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Fundación Luis Chiozza

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mayor o menor capacidad para lidiar con los disgustos, poniendo en juego lo mejor quetenemos, surgirá nuestra posibilidad de disfrutar con placer lo que hacemos y, endefinitiva, de profesar la ocupación a la cual nos dedicamos.El empleador y el empleadoActualmente, y no es sólo un problema de Argentina, los índices de desocupación sonelevados y según parece, más allá de algunos vaivenes ocasionales, tienden a aumentar.Rifkin ha escrito, hace ya más de diez años, un bestseller con el título de El fin del trabajo,en el cual sostiene que la desocupación en nuestra civilización actualmente es progresiva,que afecta, con mayor o menor rigor, a todas las clases sociales, que conduce a unincremento creciente de la delincuencia y que no se visualizan claramente todavía losrecursos que permitirían superar la crisis. El libro, documentado, solvente y sensato, inducea prever, esquemáticamente, tres posibles destinos en cada ser humano enfrentado a lanecesidad de ganar su propio pan: la excelencia laboral, la indigencia o la delincuencia.Hay un aspecto, sin embargo, que mueve a reflexión: la disminución o la escasez de laoferta laboral no implica, en realidad, que falte la necesidad de los bienes o servicios que eltrabajo produce, implica que faltan empleos. En aparente paradoja, cuando los empleosescasean es cuando más trabajos quedan por hacer. Esos trabajos que “quedan por hacer”,y que corresponden a necesidades insatisfechas, necesitan ser reconocidos, identificados yorganizados para que puedan realizarse. Cuando quien identifica y organiza un trabajo es lamisma persona que lo realiza, hablamos del ejercicio libre de una profesión, por ejemplo, ode un oficio, que cada cual realiza “por su cuenta”. Cuando, en cambio, hablamos de unempleo, es porque el que trabaja lo hace “para” un empresario que organiza una “fuente”de trabajo y que “lo emplea”, lo cual significa en este caso que lo utiliza, en el sentido deotorgarle una utilidad, una ocupación, que antes no se concretaba. En uno y otro caso, eldel trabajador que lo hace por su propia cuenta o el del empleado que trabaja por “lacuenta” de otro, el que “haya trabajo”, el que la capacidad laboral pueda ser empleada,depende del ingenio empresario, sea propio o ajeno, que constituye la fuente de la cualbrota el empleo.El hecho de que las formas de trabajo insalubres, deshumanizadas y crueles, queconfiguraron abusos de un poder enfermo, hayan perdurado en las comunidades civilizadasconstituyendo a veces un aprovechamiento injusto del trabajo ajeno conduce, en más deuna ocasión, a desconfiar injustificadamente, en bloque, de todo lo que pueda ser llamado“empresa”. Lo cierto es que en cada época encontramos formas saludables y formasdegradadas de la convivencia humana. El caballero feudal que se jugaba la vida en lacontienda para defender las tierras que cultivaba el villano se transformó seguramentemuchas veces en el déspota que lo condenaba cruelmente a vivir en la miseria. Es ciertoque el hidalgo que no rendía honor a su hidalguía condenaba a su escudero a unaservidumbre indigna. Es también cierto que el hombre de vida acomodada que viveutilizando servicios y consumiendo bienes que nunca ha retribuido ni contribuido aproducir, aunque aduzca como íntima justificación su capacidad de hombre refinado paraapreciar el valor de lo que utiliza y consume, corre el grave riesgo de una trayectoriadecadente que, más tarde o más temprano, lo pondrá en conflicto con su entorno social. Sinembargo debe quedar claro que no todo privilegio es un abuso, ya que el privilegio,inherente a la estructura misma de la vida en sociedad, se justifica en mérito a la razónimplícita en la organización funcional. El exceso de velocidad en la ambulancia quetransporta un herido o la solicitud de la enfermera que seca la transpiración en la frente del50

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