Una vez reconocida la función fundamental que cumple la amistad en todas y en cada unade las relaciones que establecemos en la vida, y especialmente en aquellas que suscitannuestros afectos más íntimos, se abren algunas cuestiones de gran importancia. Si a veceshablamos de conservar la amistad, es porque reconocemos que la amistad exige, comotodas las cosas que valoramos y que despiertan nuestro interés, una labor demantenimiento. Un automóvil se arruina cuando no lo cuidamos, aun en el caso de que nolo usemos. Cada relación humana, como las plantas de nuestro jardín, solicita un cuidadocuya periodicidad no puede ser gravemente alterada. Es inútil que, como a veces sucede,abrumados por el deseo de conservarlo todo, esperemos que las personas de nuestraintimidad “comprendan”. Podrán comprender, pero tal como ocurre con nuestros animalesdomésticos, no podrán vivir torturados por el hambre y la sed de la necesidad de contacto.Casi siempre sucede que no todos los “sectores” de nuestra vida funcionan de un modo quenos hace sentir bien, y es bueno que nos ocupemos de lo que funciona mal, pero no esbueno que, malentendiendo al poeta, obsesionados por “cultivar la rosa blanca” para “elcruel que me arranca el corazón con que vivo”, abandonemos al “amigo sincero que me dasu mano franca”. Todo dependerá, sin duda, de la magnitud de lo que cada uno pueda;pero, dado que no es posible estar en dos lugares a la vez, cada vez que sea necesario elegirhabrá que cuidarse de no abandonar a quien nos ama para calmar el enojo de aquellos quenos odian. Es un hecho que cada vez que solamente pensamos en lo que nos falta nopodemos disfrutar de aquello que tenemos. Reparemos en cuántas son las veces en que,distraídos por lo que la vida nos niega, incurrimos en el gravísimo pecado de despreciar loque la vida nos da. Pero no sólo se trata de un vínculo con este ser humano en detrimentodel vínculo que tengo con aquel. Se trata sobre todo de los disgustos y placeres que cadavínculo me ofrece. No cabe duda de que dentro de cada convivencia estrechaencontraremos también, junto a lo que compartimos acrecentando nuestros bienestares ynuestras perspectivas, sectores que funcionan mal. Cabe señalar que en esas circunstanciasfrecuentemente cedemos a la tentación de reprochar los defectos que, en elcomportamiento de aquellos con quienes convivimos, nos decepcionan. Muy pocas vecesreparamos en el hecho de que, cuando, abandonando la actualidad de nuestro presente yolvidando las virtudes, recaemos en la necesidad de señalar continuamente los errorespasados, suele motivarnos nuestra escasa confianza en que, a través de nuestros actos,podremos evitar su repetición futura. No habrá relación, por buena que ella sea, en la cualno nos duela sentir que no estamos, recíprocamente, y en todos los aspectos, a la mismaaltura. No habrá relación humana en la cual no haya que hacer ciertos descuentos, frente atodo aquello que es producto del bluff. También entonces nos acecha el peligro demaltratar lo bueno en los otros, o en nosotros mismos, empecinados en criticar lo malo o enpretender lo mejor.Cuando las dificultades y los sinsabores en una convivencia crecen hasta el punto en quenos vamos inclinando paulatinamente hacia lo que llamamos “un distanciamiento”, ycuando una prudente modificación del encuadre no alcanza para aliviar el malestar, si almismo tiempo el cariño y los recuerdos o los proyectos que se pueden compartir no sonsuficientes para preservar el vínculo, hemos llegado al momento en que la amistad palideceo se arruina. Suele ser ésta la forma en que los amigos se pierden “en el pasado”, a vecesinsensiblemente y otras después de una ruptura traumática. Todos sabemos que esto puedeocurrir de una buena o de una mala manera, y la diferencia estriba, toda ella, en un únicopunto: cuáles serán, entre todos los “hechos” que acerca de nuestra amistad la memoria hagrabado, aquellos que más recordemos.164
SOBRE BUENAS Y MALAS MANERAS DE VIVIR LA VIDADecálogo del marinoSe suele decir “esto no es vida”, como si la mala vida no formara parte de la vida, o comosi la vida tuviera, por contrato, que ser buena. El sentimiento de que la verdadera vida seencuentra en otra parte nace muchas veces, como la envidia, de proyectar sobre los otrosun goce imaginario que es el producto de un deseo. Cuando construimos nuestra idea de lasatisfacción ajena vemos allí, realizado, lo contrario de nuestro sufrimiento actual. Lafelicidad se piensa de ese modo, como una especie de holograma esquivo, inaferrable, quese dibuja con la proyección invertida de nuestro malestar.Una parte de la vida, a veces para mal, y otras veces para bien, se realiza siempre de unmodo distinto a como la habíamos pensado. Cuando el resultado no nos gusta, lo últimoque cuestionamos son las ilusiones que nos habíamos forjado. Es cierto que “de ilusióntambién se vive”, pero esto funciona cuando somos capaces de aceptar, al mismo tiempo,la cuota de desilusión que acompaña siempre a las satisfacciones reales. Algunos idealespueden ayudarnos a mejorar la vida, pero es necesario distinguirlos de las ilusionesempecinadas que nos alejan de la realidad y la empeoran. En ese sentido se puede decirque la idea frecuente de que “soñar no cuesta nada” es errónea. Creemos, en primerainstancia, que la posibilidad de gozar depende del obtener lo deseado. Sin embargo,depende mucho más de la capacidad de tolerar la diferencia entre lo esperado y loobtenido.Aunque solemos decir que la felicidad no existe, nos gusta pensar que, por lo menos, vivirsin sufrir será posible. Hay, sin duda, maneras peores y mejores de vivir, porque el dolor,la impotencia, la renuncia, la carencia y el fracaso, que ocurren en la vida, pueden sermayores o menores. También pueden durar más o durar menos. Aunque el sufrimiento y elmalestar se atribuyen casi siempre a recuerdos del pasado y a percepciones del entornopresente, son sentimientos que se constituyen, como todos los sentimientos, consensaciones de distintas cualidades que se sienten en el cuerpo, que son actuales, y queoscilan entre topes de intensidad mínimos y máximos. Así ocurre que hay días en querepentinamente nos sentimos mejor aunque las penosas circunstancias por las cuales ayersufríamos no han cambiado en lo más mínimo. No hay duda de que los sufrimientospueden o no valer la pena, y que en esta valoración podemos acertar o equivocarnos.Cuando creemos, por ejemplo, que cada sufrimiento nos otorga frente al destino una cuotade derecho al bienestar, corremos el riesgo de aumentar nuestra penuria acumulandosufrimientos evitables con la ilusión de acumular derechos. Pero hay también buenosmotivos, motivos que valen la pena, para afrontar el dolor o para postergar el placer.Si pensamos que una ruina es una parte que conserva la capacidad de mostrarnos lo que elconjunto fue, o lo que podría haber sido en la plenitud de su forma, vemos que hay unamanera de vivir que arruina la vida, y un vivir “en forma”, como dice Ortega y Gasset, enel cual esa plenitud se realiza. Nos encontramos entonces, en la vida, con dos oposiciones.Por un lado, el sufrimiento o el goce; por el otro, la ruina o la realización plena de nuestrapropia forma. Hay pesares y placeres que son efímeros, y otros, como el sufrimiento que165
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