es siempre interpretar, y que no existe, en última instancia, lo que suele llamarse “unapercepción objetiva”. Lo que llamamos percepción objetiva, desde este punto de vista, noes más, ni es menos, que una interpretación de los datos sensoriales razonablementecompartida por un gran consenso. Si así sucede con la “simple” percepción de un objeto,con mayor razón ocurrirá durante la construcción de ese enorme sistema conceptual que esnuestro mapa de la realidad, mapa que siempre es un mapa de otros mapas. En algún puntode ese interminable camino comenzaremos a creer en un determinado mapa al cual, por esamisma razón, decidiremos llamar “territorio”.Las palabras y las cosasPenetrar en el tema del malentendido nos conduce a ocuparnos de la relación existenteentre las palabras y las cosas. Una corriente de pensamiento, en lingüística, sostiene que larelación entre un símbolo y su referente (entre la palabra y aquello que designa) esconvencional y arbitraria, y que así se constituyen las distintas lenguas. La posiciónopuesta, que en un determinado tiempo se apoyó en lo que se llama onomatopeya (lo cualsignifica que la palabra remeda de algún modo, a través de su sonido, aquello a lo cual serefiere), no pudo sostenerse con buenos argumentos, y la mayoría de los lingüistas optaronpor la “otra” escuela, “convencionalista”. Deberíamos aceptar, sin embargo, que tambiénlos psicoanalistas tenemos algo que decir al respecto, porque investigamos lo inconciente,y lo que muchas veces parece convencional y arbitrario en la conciencia pierde porcompleto, si logran descubrirse los eslabones de una cadena que continúa en loinconciente, su apariencia azarosa. Las ruletas rudimentarias, como por ejemplo las ruletasde kermesse, nos dan el claro ejemplo de un modo de pensar acerca de lo que llamamosazar. De acuerdo con ese modo de pensar el azar no es otra cosa que la imposibilidad deprever el número en el cual se detendrá la aguja, debido a la incapacidad de calcular conprecisión el impulso aplicado a la rueda. Una ruleta de casino está montada sobrerulemanes y además no tiene una simple aguja indicadora, sino una bolita que salta contrayectorias complejas mucho más difíciles de prever. Cuando llamamos azar a lo quedetermina el número que sale en la ruleta, ¿pensamos que ha desaparecido la cadenacausal? ¿O que no es posible mantenerla en la conciencia? Más allá de que aceptemos unmodo de pensar que es tan discutible como su contrario, podemos admitir que lainvestigación de las cadenas inconcientes aproxima lo que ocurre con la elección de lossímbolos al ejemplo simplificado de una rudimentaria ruleta de kermesse.La palabra “mamá” (vinculada por su origen con la palabra “mamar”, sonoramente muyparecida) “es”, para decirlo en forma breve, francamente introyectiva. La palabra “papá”,en cambio, se vincula al escupir y es decididamente proyectiva. Estas relaciones quealuden al vínculo de los roles materno y paterno con las funciones introyectiva yproyectiva se mantienen en distintas lenguas. Es fácil decir entonces que palabras como“mamá” y “papá” son onomatopéyicas y, por lo tanto, constituyen una parte natural deaquello a lo cual hacen referencia, pero no sucede lo mismo cuando se trata de una palabramás “compleja”, como “geosinclinal”. Podemos decir que, exceptuando unos pocos casos,en la elección de las palabras sucede algo similar a lo que ocurre con los factores quedeterminan cuál es el número que sale en la ruleta, se nos ha perdido en lo inconciente launión natural que existe entre la palabra y el referente que designa, pero a juzgar por lo quela investigación de lo inconciente arroja, resulta difícil de creer que no la haya.104
