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Fundación Luis Chiozza

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ser necesario para modificar, aunque sólo sea levemente, el carácter que nos precipita en laenfermedad. Otro prejuicio frecuente consiste en esperar, en el curso de una enfermedadgrave, a que la psicoterapia actúe cuando “ha pasado el peligro”. No sólo lo vemos en elejercicio de la medicina, hace poco un contador me decía, refiriéndose a un comerciantecon dificultades graves en su empresa: “le di la solución, pero no le gustó, seguramente laaceptará cuando sea tarde”.Muchas veces en un diálogo con un paciente, tal como nos ocurre durante la lectura de lasbuenas novelas, de pronto nos sentimos dentro de su vida. Nos damos cuenta, entonces,muchas veces, de que conserva en la memoria el momento preciso en que expulsó de suconciencia una idea intolerable, cuando la lucha entre recordar y olvidar todavía existía.Un momento en el que, finalmente, y como un intruso que ha llegado no se sabe de dónde,apareció un síntoma que antes no tenía. La ubicuidad de este “esfuerzo de desalojo” sepone de manifiesto una vez más cuando Nietzsche afirma que la memoria dice “has hechoesto”, mientras que el orgullo dice “no pude haberlo hecho”, y finalmente la memoria cede.Para lograrlo no siempre basta con “cerrar un ojo”, a veces hace falta recurrir a lacomplicidad de los parientes, de los amigos o de los médicos, y cuando finalmente selogra, solemos ver algo que nos impresiona por su cualidad dramática, porque en la vida deuna persona se introducen, entonces, dos nuevos personajes que conviven cotidiana eintensamente con ella: la enfermedad y el remedio. Con cada uno de estos dos personajesse experimentan los más diversos afectos, que implican miedo, enojo, reconciliación,cariño, amistad y confianza, o desconfianza, enemistad y odio. Aclaremos enseguida queaceptar una mutilación, una minusvalía irreversible o una enfermedad incurable, convivircon eso como resultado de un “trabajo” de duelo, no es lo mismo que transformar laenfermedad y el remedio en personajes con los cuales se convive en una compañíamorbosa que nos otorga derechos y nos permite satisfacer nuestro sadismo torturando alprójimo.La oportunidad que la enfermedad nos otorgaWeizsaecker escribe que a veces la enfermedad le presta una gran ayuda al hombre que lapadece, y no es difícil de entender, porque, más allá de que en una familia y en una personafuncione, como una especie de “fusible” que evita que un circuito eléctrico pueda fundirseen un lugar peor, es evidente que la enfermedad es una segunda oportunidad paraemprender el camino que nos aparta de la ruina física y de la ruindad moral que laacompaña. Un conocido proverbio repite que todos merecemos una segunda oportunidad,pero no conocemos ninguno que nos otorgue el derecho a una tercera. Admitamos que aunen nuestra época, en la cual la vejez ha perdido distinción y prestigio, puede distinguirseuna vejez en forma de una vejez en ruinas, en la cual la decadencia vital y moral semanifiesta en rigidez, parálisis, mutilación, deterioro, o en una muerte penosa que,careciendo de la homogeneidad necesaria para transcurrir de manera armoniosa, se traduceen un conflicto entre una parte que se encamina a la muerte y la otra que, a toda costa,quiere evitarla.Pero el camino de vuelta a la salud, como ya lo hemos dicho, no es un camino fácil. Nopodemos volver recorriendo a la inversa exactamente el mismo camino por el cualllegamos a la enfermedad que sufrimos. Recordemos que no hay un camino de vuelta a lainocencia. Sucede, por otro lado, que el camino que nos conduce al duelo es un trayecto “a120

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