muchos los que giran en el límite de su velocidad crítica. Un mundo que carece de unordenamiento jerárquico (una carencia que en nuestra época abunda y aumenta) vaperdiendo aceleradamente significación y bienestar, aunque incremente los bienesmateriales de los cuales dispone. La impresionante disminución de la natalidad en muchospaíses del llamado “primer mundo” habla muy claramente del punto que ha alcanzado unpensamiento egoísta según el cual el compromiso de un hijo (o inclusive un matrimonioelegido por amor) arruina las posibilidades de un progreso material o de una buenaubicación en la estructura del poder.Puede servirnos como ejemplo una pareja de la llamada “clase media”, que cuandoproyecta hoy “tener” un hijo suele pensar que previamente deberá adquirir lavadora,heladera, aire acondicionado, dos televisores, videocasetera, automóvil, computadora y un“buen departamento”. Lo cierto es que, cuando nada se resigna, de cada cosa se lograsolamente una parte; de modo que, frecuentemente, cuando el hijo “llega”, debe jugar entrela mesa del comedor y el piano. Es muy difícil entonces que si el niño se mueve no tumbealgún florero, despertando la hostilidad o la desesperación de sus progenitores o de laspersonas que los cuidan mientras los padres trabajan. Pero hay también otros ejemplos, enlos cuales algunos jóvenes que están “desempleados”, o con un trabajo exiguo, y que aúnviven con sus padres engendran, en un encuentro ocasional, un hijo que se verán forzados acriar en condiciones precarias.Cuando no se logra preparar, para el nacimiento de un hijo, el ambiente necesario ynatural, la situación que se crea puede compararse con la de un psicoanalista que trabajacon niños en un encuadre malo, torturado dentro de un consultorio poblado de objetosvaliosos y frágiles que son intocables.El niño idolatradoTampoco contribuye a un desarrollo sano de los hijos la situación opuesta, representadapor una adoración del niño, por una paidolatría reactiva que ante supuestas necesidadesimpostergables y prioritarias del hijo pospone todo, inclusive la vida erótica o elcompañerismo que otrora enriquecía al matrimonio.No sólo es importante en este punto el momento en que la pareja, después del parto,reiniciará sus relaciones genitales. El caso típico del bebé que interrumpe con su llanto elacto genital frecuentemente pone a prueba el sentido común de la pareja, y en especial elde la madre, dado que, cuando ella se equivoca, se une con un hijo al cual “deja sin padre”.La idea de que tal vez se ha caído de la cuna o que puede ocurrirle algo grave suele ser laexpresión de ansiedades nacidas de los sentimientos de culpa frente a la satisfacción y elgoce, ya que la inmensa mayoría de las veces el bebé sólo expresa de este modo suspropias ansiedades frente a lo que experimenta como un abandono.El tema de la paidolatría adquiere connotaciones penosas en los casos en que,contemplando los derechos del niño, llega a perderse de vista el necesario equilibrio, y aveces incluso sucede que algunos psicoterapeutas de niños incurren en esto sustituyendo suactividad interpretativa por dudosos consejos de puericultura. Agreguemos que, en loscasos extremos, la paidolatría permite que se tiranice a los niños para que cumplan con la28
imagen idolatrada, transformándolos a veces en un bien “de consumo”, un “objeto”, porejemplo, de un litigio judicial o de un negocio publicitario.Otra forma perjudicial de la paidolatría consiste en la tendencia a premiar los esfuerzosantes o en lugar de premiar los resultados. Si bien es cierto que forma parte de la funciónmaterna el festejar y estimular los esfuerzos de un niño pequeño, no es menos cierto quecuando un niño crece e ingresa en la escuela los estímulos y premios deben irdesplazándose paulatinamente hacia la obtención de resultados. La actitud que distingue elesfuerzo que conduce al fracaso del que conduce al logro corresponde a los valores querigen en la sociedad adulta y es fundamentalmente una función paterna.El niño idolatrado, que a veces coincide con ser un hijo único, es el niño en el cualesperamos compensar, como dice Freud cuando habla de His Majesty the baby, lo que ennosotros se ha frustrado, es decir, nuestro narcisismo que ha quedado herido. Aclaremosque Narciso, según lo muestra el mito, no ama a Narciso tal como él desde dentro de símismo lo siente (o se siente) vivir. Muy por el contrario, ama al Narciso que el estanquerefleja tal como los otros lo ven, o a la ninfa Eco, que es el eco de su propia voz. En esaforma de amarse no sólo se traiciona a sí mismo, sino que al mismo tiempo “retira” el amorque sentía hacia los demás. Una y otra cosa vienen a ser lo mismo, porque el amor del cualdisponemos no es nuestro, es algo que sentimos venir desde adentro, y es “ello” que ama,con la misma fuerza, una parte importante de aquello que somos y una parte importante delo que los otros son. En nuestra jerga psicoanalítica diríamos que el Ello nos ama“autoeróticamente”, en el narcisismo primario, con el mismo amor que, cuando ama a losotros, llamamos objetal, y que, cuando funciona un narcisismo que “pierde” al narcisismoprimario (un narcisismo que en el mito conduce a que Narciso muera de hambre y de sed)en el acto con el cual abandonamos a los demás también nos abandonamos.Lo que daña al hijo idolatrado y lo transforma en un fantoche que en definitiva termina poragravar la injuria narcisista de los padres no es pues un amor excesivo por lo que ese hijoes, lo daña el amor odioso que en el fondo lo traiciona y los traiciona. Cuando, en nuestrafunción de padres, ese amor nos contamina, incurrimos en el vicio de amar a nuestro hijohasta en sus defectos, si se parecen a los nuestros, como si él fuera nuestro reflejo en elestanque o el eco de nuestra propia voz.Nuestros hijosMuy frecuentemente nuestros hijos se relacionan también con nuestros padres y, entre lasmúltiples variantes del entretejido de la trama familiar, podemos ver la coincidencia dedistintos roles en distintas edades y en las mismas personas. Así sucede, por ejemplo, conuna mujer que, al mismo tiempo que madre, puede ser hija o abuela. La madre que tambiénes hija le da a su propia hija una imagen constante acerca de la forma de ser una hijaadulta, y esa imagen, aunque no se la valore concientemente durante la infancia, constituyeuna impregnación inconciente en el carácter de la niña, que retornará como conducta, añosmás tarde, ante su propia madre anciana. Se trata de un retorno que adquirirá muchas veceslas formas exageradas que vemos en las caricaturas.Es muy importante comprender que en la infancia se prepara el conjunto completo de los29
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