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Fundación Luis Chiozza

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Las palabras como representantesTal vez haya llegado el momento, antes de pasar a ocuparnos del malentendido, de decirunas pocas palabras acerca de lo que significa “hablar”. Hablar es pronunciar palabras, ylas palabras son símbolos. Los símbolos (en este caso, palabras) son elementosidentificables que se refieren o aluden a otros elementos. Nos hacen acordar de esos otroselementos, los evocan, los representan. La bandera, por ejemplo, es un símbolo de la patria.La patria, en este caso, es un concepto y al mismo tiempo constituye también un símbolode otro existente: el territorio, la sociedad y la nación que sentimos como propios. Eledecán de un presidente, otro ejemplo, lo simboliza cuando lo representa en su ausencia.Fundamentalmente, y en pocas palabras, un símbolo es el representante de un ausente.Cuando se pronuncia una palabra, por ejemplo “Freud”, evoca en quienes escuchanprecisamente la representación de esa persona, Freud, acerca de la cual se espera que, acontinuación, se diga algo. En ese discurso la palabra “Freud” es un símbolo querepresenta a un Freud ausente, un símbolo que tiene la función de evocarlo para decir algoacerca de él. Claro está que también es posible usar el lenguaje de otro modo en el cual lapalabra, en lugar de funcionar como el símbolo que representa a un ausente, funcione comoel signo indicador de una particular presencia. Cuando uno dice, por ejemplo, “hay quetener cuidado con lo que se dice”, la palabra “cuidado” evoca la representación de unconjunto de precauciones que, de acuerdo con lo que se está diciendo, habrá que poner enjuego en el momento oportuno. Pero si alguien dice “¡cuidado!” (con signos deadmiración) con la actitud del que señala algún peligro actual, todo el mundo se pregunta“¿qué sucede?”, en el presente, acerca de lo cual hay que tener cuidado en ese mismomomento. La palabra “¡cuidado!”, con signos de admiración, es una palabra signo. Lapalabra “cuidado”, en el discurso habitual, sin esos signos de admiración que sonelementos de un código que cambia su sentido, es un símbolo que representa un peligroque actualmente está ausente.Detengámonos ahora brevemente en una cuestión que es esencial. Los elementos de uncódigo que, como en el caso de los signos de admiración, no está contenido en elsignificado semántico de cada palabra, es decir, en lo que cada palabra designa, sino en unsistema exterior, “extraverbal”, como sucede con el tono, amable o iracundo con el cualhablamos, son aquellos que introducen el arte en el decir. Se ha dicho que cuando Simenonen una novela nos dice que llueve, uno siente que se moja. Obtendremos un efectosemejante si, cuando escribimos que las ranas croan, logramos elegir palabras cuyosfonemas “suenan” de un modo que remeda su croar. Gombrich ha llamado “redundanciaextrasistemática” a este recurso por el cual el sentido redunda desde “afuera” del sistemapropiamente verbal, transformando las palabras de un enunciado en las formas del arte quellamamos literatura, teatro o poesía. De allí surge una de las principales dificultades paratraducir un poema. Jakobson señalaba que hay vocales claras, como la “a”, la “e” y la “i”,y vocales oscuras, como la “o” y la “u”. Cuando traducimos, del inglés al castellano, elestribillo que finaliza las estrofas de El cuervo de Poe, el never more transformado en“nunca más” pierde sus resonancias tétricas.Vivimos bastante confortablemente en un mundo de objetos, hasta que empezamos ainterrogarnos acerca de “qué son” estos objetos que tan confortablemente nos rodean.Ortega decía, por ejemplo, “nadie ha visto jamás una naranja”, ya que todo lo que podemoshacer es ver media naranja e imaginar, a partir del recuerdo, la presencia de la otra mitad.Es claro que esto sigue siendo así aunque giremos la naranja o nos movamos alrededor de102

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