fabrique con más fresas en Francia y con más chocolate en Italia.Que los italianos digan tuttavia (todavía) con el significado de “sin embargo”, cuandonosotros decimos “todavía” para significar algo muy diferente, es algo que reclamaexplicación. Ejemplos como éste dan pie para que se piense que la relación entre laspalabras y su significado es “convencional y arbitraria”, pero la cuestión cambia de aspectocuando se la examina con mayor profundidad. Podemos aceptar que esas dos palabrasjuntas “sin embargo” significan algo así como “lo que dije no embarga (no afecta) lo quevoy a decir ahora”. ¿A qué se debe, entonces, que para decir esto que es tan claro a losingleses se les ocurra decir “como siempre”? Es posible suponer que la palabra however(como siempre) es parte de una frase más grande que, en su conjunto, es un pensamientoque corresponde al significado de “sin embargo”. La frase que expresa ese pensamientopodría ser, por ejemplo: “como siempre ocurre, es posible de todos modos, todavía, que elpeso de lo dicho no afecte, que no obste o estorbe, que no embargue lo que diré acontinuación”. Es posible también suponer que de esa frase más larga se eligieron, endistintas lenguas, varias palabras que representan el pensamiento completo; se adoptó, del“como siempre”, el comunque italiano y el however inglés; se eligió también el tuttaviaitaliano, similar al anyway inglés, que quiere decir, literalmente, “todavía” (por todos loscaminos, de todos modos) y se usa, en esos idiomas, para significar “sin embargo”. Seeligió también el “a pesar de” que se utiliza en nuestro idioma y el nonostante italiano, conun significado análogo al “no obstante” castellano.En esta historia de la relación entre los símbolos y su referente, se ve con claridad que (talcomo se comprueba cuando se intenta traducir desde un idioma a otro) existe un elevadogrado de especificidad “natural” entre las palabras y los conceptos a los cuales aluden,hasta el punto en que, cuando cambiamos de idioma, las palabras traducidas aluden aconceptos que son similares pero que raramente son idénticos. Encontramos en estacircunstancia una de las primeras razones del malentendido, que podemos ejemplificar conel alemán que pide una cerilla creyendo que le traerán un Streichholz. De más está decirque esta situación, que hemos descrito con un ejemplo burdo en el pasaje de uno a otroidioma, impregna el conjunto entero de la comunicación humana, ya que cada vida es unmundo. Un mundo que, por detrás de unos pocos espacios comunes, acumula un acervo deexperiencias que se organizan configurando en cada hombre un verdadero “idioma”propio.Los símbolos aluden a sus referentes, a los cuales genéricamente llamamos “objetos”.Recordemos ahora lo que dijimos antes, que aun los objetos que percibimos como “cosas”concretas del mundo son interpretaciones, es decir que ellos mismos son símbolos. Esto seve mejor aún cuando, en lugar de referirnos a los objetos concretos, nos referimos a losconceptos abstractos que acerca de ellos nos formamos. La palabra “triángulo” refiere a unconcepto creado que se construye procesando una experiencia. Aunque sobre conceptoscomo el de triángulo es muy fácil ponerse de acuerdo, con la mayoría de los conceptos nosucede así, y vemos en esto uno de los ejemplos más claros del malentendido. Pensemosahora que en una clase de psicoterapia psicoanalítica se reparte una hoja para que todos losalumnos rindan una prueba escrita sobre un solo concepto: el Complejo de Edipo. Más alláde con cuánta fortuna o infortunio se pueda escribir esa página, la lectura de todas nosmostrará que, así como podemos encontrar en ellas cosas iguales, sobre todo entre lascosas que llamamos “de fondo”, vamos a encontrar muchas distintas. Podemos entonceshacernos una idea de lo que puede llegar a suceder cuando en medio de una conferencia106
