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Fundación Luis Chiozza

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La complicidad con el pretextoEn el reconocimiento de la crisis biográfica actual que atravesamos se nos presenta, comoya dijimos, una primera oportunidad para emprender un camino que preserva la salud,antes de ceder a la tentación de continuar progresando en el camino, menos doloroso y másfácil, que, postergando el duelo, nos aproxima a la enfermedad. Se trata de enfrentarauténticamente el dolor que constituye un duelo, soportando los sentimientos de culpa y lahostilidad que muchas veces nos animan, pero sobre todo desconfiando de la historia quetenemos armada acerca de las razones que nos hacen sufrir. Si es cierto que necesitamosdescubrir el texto de una diferente historia, es también cierto que debemos atrevernos acuestionar todos los textos previos, los pretextos que nos han conformado.Si una persona sufre, por ejemplo, crisis nocturnas en las cuales percibe sus palpitacionescardíacas con un ritmo acelerado, y esto la conduce a consultar a un cardiólogo, es posibleque reciba el diagnóstico de que padece de una taquicardia paroxística; y si los exámenescomplementarios no arrojan resultados anómalos, probablemente será interpretada comouna crisis neurovegetativa que se relaciona con las emociones y con un estado denerviosidad. Entre las modificaciones en las funciones fisiológicas que el miedo produce,está la diarrea, el aumento de la frecuencia en el ritmo de la respiración, el temblor, lapalidez del rostro, la dilatación de las pupilas, el aumento de la sudoración, la erección delos pelos y también la taquicardia. Todos estos fenómenos, cuando se presentan juntos,más las sensaciones que por experiencia propia sabemos que los acompañan, configuran elafecto que denominamos “miedo”. También sabemos que, cuando una persona necesitaignorar el miedo que le ocurre, puede descargar la energía que excitaba todas esasfunciones en una sola de ellas, que adquiere de este modo una intensidad inusitada, peroque así se convierte en un representante, equivalente del miedo, que no será reconocidocomo tal. Si la persona que sufre la taquicardia paroxística, a pesar de todo, a veces sientemiedo, no dirá que el miedo se manifiesta en las palpitaciones, dirá que las palpitaciones leproducen miedo. El pretexto de la segunda historia oculta el texto de la primera, y elmotivo del primitivo miedo permanece ignorado, aunque, claro está, la ignorancia que semantiene reprimiendo la intensidad y la cualidad de un sentimiento, tanto como susmotivos, no se sostiene sola, sino que, por el contrario, exige un esfuerzo (de desalojo,decía Freud) permanente, que entretiene y gasta una parte, frecuentemente grande, de laenergía vital.Solemos atribuir a los médicos la responsabilidad por muchos de los errores quecometemos, con respecto al tratamiento de nuestra enfermedad, pero debemos admitir quesolemos elegir médicos o psicoterapeutas que funcionen acordes con los conceptos que,acerca de nuestra enfermedad, nos hemos formado. A veces las ideas que tienen consensonos ayudan a cuestionar esos conceptos mediante una tarea que tiene todas lascaracterísticas de una buena educación sanitaria, y otras veces su complicidad contribuyepara que permanezcamos atrapados en actitudes que sostienen nuestra enfermedad, porque,como es natural, muchos de los mejores desarrollos que la medicina o la psicoterapia hanlogrado demoraron muchos años en adquirir la aceptación del consenso. Entre las ideas quehoy contribuyen a que los enfermos persistan en actitudes perjudiciales y erróneas,podemos mencionar algunas. Se suele pensar, por ejemplo, que el camino de lapsicoterapia es demasiado laborioso, comprometido y largo, olvidando que elentrenamiento deportivo, el aprendizaje de un idioma diferente de la lengua materna o lacapacidad para “tocar” un instrumento musical exigen un recorrido semejante al que puede119

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