constituida por el padre, la madre y los hijos, ya entonces sólo agrupaba a menos de untercio de la población de EE.UU.; los dos tercios restantes estaban constituidos porpersonas “sin pareja”, algunas viviendo con hijos y otras que no los tuvieron o que novivían con ellos, parejas sin hijos, parejas que compartían hijos de matrimonios anterioresy parejas constituidas por personas del mismo sexo. Pero lo que más nos inquieta no surgede un cambio en la organización familiar, sino que la transformación producida por la“disminución” de las distancias geográficas que separan a los pueblos, por los medios decomunicación e intercambio, y por las redes que vinculan íntimamente a personas que sonmuy distintas, nos lleva a pensar que las nuevas formas de convivencia que se estángestando de manera espontánea diferirán posiblemente tanto de la familia que hemosconocido como ha llegado a diferir esa familia de la antigua tribu. No es muy aventuradosuponer, dado que parte de estos fenómenos ya están ocurriendo en el cambio de la eraindustrial a la era informática, que los niños de hoy se educarán, en gustos, costumbres ynormas morales, cada vez menos dentro de su ámbito familiar y cada vez más dentro de lamacrosociedad que los rodea.Nuestros padresCuando nacemos no elegimos la sociedad en la cual ingresamos, el mundo que nos rodea,ni quiénes son nuestros padres. No elegimos siquiera el nombre con el cual nos llamarántoda la vida, de modo que tiene mucha fuerza el pensamiento según el cual un hijo será unabuena o una mala persona, de acuerdo a cómo han sido los padres que lo han educado.Hay dos insultos (“hijo de p…” y “guacho”) que, lo mismo que su atemperado sustituto(“tipo de mala leche”), ponen el acento en la orfandad y en el abandono, materno ypaterno, como origen de una particular maldad, tejida con desconfianza, irresponsabilidad,infidelidad y traición. El diccionario, a través de sus varias acepciones, nos permite trazarcierto vínculo entre una guachada y una gauchada, lo cual no nos sorprende, porque, dadoque la gauchada es un favor que, cuando es típico, se establece pasando por encima de unaley que representa la autoridad del padre, parece evidente que el padre no acatado, burladoen la gauchada, es el mismo padre ausente que deja a un hijo guacho. La fuerza traumáticade los insultos que mencionamos, construidos por la sabiduría popular, se sostiene desdeun acuerdo inconciente con lo que significan como certificación absoluta de una maldadindudable. En otras palabras: se sobrentiende que no se puede ser hijo de p… y buen tipo ala vez.No caben dudas acerca de la influencia que nuestros padres ejercen sobre nuestra manerade ser, y sin embargo no es equivocado decir que, en un cierto sentido, creamos a lospadres que tenemos. Esto nos ayuda a comprender mejor que dos hermanos no dispongande los mismos padres. La verdad de este pensamiento, que nos reconoce una potencia y nosdevuelve una parte de nuestra responsabilidad, surge claramente ante la evidencia de que lafamosa “madre mala”, que vive dentro del alma de un hijo, es el producto del encuentroentre los modos de ser que ambos tuvieron, un producto construido entre una mamá y subebé. Los padres que tenemos son siempre un producto de la interrelación de lo que somoscon lo que ellos son. En ese sentido, se puede decir que en el encuentro, a mitad de caminoentre nosotros y ellos, los “construimos” como construimos a los objetos de nuestrapercepción. Como pasa con nuestros hermanos, con nuestros cónyuges y con nuestroshijos, no sólo es cierto que nuestros padres se arruinan como producto de su equivocación40
al vivir, también, en parte, sucede porque colaboramos con eso, porque los vemos y hastalos “fabricamos” así.Tal como lo revela el mito de David y Goliat, es cierto que tarde o temprano el hijo puede“matar” al padre de innumerables maneras, la mayoría de las cuales son desplazamientossimbólicos, representantes de una lucha sangrienta que ocurre en el mundo interno, pero nocarecen por eso de efectos, sobre hijos y padres, que son reales y que a veces son muyimportantes. Cuando esto sucede, como ya lo hemos dicho, nace de una rivalidad que sesostiene en un malentendido acerca de un falso privilegio del padre, que ubica a padres ehijos en un mismo nicho ecológico, como si compartieran necesidades iguales. De más estádecir que se trata de un malentendido entre padres e hijos en el cual casi siempre participanambos, y que su desenlace es una verdadera desgracia que deja a muchos hijosprematuramente “huérfanos” de la función paterna y priva dolorosamente a muchos padresde la posibilidad de dotar a sus hijos, destinándoles la “dote completa” de la sabiduríapaterna que “por herencia” les correspondería. Duele ver qué poco en nuestra sociedad loshijos aprovechan la experiencia de los padres y los padres disfrutan que sus hijos progreseny puedan llegar a superarlos. La vivacidad, la rapidez, la memoria, la atención, quecaracterizan la inteligencia de un joven, contrastan con la experiencia, la profundidad y lasagacidad del hombre añoso.Nos encontramos aquí con otra forma del “robo”, porque el hijo que frente a su padretiende siempre a decir “déjame a mí”, se equivoca y le quita al padre tanto como el padrese equivocaba y le quitaba al hijo cuando en su momento no lo dejaba hacer. La cuestiónno es sencilla, porque también es posible equivocarse al revés, dejando a un hijo o a unpadre que se arreglen solos cuando el primero todavía no puede y el segundo no puede ya.Padres e hijos sólo pueden ser rivales en virtud de un malentendido, y cuando esemalentendido se disipa, ambos se convierten, recíprocamente, en colaboradoresinestimables en la suprema ingeniería de vencer las dificultades que separan a nuestrossueños de su realización.Mark Twain escribió que a los ocho años pensaba que su padre era un ídolo, que a losdieciocho pensaba que era un idiota, y que tuvo que llegar a los ochenta para comprenderque era un hombre. Aunque parezca paradójico, aceptar internamente a nuestros padres“como son” es transformarlos, dentro y fuera de nosotros, en todo lo bueno que podránllegar a ser. En la relación con nuestros padres hay un tema que no goza de mucha simpatíay esto sucede, según creo, en virtud de un malentendido. El tema es la obediencia, y elmalentendido consiste en confundir cualquier forma de obediencia con una sumisiónperjudicial que atenta contra la libertad como derecho de una identidad individualsaludable. “Obedecer” es cumplir con la voluntad de quien manda, de modo que cuandoobedecemos aceptamos un mandato. Dejando de lado las formas de la obediencia en lascuales se constituye como un sometimiento, es decir, como una sumisión dañina, podemosreconocer en ella tres maneras en las cuales funciona bien.La primera funciona como una obediencia que no genera conflicto. Es automática y esinconciente, como lo son innumerables funciones del cuerpo. Predomina en el niño, en unaépoca de la vida en la cual la dependencia es muy grande y se carece de muchísimosprocedimientos de acción eficaz en la satisfacción de necesidades que son esenciales. Nocabe duda de que una parte, grande o pequeña, de esa manera del obedecer “normal”41
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