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Fundación Luis Chiozza

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la base de compartir una misma penuria, cuando esa penuria que llenaba la vida de loscónyuges termina y los deja de pronto frente a frente, su relación ingresa en una gravecrisis, ya que sólo puede perdurar si se reconstruye sobre bases distintas. No pareceentonces la palabra “cónyuge” una elección feliz, porque, como sucede con la palabra“esposos”, señala la existencia de una esclavitud compartida. Reparemos en que lasesposas que usa el policía para que no escape su preso también se llaman “esclavas”. Lapalabra “consorte”, que por su origen significa compartir la misma suerte, parece muchomejor, pero se usa muy poco.Decimos, de los animales, que se acoplan o que copulan, pero no nos parece apropiada, ennuestro idioma, la palabra castellana “copla” para designar a una pareja humana. Lositalianos, en cambio, usan habitualmente la palabra equivalente coppia, y los francesescouple. Sin embargo, mientras que la expresión “vínculo conyugal” (especie de“conyugado”) remite inconcientemente a la esclavitud de la pareja, la expresión “acople”tiene connotaciones de armonía. Cuando la unión funciona bien, se trata de un acople comoel que se da entre los átomos que forman moléculas estables, o como el que se encuentra enel caso de las estrellas dobles, que, unidas en sus campos gravitacionales, se comportancomo un cuerpo único en su relación con los cuerpos del entorno. El término “casal” (otrapalabra que alude, en castellano, a esa condición de armonía, de afinidad, de amalgama ode correspondencia entre complementarios, que conduce al casamiento) sólo se usa ennuestra lengua cuando se trata de animales.La presencia de un terceroHemos visto innumerables veces que la forma en que cada ser humano intenta formar unapareja proviene de la experiencia que ha vivido frente a la pareja de sus padres. Es unainfluencia inevitable, que hasta se manifiesta a veces en el intento compulsivo de hacerprecisamente lo contrario de lo que se ha visto en ellos. Comprender esas primerasexperiencias infantiles nos enseña, además, que la pareja no se forma como un vínculo dedos sino de tres, porque ese niño que cada uno fue frente a sus padres, contemplando desde“afuera” algo que en ese momento sólo ocurre entre otros dos, perdura todavía dentro denosotros cada vez que nos unimos en pareja. Así se configura en cada pareja, y de modoinconciente, lo que Pichon Rivière decía de la relación que se constituye entre elpsicoanalista y su paciente, un vínculo bicorporal pero tripersonal, en el sentido de que dosestán allí físicamente, mientras que el tercero está siempre implícito en la estructura mismade esa relación.Lo que sucede con toda pareja humana es similar. El tercero está siempre presente. No merefiero, obviamente, a la coparticipación de un tercero, de manera concreta y material, en laactividad genital de una pareja, sino precisamente a lo contrario. El hecho, pleno designificación, de que se mantenga durante años un vínculo genital que excluye a todos losdemás subraya la importancia de la ausencia física de un tercero que, psicológicamente,siempre está presente. En las situaciones en las que se habla de la fidelidad más absolutapuede decirse que ese tercero “brilla por su ausencia”, pero precisamente ese brillo marcasu importancia. El tercero que amenaza a la pareja, aunque permanezca inconciente, dealgún modo está siempre presente, y mantiene “encendida” una situación de celos quecontribuye al interés erótico. En el capítulo anterior vimos cómo, cuando decimos “uno”,está implícito el dos que se refiere a algún otro con el cual, en ese modo de decir, nos13

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