ápidamente decimos “situación edípica”, y seguimos de largo. Cada uno entenderá su“hojita”, esa misma que, escrita, es tan distinta de la que escribe el que está sentado al lado.Esto pasa con los conceptos, con los objetos y con las emociones.Cuando vemos gente de muy distinta contextura racial, por ejemplo japoneses o chinos,solemos verlos como si todos ellos fueran iguales entre sí, pero podemos sospechar queellos, como nos sucede a nosotros, de raza caucásica, también entre sí se verán muydistintos y que nos verán tan iguales entre nosotros como los vemos a ellos. Somos, escierto, muy iguales. Milenios de evolución apenas diferencian nuestro ADN del ADN delsimio en un porcentaje mínimo, pero también es cierto que el que ama una mujer “sabe”que no habrá ninguna igual, “ninguna con su piel y con su voz”. Esa diferencia, que tantovaloramos y tanto nos importa, constituye sin duda una de las fuentes principales delmalentendido, ya que, cuando hablemos, el objeto de nuestro hablar girarápredominantemente sobre esa diferencia. A veces, la cuestión se presenta como un asuntode estilo. Hay quien se llama a sí mismo sincero mientras que su interlocutor lo definecomo brusco, agresivo y desconsiderado, pero también sucede que quien se comporta deun modo que juzga cortés y educado puede ser catalogado como hipócrita, inauténtico yfalso.Somos diferentes, dijimos, en los estilos, en los conceptos que usamos, en los objetos queconstruimos y percibimos, y en las emociones que nos animan. Que nos diferencie la formaen que sentimos tiene una importancia extrema, porque las emociones son lo único que enel fondo nos importa, y si queremos hablar no es solamente para decir “alcánzame ellápiz”, sino en última y fundamental instancia, para modificar nuestras emociones. Freuddecía que el motivo verdadero de la represión es impedir el desarrollo de un afecto penoso,y también que, cuando soñamos con ladrones y tenemos miedo, los ladrones podrán serimaginarios, pero el miedo es real. Es decir, cuando un significado adquiere significancia,acontece porque, de manera evidente o de manera implícita, relegada a lo inconciente,compromete un afecto. En el caso contrario reconocemos que se trata de unainsignificancia. El tráfico mental por excelencia, el único que paga derecho de aduana, sonlas emociones. Decimos que las ideas son fundamentales, pero lo son y les damosimportancia porque comprometen afectos. El referente privilegiado de cualquier discursoserá entonces, de manera explícita o implícita, el afecto y, aunque hablemos de objetos,cantidades, cualidades, movimientos, acciones o conceptos, sólo lo haremos en virtud deesa repercusión, a veces inmediata y otras veces ulterior. Comunicarnos, entendernos,encontrarnos, será pues progresar en el camino de nuestra indagación y evolución afectiva.Podemos comprender entonces que la Torre de Babel, símbolo del hablar sin entenderse,represente (en lo que a los afectos se refiere) el testimonio de una penosa soledad.Cabe recordar aquí que la palabra “bárbaro” significa bruto, violento, rudo, cruel, carentede miramiento o de civilidad, pero fundamentalmente, y por su origen, se refiere a “aquelcuya lengua no se entiende”, lo cual demuestra que la soledad nacida de la incomprensiónsuele generar hostilidad. No cabe duda de que la hostilidad es una forma de un encuentroque, en esas circunstancias, suele llamarse “encontronazo”. Tampoco cabe duda, entonces,de que en nuestro trato con los otros tendremos que contar con ella. De allí nacen, en todoslos idiomas, las palabras “feas”, que se prestan para ser hirientes e insultantes. Merece serseñalado que la existencia de las palabras que llamamos feas, malas o groseras constituyeuna reserva, un sector de la cartera en la cual guardamos nuestro acervo lingüístico. Setrata de recursos que aprendimos a usar en el enojo, con la eficacia que los convierte eninsultos, aprovechando nuestra percepción de que, cuando el insulto llega, siempre se abrecamino gracias a la inseguridad que opera en el ánimo de su destinatario.107
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