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Fundación Luis Chiozza

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completamente, ya que sus efectos perduran.La gracia y la desgraciaPodemos afirmar sin grandes inexactitudes que las tres “gracias” a las cuales un hombrepuede acceder son: su trabajo, su mujer y sus hijos; y si se tratara de una mujer, diría: suhombre, sus hijos y su trabajo. No intento significar con esto que uno de estos dosordenamientos es superior al otro, sino simplemente señalar que, en nuestra sociedad, elorden en que se logran y valoran suele ser distinto para el hombre y la mujer. En cuanto ala desgracia digamos que consiste, precisamente, en el hecho de que no se logre acceder ala gracia. Las desgracias, en última instancia y en lo fundamental, también puedenreducirse a tres. Dejemos de lado el caso burdo de no tener trabajo, no tener cónyuge o notener hijos, porque lo contrario de cualquiera de esas tres desgracias no alcanza todavíapara vivir “en la gracia”. La gracia consiste en evitar tres desgracias más sutiles: que eltrabajo que mantiene el sustento no coincida con el entusiasmo por el hacer que se observa,por ejemplo, en el hobby; que la persona consorte no sea la misma que se ama; y que no selogre trasmitir a los hijos el legado cultural, el estilo propio, que enorgullece a los padres.Es muy difícil evitar el incurrir, en un cierto grado por lo menos, en alguna de estas tresdesgracias, y es muy frecuente que se realicen desplazamientos insalubres por obra de loscuales se intenta tercamente compensar en un área lo que se ha perdido en otra.Vemos pues que la desgracia no es una pura falta de lo que se anhela, sino que se trata, enla inmensa mayoría de las veces, de una ausencia de lo bueno que ha dado lugar a unapresencia de lo malo. Se genera así la idea de que existen dos tipos (bueno y malo) detrabajo, dos tipos de cónyuge o dos tipos de relación con los hijos. Es justamente esasensación de una fuerte presencia de lo malo instalado de un modo permanente lacaracterística que nos permite afirmar que no se trata de una búsqueda “en tránsito” haciael logro de lo bueno, sino de la ruina establecida que llamamos “desgracia”.La infidelidad y el engañoSuele hablarse de infidelidad, de engaño y de relación extraconyugal, como si fueransinónimos, y sin embargo son palabras que designan tres conceptos diferentes.Comprender bien este tema exige reparar en la diferencia existente entre el querer y elamar. Como dijimos antes, la palabra “amor” designa muchas cosas distintas, pero lapalabra “querer” señala, inequívocamente, un deseo posesivo. Es muy difícil amar cuandose quiere, porque el sentido de propiedad genera un problema complejo que se manifiestatambién en nuestra actitud frente a la infidelidad, el engaño y la relación extraconyugal.Quien no hace justicia a la fe que en él se deposita, es decir, quien traiciona una confianza,es infiel. De aquí podría deducirse que la infidelidad es siempre el producto de una moralmala, pero debemos tener en cuenta que el “depósito” de la fe o de la confianza no siemprees adecuado, no siempre es pertinente. Incluso puede ser, algunas veces, un modo dedepositar en otro la responsabilidad que no se asume. Así sucede cuando se deposita laconfianza a sabiendas de que será defraudada, porque el propósito oculto consiste enobtener pruebas incontrovertibles de la propia inocencia y de la culpabilidad del traidor. Lafidelidad no siempre es el producto de una moral “buena”. Hay una forma de fidelidad18

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