En una obra de Mark Twain, un negro norteamericano a quien están enseñándole francés ledice al personaje principal: “¿por qué si un francés quiere decir ‘cow’ (es decir, ‘vaca’), nolo dice, en lugar de decir ‘vache’?”. Este episodio produce un cierto efecto humorístico,como lo produce el preguntar por qué los ingleses, para decir “sin embargo”, suelen decir“como siempre” (how-ever). En primera instancia, lo que acabo de decir parece undespropósito y, por razones similares, durante muchos años se pensó que las traduccionestenían que ser traducciones de sentido, nunca literales. En la línea de pensamiento quesustenta las traducciones de sentido, however no significa “como siempre”, ya que no sedebe dividir arbitrariamente aquello que, como una palabra completa, ha pasado asignificar “sin embargo”. A pesar de este argumento, subsiste el hecho incontrovertible deque los italianos dicen, con el sentido de “sin embargo”, comunque, que (¡oh casualidad!)también quiere decir “como siempre”. ¡Ahora ya no podemos hablar de despropósito! Esimposible negar que nos encontramos frente a un tipo particular de relación entre elsímbolo y el referente. Veamos otro ejemplo. Los españoles llaman “cerilla” a ese pequeñoinstrumento para encender el fuego que nosotros, en Argentina, llamamos “fósforo”. Lositalianos lo llaman fiammifero, los franceses allumette, los ingleses match, y los alemanesStreichholz. En este punto es donde se suele sostener que, dado que un mismo referente esdesignado en distintos idiomas con diferentes palabras, no existe una relación “natural”específica entre las características del referente (el objeto designado) y el símbolo que lorepresenta (la palabra que lo designa). Existe únicamente la especificidad, en cada idioma,por obra de la cual si digo “fósforo” en Argentina, saben a qué me refiero, pero se trata deuna especificidad creada por una convención arbitraria. La cuestión, sin embargo, no seresuelve tan fácilmente. Podemos preguntarnos si ese pequeño instrumento para encenderel fuego, el mismo en todas las lenguas, es de veras el mismo. Podemos muy bien suponerque las diferencias de carácter entre los distintos pueblos los han llevado a experimentar surelación con ese instrumento de un modo diverso. Podemos pensar que los españoles hanpuesto el acento sobre la cera y por eso lo llaman cerilla; que los ingleses han puesto elacento en el encuentro entre el fósforo y el lugar donde se frota y lo designan match, que esuna especie de contienda; que los italianos lo denominan fiammifero porque ponen elacento en la llama; y que los franceses ponen el acento en la luz y lo llaman allumette. Setrata entonces, indudablemente, de un proceso por el cual un signo natural, una parte delobjeto designado, deviene un símbolo representante del conjunto entero, pero, si estamosde acuerdo en que los franceses experimentan de un modo distinto que los ingleses, que losalemanes, que los españoles y que los italianos su relación con un fósforo, también estamosdiciendo que, en el fondo, ninguno de ellos se encuentra con el mismo tipo de fósforo. Nosolamente no lo ve de la misma manera, sino que podemos pensar que tiende a construirlode un modo distinto. Salvo que los españoles sufrieran una influencia cultural muy intensa,lo cual a veces sucede, es muy probable que sus fósforos sean en verdad cerillas, así comoes muy probable que los fósforos alemanes sean en verdad de madera. En otras palabras:los habitantes de comunidades distintas “construyen” una imagen distinta del objeto queutilizan para un mismo fin. Si imaginamos que un alemán busca, en un restaurante español,algún mondadientes, y que, como no lo encuentra, se le ocurre usar un fósforo para ese fin,un fósforo que pide imaginando que le traerán un Streichholz (con el mango de madera), esevidente que se sentirá defraudado cuando le traigan una cerilla (con el mango de papelencerado). Dado que la cuestión es central para introducirnos en la comprensión delmalentendido, volvamos sobre el tema construyendo otro ejemplo. Imaginemos que unaconfitería, en Austria, prepara una torta de chocolate con fresas y que envía la receta deesta torta a dos sucursales, una en Francia y otra en Italia. Imaginemos también que a lositalianos les gusta más el chocolate que las fresas y a los franceses les gustan más las fresasque el chocolate. Es muy fácil pensar que con el tiempo la torta de fresas con chocolate deAustria, se llame torta de chocolate en Italia y torta de fresas en Francia y que, además, se105
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