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Fundación Luis Chiozza

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nacimiento (caracterizado por el paso a través de un estrecho y oprimente “canal”), ladesolación, en el adulto, toma su modelo de la desolación que el neonato experimenta en laprimera semana de su vida extrauterina. A pesar de que, durante la vida adulta, solemosllamarla “soledad”, la experiencia de desolación, como es obvio, no se relaciona con elestar físicamente solo. Suele decirse que una pluralidad de soledades no hace compañía.Ortega señalaba, en la misma dirección, que hay personas que nos privan de la soledad sinhacernos compañía. Por lo que ya sabemos no nos caben dudas de que estar desolado no esestar solo simplemente, sino que, precisamente, es estar solo de alguien en particular. Laexperiencia que obtuvimos en los estudios patobiográficos que realizamos nos condujo acomprender la desolación “separando” dentro de ella algunos puntos esenciales, perodebemos apresurarnos a agregar que pensamos de este modo en un color que en su estadonatural no existe puro sino mezclado con los otros colores primarios, constituidos por laangustia y la descompostura.Ese alguien particular frente a cuyo abandono, distanciamiento, desatención,desconsideración o falta de reconocimiento nos sentimos desolados, ese alguien que nos ha“retirado la mirada”, representante inconciente de la madre umbilical remota, es lapersona para quien (casi siempre sin reconocerlo claramente) sentimos que vivimos, ycuyos deseos son los que más influyen en los nuestros. Una persona que suele decirse“significativa”, pero que, en el fondo, es más que eso, porque es la que dotamos de lamayor significancia, aunque, como ya dijimos, no conviene perder de vista que se tratasiempre de un representante. Es alguien que, en un cierto sentido, es familiar, no porquepertenezca necesariamente a la familia, sino porque nos une con ella un vínculo (nosiempre conciente) de familiaridad. Es alguien para quien, en nuestros viajes, sacamos lasfotos que le mostraremos y para el cual elegimos la ropa que usaremos. Dado que se tratade un representante, no está de más aclarar que la persona para la cual “vivimos” puedeestar representada por un conjunto humano, como el conjunto de parientes, los muchachosdel café, los amigos del club, los vecinos del country o los colegas del hospital. Es lapersona que, cuando se aleja o se disgusta con nosotros, más se extraña. El vínculo con ellaes perentorio y, en su forma más extrema, su pérdida se siente como la carencia del aireque se respira. Su disgusto se experimenta como una atmósfera hostil, y su desatenciónconfigura un desaire. Si, como alguna vez dijimos refiriéndonos a la vocación detrascendencia, la vida de uno es demasiado poco como para que uno le dedique porcompleto su vida, conviene agregar enseguida que las condiciones que acabamos dedescribir, que nos exponen a una grave desolación, configuran una dependencia malsanaque recorre hasta un extremo la dirección contraria a la autoestima.La persona para quien hemos dicho que en cierto sentido vivimos es alguien que tambiénnos define. En la medida en que sentimos nuestro vínculo con ella como una pertenencia,define, en una parte importante por lo menos, nuestra identidad, dado que identidad ypertenencia vienen a ser como dos caras de una misma moneda. Tal vez quede más claropensando en el apellido que una mujer adopta de casada, en los casos en que se sienteacorde con él, o pensando en el club al cual pertenecemos cuando decimos “soy de”.Llevando las cosas al extremo, como a veces se observa en la desolación (o como hemosvisto en los enfermos de SIDA), sin ese objeto para la cual vivimos y que al mismo tiempodefine lo que somos, nos sentimos vivos sin ser alguien. Encontramos una parte de estoen la famosa frase que pronunciara San Martín, cuya primera parte, “serás lo que debasser” (que puede ser interpretada como cumplir con los deseos que nos impone “lapersona”, singular o múltiple, para el cual vivimos) desemboca en la segunda, “o serásnada”, acorde con lo que acabamos de decir.151

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