FORMAR PAREJADosEl número dos inaugura la idea misma de lo que es un número como representante de lacantidad que mide una pluralidad, ya que la unidad, que representa una totalidad indivisa,se opone, en rigor, a la idea de un número. Por eso suele decirse que el dos es el númeroque se pensó primero, mientras que el cero, inexistente en los números romanos, es elúltimo. Para lograr dos es necesario uno más uno, pero cuando se trata de personas, noconstituye una suma elemental, porque dos personas no pesan, no gravitan, ni aunfísicamente, exactamente el doble de lo que pesa una. Esto se ve mejor si, en lugar desumar uno más uno, formamos el dos con uno y una. No sólo atribuimos un sexo, o el otro,a cosas tan sustantivas como el cuchillo y la cuchara, sino que formamos de ese modo,otorgándoles un género sexual, dos grupos importantes con las palabras mismas. Laspalabras no se agrupan a partir de otras cualidades que permiten diferenciar a los objetos,como por ejemplo el ser o no comestibles. No cabe duda, entonces, de la importanciafundamental que tiene, para el alma humana, el hecho, obvio, de que “una” es femenina y“uno” masculino.Entre las cosas de la vida hay una que en nuestro idioma se designa con la expresión“formar pareja”. La expresión lingüística señala que una pareja hay que formarla; y cuandose logra constituirla, cada uno de los dos que forman “una”, transforma en ella su modo devivir y de sentir la vida. El término “pareja” mantiene, de manera implícita, unainconveniente ambigüedad. Porque alude a la condición de “par”, y ocurre que, si en algúnsentido una pareja es un par, no se parece a un par de pesos, de clavos o de fósforos, separece mejor a un par de zapatos o de guantes, ya que se trata de un par complementario,que se constituye propiamente en razón de ser “dispar”. Frente a todo lo que un serhumano tiene de común con otro, esa diferencia “que los complementa” podrá versepequeña, pero sin asumirla plenamente no se puede “formar bien” una pareja. En cuanto ala cuestión, que en nuestros días despierta una polémica, de si es posible constituir unapareja en una relación homosexual, sólo diré que una respuesta afirmativa lleva implícito,de todos modos, que sus integrantes participan en esa relación desde roles que, aunque seejerzan en forma alternativa, son complementarios.El yugo y el acople armónicoHabitualmente, cuando se trata de un matrimonio, hablamos de “cónyuge”, palabra quealude, en su significado etimológico, al hecho de compartir un yugo, como la yunta debueyes que tiran de una misma carreta. De este modo podríamos decir que, entre lasformas de constituir una pareja, hay una que, en su sentido extremo, consiste en compartirla condición, solidaria o recíproca, de subyugado o sojuzgado. Estas dos últimas palabrastambién derivan de “yugo”. Aunque puede aducirse que el término “cónyuge” se refieresobretodo a tirar “juntos” del yugo, alude siempre al hecho de “tirar de un yugo”, y laexperiencia muestra que, cuando un vínculo se consolida, de manera predominante, sobre12
la base de compartir una misma penuria, cuando esa penuria que llenaba la vida de loscónyuges termina y los deja de pronto frente a frente, su relación ingresa en una gravecrisis, ya que sólo puede perdurar si se reconstruye sobre bases distintas. No pareceentonces la palabra “cónyuge” una elección feliz, porque, como sucede con la palabra“esposos”, señala la existencia de una esclavitud compartida. Reparemos en que lasesposas que usa el policía para que no escape su preso también se llaman “esclavas”. Lapalabra “consorte”, que por su origen significa compartir la misma suerte, parece muchomejor, pero se usa muy poco.Decimos, de los animales, que se acoplan o que copulan, pero no nos parece apropiada, ennuestro idioma, la palabra castellana “copla” para designar a una pareja humana. Lositalianos, en cambio, usan habitualmente la palabra equivalente coppia, y los francesescouple. Sin embargo, mientras que la expresión “vínculo conyugal” (especie de“conyugado”) remite inconcientemente a la esclavitud de la pareja, la expresión “acople”tiene connotaciones de armonía. Cuando la unión funciona bien, se trata de un acople comoel que se da entre los átomos que forman moléculas estables, o como el que se encuentra enel caso de las estrellas dobles, que, unidas en sus campos gravitacionales, se comportancomo un cuerpo único en su relación con los cuerpos del entorno. El término “casal” (otrapalabra que alude, en castellano, a esa condición de armonía, de afinidad, de amalgama ode correspondencia entre complementarios, que conduce al casamiento) sólo se usa ennuestra lengua cuando se trata de animales.La presencia de un terceroHemos visto innumerables veces que la forma en que cada ser humano intenta formar unapareja proviene de la experiencia que ha vivido frente a la pareja de sus padres. Es unainfluencia inevitable, que hasta se manifiesta a veces en el intento compulsivo de hacerprecisamente lo contrario de lo que se ha visto en ellos. Comprender esas primerasexperiencias infantiles nos enseña, además, que la pareja no se forma como un vínculo dedos sino de tres, porque ese niño que cada uno fue frente a sus padres, contemplando desde“afuera” algo que en ese momento sólo ocurre entre otros dos, perdura todavía dentro denosotros cada vez que nos unimos en pareja. Así se configura en cada pareja, y de modoinconciente, lo que Pichon Rivière decía de la relación que se constituye entre elpsicoanalista y su paciente, un vínculo bicorporal pero tripersonal, en el sentido de que dosestán allí físicamente, mientras que el tercero está siempre implícito en la estructura mismade esa relación.Lo que sucede con toda pareja humana es similar. El tercero está siempre presente. No merefiero, obviamente, a la coparticipación de un tercero, de manera concreta y material, en laactividad genital de una pareja, sino precisamente a lo contrario. El hecho, pleno designificación, de que se mantenga durante años un vínculo genital que excluye a todos losdemás subraya la importancia de la ausencia física de un tercero que, psicológicamente,siempre está presente. En las situaciones en las que se habla de la fidelidad más absolutapuede decirse que ese tercero “brilla por su ausencia”, pero precisamente ese brillo marcasu importancia. El tercero que amenaza a la pareja, aunque permanezca inconciente, dealgún modo está siempre presente, y mantiene “encendida” una situación de celos quecontribuye al interés erótico. En el capítulo anterior vimos cómo, cuando decimos “uno”,está implícito el dos que se refiere a algún otro con el cual, en ese modo de decir, nos13
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