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Fundación Luis Chiozza

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subyugado por un canto de sirenas que lo aparta de su rumbo ofreciéndole la tentaciónengañosa de los caminos fáciles.Fuimos concebidos como producto de un deseo que no se agotó en ese acto, sino quecontinúa, en cada uno de nosotros, como tendencia hacia una nueva concepción. Nuestrospadres también han querido ser abuelos, y nuestros deseos de procrear incluyen a lossuyos. Nuestros propósitos se prolongan, sin duda, más allá de los límites de nuestra propiavida. La vida de uno mismo es, en definitiva, demasiado poco como para dedicarle,por entero, nuestra vida. No es posible ser primero “para uno” y luego convivir. Uno seconstituye como uno en el encuentro con los otros. La única forma de ser es ser con otro.La única forma verdadera del placer es complacer. El significado de una vida se establecesiempre en el vínculo con alguien que le otorga su sentido. Vivimos “para” alguien que es,a la vez, destinatario de nuestros actos y juez del “expediente” que relata lo esencial denuestra vida. En el ejercicio de esa ofrenda que suele adquirir la manera de un imperativomoral que funciona entre la inocencia y la culpa, o entre la absolución y la condena,podemos realizarnos en la plenitud de nuestra propia forma o hundirnos en la ruina.Detrás del deseo (trivial) de la inmortalidad, se oculta la necesidad de vivir, con suficientemagnitud de ánimo, de un modo que trascienda, más allá del egoísmo o del altruismo, másallá de la paternidad, de la maternidad o de la familia, el entorno inmediato de lo quellamamos “yo”. Contrariar esa necesidad real de trascendencia, que puede seradecuadamente satisfecha mediante los actos concretos del vivir cotidiano, impide que lavida se desarrolle en la plenitud de su forma. El deseo que no se satisface, sostiene WilliamBlake, engendra pestilencias. Todo lo que nos arruina nos conduce a ser ruines.9- En la nave se afirma la rémora. Luego de haber aparejado es necesario zarparGenio y figura nos acompañarán toda la vida. Lo mismo ocurrirá probablemente conalgunas de nuestras buenas o malas compañías. Solemos rechazar lo bueno, a veces conuna temeridad irresponsable, a veces con noble valentía, porque anhelamos lo mejor. Perotambién solemos quedarnos con lo malo, a veces por cobardía, a veces con prudencia,porque tememos lo peor. Es inútil soñar con mares sin escollos o imaginar que se navegacon un distinto navío. Vivir como si el mundo que recorremos fuera otro, o intentar ser otracosa que uno mismo, es apurar el fracaso. Pero también es cierto que todo lo que puedearruinarnos está allí, como el éxito, en el lugar en que habitamos y consustanciado en loque somos. Todo navío se abruma cuando se demora en el puerto, cuando ha llegado lahora es necesario zarpar.Es imposible saber cuán profundos serán nuestros cambios, pero no todos los que nosaprecian nos aman ni todos los que nos desprecian nos odian. Muchas veces el que apreciavende y el que desprecia compra. Es necesario distinguir la bondad de la maldad tanto enlas críticas como en los elogios. Debemos resignarnos a que nuestra vida se realice entre elodio y el amor, porque ninguno de ellos se dará sin el otro. Ambos existen también dentrode nosotros y las aguas navegables de nuestra existencia cotidiana trascurren, con apacibleinocencia, entre dos filosos escollos: el odio a lo bueno, por querer lo mejor, y el amor a lomalo, por miedo a lo peor.171

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