avatares que nos depara el presente. Solemos comportarnos entonces como alguien que,torturado por una hipoteca que no puede pagar, gasta los escasos recursos que le quedancon la esperanza de ganar la lotería. Freud señalaba que la terapéutica psicoanalítica no nospromete sustituir el sufrimiento por la felicidad, ya que se propone, con mucha mayormodestia, sustituir el sufrimiento neurótico por el sufrimiento que es normal en la vida.Análogamente podríamos decir que la medicina, aunque incluya una psicoterapia solvente,sólo puede ofrecernos, para volver a la salud, un camino que no puede evitarcompletamente el dolor. Sin embargo, frente a los sufrimientos que la enfermedad nosdepara, y que no valen la pena que ocasionan, porque (como ocurre con el ejercicio de unamedicina equivocada) empeoran nuestra vida y arruinan nuestras posibilidadesengendrando a la postre un mayor sufrimiento, existen sin duda otros sufrimientos que, enel camino de vuelta a la salud, son los que valen la pena. Recordemos las tres situaciones,que se conocen desde antiguo, mediante las cuales, con mayor frecuencia de la quedesearíamos, solemos evitar la responsabilidad que nos enfrenta con la realización de unduelo. Si por ejemplo acabamos de romper un jarrón en la casa de un amigo íntimo, querepresenta para él un recuerdo muy querido, una actitud maníaca podría conducirnos adecir “no tiene importancia, sólo se trata de un jarrón”; una actitud paranoica, en cambio,nos llevaría al comentario: “en el lugar en donde lo habían colocado era natural quealguien, sin darse cuenta, lo rompiera”; y una actitud melancólica insistiría en manifestarun desconsuelo que, implícitamente, solicita a nuestro amigo que nos asegure que nadaimportante ha sucedido. El duelo, en cambio, nos hubiera conducido a reparar lo que puederepararse y, frente a lo que no tiene reparación posible, a un lamento mesurado quecontiene una cierta confianza en que lo que no tiene remedio podrá tal vez ser compensadocon otras alegrías.Se ha llevado a cabo una experiencia (muy cruel) que nos deja una enseñanza. Si se colocauna rata en un amplio recipiente lleno de agua, con bordes resbaladizos que no le permitensalir, luego de nadar unos quince minutos se ahoga. Si en cambio, luego de dejarla nadardoce o trece minutos, se la rescata, y se la vuelve a colocar en el estanque después de queha descansado, la rata nadará veinticinco minutos antes de entregarse a la muerte, porque,como producto de su experiencia, su esperanza es mayor. La desesperación, el desánimo,la desmoralización, que ocurren en circunstancias en que la penuria se une a una falta deconfianza (que es producto del conjunto de las experiencias anteriores) y a una carencia demotivos, disminuyen nuestra disposición para hacer un duelo y nos llevan a solicitar lagarantía de que valdrá la pena. Todo lo que podremos hacer, frente a una tal solicitud, serárepetir la frase pronunciada por un famoso cirujano francés: “Yo lo vendo, Dios lo cura”.Recordemos, sin embargo, la sentencia: el que tiene un “porque” para vivir soporta casicualquier “cómo”.Las tres actitudes evasivas, la “prestidigitación” maníaca, la irresponsabilidad paranoica yla extorsión melancólica, nos muestran de una manera esquemática cuáles son losargumentos con los cuales, frecuentemente, y sin plena conciencia, bloqueamos el caminoque nos hubiera conducido a la recuperación de la salud. La dificultad mayor reside, sinembargo, en que habitualmente hemos recorrido un paso más en la dirección contraria,porque nos hemos “olvidado” del jarrón que rompimos y no intentamos siquiera recuperarel recuerdo que nos permitiría “encontrarlo”.La recuperación del recuerdoDecíamos antes que, a veces, el paciente se acuerda del momento en el cual expulsó de la122
