, como acomodarnuestras vidas para pesarles poco. Es cierto que, despojándonos de falsos orgullos, nodebemos ocultarles a todo trance nuestras debilidades, o nuestras penurias, y si esnecesario debemos permitir que nos cuiden, ya que, en la medida en que nos aman y sonnuestros hijos, eso forma parte de su derecho. Pero es necesario que sepamos evaluar hastaqué punto no invadimos sus vidas. Cuando el encuentro entre padres e hijos, lejos de ser elproducto de un genuino deseo, ocurre motivado por el deber y los sentimientos de culpa, esfrecuente que cada visita constituya una mal disimulada tortura en el cual unos y otros seesfuerzan por mantener un diálogo que se vuelve ficticio e incómodo.En el momento en que morimos estamos dando a nuestros hijos nuestra última lección.38

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