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Fundación Luis Chiozza

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tienen, todas ellas, algo en común, que permite hacer el diagnóstico y decidir eltratamiento, y que es distinto de lo que tienen en común las neumopatías o lasenfermedades autoinmunitarias. Podemos decir, de manera análoga, que el dramaparticular oculto en cualquier enfermo de una determinada enfermedad, es típico de esaenfermedad y distinto de los dramas que configuran otras.La Historia (con mayúscula), como disciplina científica, estudia los hechos que una vezfueron percibidos y registrados, ordenándolos, crono-lógicamente, en una secuencia temporalque permite concebir una relación lógica entre causas y efectos, pero la historia quese esconde en el cuerpo es, sin embargo, otra clase de historia. El producto del artenarrativo, que también denominamos historia, transmite la significancia de una experienciaque, como el “érase una vez” de los cuentos infantiles, es independiente de su ubicación enun espacio y en un tiempo determinados y reales. Este tipo de historia pertenece a un modode pensar que, en lugar de representar a la realidad como una suma algebraica de fuerzas ocomo la resultante geométrica de una conjunción de vectores, la representa “lingüísticamente”con palabras que aluden ante todo al compromiso emocional de las personas,que constituye precisamente la cualidad dramática. A pesar de que el hábito intelectual denuestra época nos conduce a considerar que las historias (con minúscula y en plural) sonhermanas menores de la científica y “verdadera” Historia, el fundamento del pensamientohistórico, el sustento primordial de la interpretación histórica, nace precisamente de la narrativa,porque el relato, la leyenda o el mito son versiones de experiencias sempiternas, oatemporales, que nos permiten interpretar el significado dramático de un hecho histórico apartir de un presente en el cual ese significado continúa vivo y actúa.Podemos decir que una historia, como relato, se forma siempre llenando de carne elesqueleto de una estructura “típica”, de una dramática, que desarrolla una intriga. Sin esaestructura típica es imposible la intriga. Tiempo, lugar, escenario, decorados, ropajes yactores, pero sobre todo las circunstancias, a veces insólitas, constituyen la carne querefuerza, como una caja de resonancia, el interés que despierta una particular historia. Suesqueleto, en cambio, armado con temáticas que, como la venganza o la expiación de laculpa, son atemporales, es tan universal y típico como lo son nuestras manos, nuestrasorejas o las enfermedades que habitualmente sufrimos, y ese esqueleto temático es loque constituye el último y verdadero motivo de nuestro interés en la historia.Un relato será siempre el relato de un drama, y el interés que despierta es el producto denuestra capacidad para “meternos” en la historia, negando en parte, intencionadamente,como lo hacemos en el cine, lo que al mismo tiempo sabemos, que se trata de unarepresentación, que el hecho dramático que la narración relata no está ocurriendo mientrasse relata la historia. Freud señalaba que vivir es jugarse la vida, ya que la vida,inevitablemente, se pone entera, se apuesta en el vivir, y que, cuando presenciamos unahistoria, oscilando entre la realidad y la ficción, entre una y otra de esas dos actitudes o“creencias” inconcientes, inmersos en una intriga que a veces alcanza a constituir elsuspenso que “suspende” nuestro aliento (como si se pudiera con ello suspender la acción)apostamos confiadamente nuestra vida, identificándonos con algún personaje del relato,porque luego, cuando la historia culmina, retiraremos la casi totalidad de la apuesta “singanar ni perder” nada más que una “suma simbólica”. Sin embargo, la historia no sólorepresenta o relata un hecho dramático, ahora ficticio, que ya ha terminado de ocurrir o quejamás ha ocurrido, sino que la historia existe, como relato, y nos interesa, en la medida enque tiene la capacidad de representar un acontecimiento actual, inconciente, que87

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