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Fundación Luis Chiozza

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multitudinario ha perdido por completo el primitivo referente y ya no va más allá de unacuerdo sobre las palabras mismas. En tal caso, ya no se trata de decir lo archisabido, setrata de un hablar sin decir, de un hablar que busca convocar una emoción que ha perdidosu camino de palabras, de un hablar que adquiere ficticiamente la apariencia de un decir.Podemos preguntarnos ahora: ¿Por qué, hace un momento, recurrimos a la expresión “notener problemas”? Es que cuando se elige decir lo que hace falta el encuentro puede serviolento y el riesgo del malentendido aumenta en lugar de disminuir. Comenzamosdiciendo que necesitamos y deseamos encontrarnos con los demás y compartir afectos.Pero debemos agregar ahora que el encuentro tiene sus peligros, porque cuando nosencontramos cambia lo que auténticamente sentimos y algunas de las cosas “nuevas” quesentimos nos hacen sufrir. Se trata entonces de la capacidad de elegir con acierto entre undolor que vale y otro que no vale la pena que ocasiona. La dificultad transcurre entoncesentre dos grandes escollos: el Escila de un decir que no hace falta y que no vale la pena, yel Caribdis de un decir que, aunque haga falta, aumenta demasiado la magnitud de la penay genera una ruptura de la comunicación. Entre ambos escollos se encuentran las aguasnavegables de un decir hasta el punto en que se puede escuchar, y es precisamente en estepunto donde nace un arte del decir que procura disminuir el dolor que produce lo quehace falta decir.No cabe duda entonces de que, para poder decir bien lo que hace falta, es necesario“atender” al interlocutor y comprender sus sentimientos. Un discurso con uno o con muypocos interlocutores nos permite saber mejor con quién hablamos. Cuando se trata, encambio, de un discurso público, debemos guiarnos por nuestro conocimiento de los puntoscomunes que forman consenso. También existe un discurso “privado”, para el cualelegimos, de manera clara y manifiesta, los interlocutores que comparten con nosotros losmismos sobrentendidos, y un discurso “secreto”, en el cual lo que decimos sólo puede sercomprendido cuando se comparten contraseñas especiales, como si se tratara de unmensaje cifrado que sólo puede ser descubierto cuando se conoce el código. Es obvio queun discurso secreto, para llegar al interlocutor desconocido y lejano, tiene que viajarpúblicamente, y atravesar la aduana que le impone el consenso. Los grandes escritores, quehan perdurado, y que al mismo tiempo no han sido víctimas de su época, han tenido lacapacidad de “esconder”, por decirlo de algún modo, un discurso secreto valioso en elinterior de un discurso público aceptable y requerido, de manera que se trata de escritoresque pueden ser leídos en diferentes contextos. Se dice del Quijote que hace reír a los tontosy hace pensar a los sabios. Frente al Quijote todos somos tal vez un poco tontos cuandosólo nos reímos y un poco sabios cuando, además de reír, pensamos. Vale la pena señalaraquí que los mensajes subliminales intervienen como una parte importante de los discursospúblicos. En un conocido experimento se colocan, entre los fotogramas de una película decine, algunos que recomiendan una determinada marca de una bebida sin alcohol. Por obrade la velocidad con la cual los fotogramas se suceden, el mensaje no puede ser leído nipercibido de manera conciente. Cuando se compara en la salida del cine la conducta de losespectadores que han visto esa película con la de aquellos que han visto una películanormal, se constata que el primer grupo consume, con respecto al segundo, una mayorcantidad de unidades de la bebida que subliminalmente se ha recomendado. La importanciade lo que ese experimento nos enseña trasciende el campo de la propaganda subliminalintencional para ilustrarnos un fenómeno que funciona de manera ubicua, porque cuandopor ejemplo miramos un paisaje desde la ventanilla de un tren, los afiches publicitariosdistribuidos en la ruta también funcionan como fotogramas fugaces que se percibensubliminalmente.109

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