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Fundación Luis Chiozza

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es siempre interpretar, y que no existe, en última instancia, lo que suele llamarse “unapercepción objetiva”. Lo que llamamos percepción objetiva, desde este punto de vista, noes más, ni es menos, que una interpretación de los datos sensoriales razonablementecompartida por un gran consenso. Si así sucede con la “simple” percepción de un objeto,con mayor razón ocurrirá durante la construcción de ese enorme sistema conceptual que esnuestro mapa de la realidad, mapa que siempre es un mapa de otros mapas. En algún puntode ese interminable camino comenzaremos a creer en un determinado mapa al cual, por esamisma razón, decidiremos llamar “territorio”.Las palabras y las cosasPenetrar en el tema del malentendido nos conduce a ocuparnos de la relación existenteentre las palabras y las cosas. Una corriente de pensamiento, en lingüística, sostiene que larelación entre un símbolo y su referente (entre la palabra y aquello que designa) esconvencional y arbitraria, y que así se constituyen las distintas lenguas. La posiciónopuesta, que en un determinado tiempo se apoyó en lo que se llama onomatopeya (lo cualsignifica que la palabra remeda de algún modo, a través de su sonido, aquello a lo cual serefiere), no pudo sostenerse con buenos argumentos, y la mayoría de los lingüistas optaronpor la “otra” escuela, “convencionalista”. Deberíamos aceptar, sin embargo, que tambiénlos psicoanalistas tenemos algo que decir al respecto, porque investigamos lo inconciente,y lo que muchas veces parece convencional y arbitrario en la conciencia pierde porcompleto, si logran descubrirse los eslabones de una cadena que continúa en loinconciente, su apariencia azarosa. Las ruletas rudimentarias, como por ejemplo las ruletasde kermesse, nos dan el claro ejemplo de un modo de pensar acerca de lo que llamamosazar. De acuerdo con ese modo de pensar el azar no es otra cosa que la imposibilidad deprever el número en el cual se detendrá la aguja, debido a la incapacidad de calcular conprecisión el impulso aplicado a la rueda. Una ruleta de casino está montada sobrerulemanes y además no tiene una simple aguja indicadora, sino una bolita que salta contrayectorias complejas mucho más difíciles de prever. Cuando llamamos azar a lo quedetermina el número que sale en la ruleta, ¿pensamos que ha desaparecido la cadenacausal? ¿O que no es posible mantenerla en la conciencia? Más allá de que aceptemos unmodo de pensar que es tan discutible como su contrario, podemos admitir que lainvestigación de las cadenas inconcientes aproxima lo que ocurre con la elección de lossímbolos al ejemplo simplificado de una rudimentaria ruleta de kermesse.La palabra “mamá” (vinculada por su origen con la palabra “mamar”, sonoramente muyparecida) “es”, para decirlo en forma breve, francamente introyectiva. La palabra “papá”,en cambio, se vincula al escupir y es decididamente proyectiva. Estas relaciones quealuden al vínculo de los roles materno y paterno con las funciones introyectiva yproyectiva se mantienen en distintas lenguas. Es fácil decir entonces que palabras como“mamá” y “papá” son onomatopéyicas y, por lo tanto, constituyen una parte natural deaquello a lo cual hacen referencia, pero no sucede lo mismo cuando se trata de una palabramás “compleja”, como “geosinclinal”. Podemos decir que, exceptuando unos pocos casos,en la elección de las palabras sucede algo similar a lo que ocurre con los factores quedeterminan cuál es el número que sale en la ruleta, se nos ha perdido en lo inconciente launión natural que existe entre la palabra y el referente que designa, pero a juzgar por lo quela investigación de lo inconciente arroja, resulta difícil de creer que no la haya.104

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