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Fundación Luis Chiozza

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de realizar aquellos propósitos que no terminamos de satisfacer con los niños o con losjóvenes que ellos fueron otrora?Pero no sólo generamos los hijos que engendramos como producto de nuestras célulassexuales. A veces tenemos sobrinos o hijos adoptivos. Los que enseñamos tambiéntenemos alumnos o discípulos, los médicos tenemos pacientes, y quien ejerce unaprofesión, quien profesa una tarea o el que produce una obra de su industria sentirá que suentorno se puebla de colaboradores o empleados que comparten su tarea o de personas quellevan dentro de sí una parte del fruto de su arte. Se dirá que deberíamos cuidarnos muybien de considerarlos como si fueran nuestros hijos, pero en un cierto sentido lo son sinduda alguna. No serán más nuestros de lo que son los hijos cuya vida inauguramos, ya que,como ellos, disponen de una vida propia, pero nuestra obra se prolonga en ellos y en ellossobrevive.La relación filial que establecemos (sea con un hijo, con un sobrino, con un discípulo o conun empleado) será inexorablemente un espejo que nos muestra nuestra cara con rasgossorprendentes que no siempre nos agradan. Se trata muchas veces de partes que negamos,que preferimos ignorar, y esto nos enfrenta casi siempre con un conflicto del cual somosfundamentalmente responsables. Suele ser precisamente éste uno de los problemas másfrecuentes y más típicos durante la educación de los hijos y, por qué no decirlo, la fuentemás común de los conflictos que se generan en el transcurso de la dirección de una tarea.La responsabilidad a la cual nos referimos, que surge porque, como “la imagen del espejo”lo evidencia, la relación con nuestros hijos se establece con nuestra participacióninevitable, se complica con las innumerables tareas que tenemos que asumir como padres.Así sucede, por ejemplo, cuando el hecho de que tenemos más de un hijo nos enfrenta conla tarea de árbitro o de juez.Se suele admitir, aunque de mala gana, que hay hijos preferidos, y cuando eso sucede laobservación demuestra que la mayoría de las veces constituye, para el hijo elegido, unacarga que está lejos de ser una ventaja. Es mucho más frecuente, sin embargo, que laspreferencias de los progenitores se dirijan a determinados rasgos caracterológicos de losdistintos hijos, y que además sean fluctuantes, ya que los padres quedan muchas vecestransitoriamente “copados” por una determinada capacidad de los hijos. Suelen ser loscelos, habituales entre hermanos, los que conducen a que los hijos confundan esaspreferencias parciales o transitorias con la existencia de una situación que los condena auna condición segunda en el amor de los padres.La autoridad de los padresFreud dijo que educar, gobernar y psicoanalizar son tres tareas imposibles. Tal vez debiómencionar la de ser juez, que además de ser difícil es inevitable. Aunque nuestro deseo nosconduzca a plantearla de la manera más suave posible, su dificultad permanece. Funcionarcomo intérprete o como mediador en un litigio, que es una forma “leve” de ser juez, llevasiempre implícito establecer un juicio, pero existe en este punto una cierta confusión. Sesuele pensar que no es posible “ser juez y parte”, y sin embargo, dado que no se puedejuzgar sin comprender ni comprender sin juzgar, para juzgar es necesario, de algún modo,haber participado y para poder participar es necesario haber juzgado. El punto en el cual eljuicio entra en conflicto con la empatía que la comprensión implica, el punto en el cual se31

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