conciencia la idea intolerable, pero, aunque el recuerdo de aquella idea exista,frecuentemente se ha perdido la conexión que le otorgaba su importancia. Una películacinematográfica que se estrenó hace mucho con el título Hace un año en Mariembadinauguró una técnica de filmación muy efectiva. El guión se refería a una situacióntraumática olvidada, y cada vez que el protagonista se acordaba de algo reprimido,aparecía en el film, como un rapidísimo flash que el espectador al principio casi no podíaver, una brevísima escena, filmada en una película sobreexpuesta a la luz que se veía casitotalmente blanca y que, paulatinamente, se iba mostrando mejor en otros flashes querepresentaban sucesivos e incompletos recuerdos. Así se iban encadenando las escenascomo recuerdos que, a medida que progresaba el film, nos relataban, por fin, la situacióntraumática. Parece una representación muy lograda de lo que es el proceso de resignificaruna historia, es decir, el proceso que deriva de no conformarse con la historia “pretexto” ybuscar el “texto” de la que está detrás. Pero no se trata, como es natural, de unprocedimiento fácil. No sólo porque, como ya dijimos, es necesario enfrentar el dolor, sinotambién porque no siempre se experimenta la suficiente confianza en que, a la postre,intentarlo será lo mejor. Existe toda una cultura del vivir “zafando”. Recordemos elconocido chiste que habla de un encuentro entre una señora y un borracho. Ella le preguntapor qué no deja de embriagarse, y cuando él le responde que ya es tarde, ella insiste con elargumento de que nunca es tarde, pero entonces sucede que el borracho alega que, si nuncaes tarde, no necesita apurarse. El chiste relata, de un modo jocoso, una resistencia que escomún encontrar durante el ejercicio de la psicoterapia, pero no sólo allí. Por un lado, seesgrime la idea de “yo soy así, no puedo cambiar”, mientras por el otro se prepara, enretaguardia, un argumento que sostiene que “si se puede cambiar, empezaré mañana”.Existen algunos diseños coloreados, que integran una colección publicada con el nombrede Ojo mágico, y que, cuando se los mira desde cerca y desenfocando intencionalmente lamirada, de pronto permiten contemplar una figura tridimensional que estaba oculta y quese “despega” de la superficie plana. Pero no es fácil lograrlo, porque debemos lucharcontra el hábito que nos impide desenfocar intencionalmente la mirada sin dejar de dirigirnuestra atención al dibujo. Algo similar ocurre con lo que el psicoanálisis llama “atenciónflotante”. Inversamente, si cuando uno escucha lo que le dice un paciente, no sólo dirige suatención, sino que además “la enfoca” concentrándose en el relato, es difícil que se lerevele lo que el velo de la represión encubre. Racker aludía a un viejo sabio chino quehabía perdido sus perlas y que mandó a sus ojos a buscarlas, y sus ojos no las encontraron;entonces envió sucesivamente a todos sus sentidos, que tampoco las encontraron, hasta quemandó a su “no buscar”, y su “no buscar” por fin encontró las perlas que buscaba.Decíamos antes que la conciencia es, por ineludible necesidad, parcial, y debemos agregarahora que dentro de esa parcialidad, que se manifiesta en múltiples formas, podemosdistinguir una conciencia concentrada y aguda, que nos revela, de una manera nítida,detalles aislados, y una conciencia amplia y obtusa, que abarca conjuntos y profundidadesde una manera borrosa.Si logramos (venciendo la dificultad) “desenfocar nuestra mirada”, es posible quelleguemos a encontrarnos, de pronto, como sucede con lo que llamamos una ocurrencia,con “una punta” de la historia que nos instalará en el camino que conduce a la salud. Allí,dentro del drama que esa historia nos cuenta, reencontraremos el dolor que hubo dellevarnos antes a recubrirla con otra, pero la pena de este dolor que se despierta vendrá conel mérito del antiguo valor que habíamos perdido cuando, procurando evitar esa pena,elegimos el sufrimiento, de mérito menor, que nos llevó a enfermar. El texto de esa historiano es el fin del camino que puede deshacer la enfermedad que nos aqueja, es apenas un123
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