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Fundación Luis Chiozza

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por ejemplo, que cuando siento que me obligan a hacer lo que ahora hago, ese alguien quesiento que me obliga tal vez sienta que lo único que hago es cumplir con mi deber. En laineludible reciprocidad de nuestros puntos de vista, yo sólo puedo percibir “desde afuera”lo que tú puedes solamente sentir “desde adentro”, mientras que tú quedarás, en lasituación inversa, tan confinado como yo. No es el caso entonces de armonizar solamentelos estilos, sino además de comprender que nuestras posiciones complementarias tambiéndeben alcanzar un cierto grado de compatibilidad. Por buena que haya sido la elección delas personas con las cuales compartimos nuestra intimidad, a medida que se acorte ladistancia en que decidimos alternar, llegaremos siempre fatalmente al punto en que nuestratolerancia será puesta a prueba por el aumento de la familiaridad.Volviendo sobre el hecho de que somos, desde nuestros remotos orígenes filogenéticos, elproducto de una convivencia que nos integra en la trama ecosistémica, queda claro que nonos formamos solos, sino, muy por el contrario, viviendo con otros. En el interjuego entreinsistir, resistir y desistir, logramos existir, porque logramos consistir en la intrincadatrabazón de una coexistencia. Reparemos entonces que la tolerancia que nos exigen lasrelaciones íntimas, aquellas sin las cuales nuestro vivir pierde su sentido, forma parte delproceso que nos conforma. Pero conformarnos no es, como a veces se piensa, una purarenuncia pusilánime que cercena nuestras ambiciones, dado que el único modo en quepodemos formarnos es “formarnos con” la realidad de un convivir que, cuando nos acota,no sólo nos mutila, y sobre el cual también podemos influir.La contabilidad que no cierraHay una pregunta clave, porque nos introduce en un sector bien definido de peripecias yavatares: ¿por qué debo ser siempre yo el que tolera? La respuesta parece muy sencilla.Dado que “debo” significa una deuda, y es realmente inverosímil que en una convivenciala deuda permanezca siempre en una misma parte, la respuesta “no debes ser siempre tú elque tolera” se impone como obvia. Descubrimos enseguida que detrás de una preguntacuya respuesta es obvia se esconde retóricamente un conflicto que adquiere la forma de unreclamo insatisfecho. Uno podría decir, con criterio contable, que las cosas deberíandistribuirse por partes iguales, si no fuera porque en las vicisitudes de la convivencia esetipo de contabilidad no funciona. La cuestión no solamente atañe al hecho de que (dada ladiferencia que señalábamos entre lo que se vive “desde adentro” o “desde afuera”) cadauno asigna un valor diferente a lo que da y recibe, atañe también a que cada uno dispone deuna magnitud de potencia, y que la medida de esa potencia es precisamente la quedetermina (más allá de la atribución de cualquier tipo de culpa) la magnitud de laresponsabilidad. Dicho en otras palabras, en la medida en que puedo debo, y en aquelloque no puedo tal vez todavía podría tratar. Si quisiéramos describirlo desde el otro extremopodríamos decir que la inocencia es una función de la impotencia. Mientras tanto,refugiándonos en las razones que nos otorgan los argumentos que se amparan en unajusticia concebida “en abstracto”, vivimos inmersos en las discusiones contables de lo queme corresponde y de lo que te corresponde a ti. Es claro que intervienen prejuicios quesuelen ser errores, como por ejemplo la idea de que si hago lo que te corresponde hacer mesometo a un abuso que afecta mi autoestima, o el pensar que tú podrías hacer lo que te pidosi no fuera porque has elegido injustamente a otro, para otorgarle lo que me niegas a mí.De hecho llevamos, en secreto, y no siempre de manera clara, un libro donde constan losdebes y los haberes de cada convivencia. La cuestión se complica porque casi nuncacontemplamos la contabilidad completa y, para peor, nos resistimos a revisar los números;161

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