el alivio obtenido en esas condiciones es un alivio torpe, que algunas veces se parece, enun cierto sentido, a la actitud del hombre primitivo cuando, ignorante, buscaba aliviar susufrimiento por medios que hoy consideramos absurdos y descaminados.Debemos admitir que no sólo reprimimos un drama porque nos resulta insoportable odifícil convivir con él, lo reprimimos además porque solemos ignorar las consecuencias yel precio de la “factura” que tendremos que pagar. Llegamos de este modo a una cuestiónfundamental. Lo que la medicina puede hacer, frente a la enfermedad, tendrá siempre unlímite marcado por las posibilidades del médico y por las del enfermo, pero es innegableque en esas posibilidades influirán siempre los conceptos que han alcanzado consenso en ellugar donde ambos habitan. No forma parte de la práctica habitual, por ejemplo, que todopaciente que requiere una intervención quirúrgica sea estudiado, a los fines de conocer susmotivaciones inconcientes, con la misma regularidad con que se efectúan las pruebas “derutina” y por las mismas razones por las cuales se las realiza, ya que el riesgo quirúrgico nosólo depende del tiempo que demora la sangre en coagular o del estado cardíaco, sinotambién de las fantasías y de los deseos inconcientes con los cuales el enfermo aborda laintervención o la anestesia. Cuando el esfuerzo médico se dirige hacia la tarea de cambiarel consenso, ingresa en el terreno de una educación sanitaria que no solamente procuraráinfluir sobre los enfermos, sino también sobre los médicos y sobre los hombres degobierno. Entre los motivos que nos inducen a incursionar en las costumbres, losprejuicios, las reglas o los hábitos que conforman nuestra convivencia y nuestra sociedad,ocupa un lugar destacado el hecho de que la indagación en los dramas que lasenfermedades ocultan reintroduce en la enfermedad una dimensión espiritual y moral. Siaceptamos, por ejemplo, que la enfermedad no es totalmente ajena a la voluntad delenfermo, establecemos al mismo tiempo cambios en los fundamentos actuales de las leyesy del sistema jurídico cuyas consecuencias estamos todavía muy lejos de poder apreciar.La historia que se esconde en el cuerpoLos dramas encubiertos son clásicos, y sin embargo cada uno de nosotros vive la vida deuna singularísima manera, porque no hay seres humanos totalmente idénticos. Cada uno denosotros es una combinación distinta, y sin embargo estamos formados por los mismosladrillos. No somos solamente un conjunto de átomos o un conjunto de sustancias químicasiguales, también somos un conjunto de historias que son tan típicas y tan universales comolos átomos que nos constituyen. Los dramas que nos impregnan y nos constituyen sonclásicos, son temáticas universales. Existe el drama de la culpa, el de la venganza, el de laexpiación, el de la traición y muchos más. Pero estos dramas típicos y universales secombinan para formar historias que también son típicas y universales aunque presentenvariaciones en cada uno de los casos particulares. Cambian los escenarios, cambian losropajes, cambian los personajes, cambian las épocas, pero el hilo argumental esreconocido, y precisamente por eso nos conmueve. Si vamos al cine o al teatro es porquealgo hay de lo que allí sucede que es común con lo que nos sucede. Los dramas universalesson guiones, son estructuras dramáticas que conforman un modo típico de vivir, recordar ynarrar historias peculiares que giran alrededor de temáticas que son siempre las mismas. Escierto que los dramas particulares que impregnan las vidas de personas diferentes sondistintos entre sí. También lo son los enfermos que cada médico atiende, pero puedeejercer su labor precisamente porque las similitudes entre uno y otro caso le permitenhablar de enfermedades típicas y ayudar a un paciente usando lo que aprendió con otro.Para el médico es evidente, por ejemplo, que las cardiopatías isquémicas físicamente86
tienen, todas ellas, algo en común, que permite hacer el diagnóstico y decidir eltratamiento, y que es distinto de lo que tienen en común las neumopatías o lasenfermedades autoinmunitarias. Podemos decir, de manera análoga, que el dramaparticular oculto en cualquier enfermo de una determinada enfermedad, es típico de esaenfermedad y distinto de los dramas que configuran otras.La Historia (con mayúscula), como disciplina científica, estudia los hechos que una vezfueron percibidos y registrados, ordenándolos, crono-lógicamente, en una secuencia temporalque permite concebir una relación lógica entre causas y efectos, pero la historia quese esconde en el cuerpo es, sin embargo, otra clase de historia. El producto del artenarrativo, que también denominamos historia, transmite la significancia de una experienciaque, como el “érase una vez” de los cuentos infantiles, es independiente de su ubicación enun espacio y en un tiempo determinados y reales. Este tipo de historia pertenece a un modode pensar que, en lugar de representar a la realidad como una suma algebraica de fuerzas ocomo la resultante geométrica de una conjunción de vectores, la representa “lingüísticamente”con palabras que aluden ante todo al compromiso emocional de las personas,que constituye precisamente la cualidad dramática. A pesar de que el hábito intelectual denuestra época nos conduce a considerar que las historias (con minúscula y en plural) sonhermanas menores de la científica y “verdadera” Historia, el fundamento del pensamientohistórico, el sustento primordial de la interpretación histórica, nace precisamente de la narrativa,porque el relato, la leyenda o el mito son versiones de experiencias sempiternas, oatemporales, que nos permiten interpretar el significado dramático de un hecho histórico apartir de un presente en el cual ese significado continúa vivo y actúa.Podemos decir que una historia, como relato, se forma siempre llenando de carne elesqueleto de una estructura “típica”, de una dramática, que desarrolla una intriga. Sin esaestructura típica es imposible la intriga. Tiempo, lugar, escenario, decorados, ropajes yactores, pero sobre todo las circunstancias, a veces insólitas, constituyen la carne querefuerza, como una caja de resonancia, el interés que despierta una particular historia. Suesqueleto, en cambio, armado con temáticas que, como la venganza o la expiación de laculpa, son atemporales, es tan universal y típico como lo son nuestras manos, nuestrasorejas o las enfermedades que habitualmente sufrimos, y ese esqueleto temático es loque constituye el último y verdadero motivo de nuestro interés en la historia.Un relato será siempre el relato de un drama, y el interés que despierta es el producto denuestra capacidad para “meternos” en la historia, negando en parte, intencionadamente,como lo hacemos en el cine, lo que al mismo tiempo sabemos, que se trata de unarepresentación, que el hecho dramático que la narración relata no está ocurriendo mientrasse relata la historia. Freud señalaba que vivir es jugarse la vida, ya que la vida,inevitablemente, se pone entera, se apuesta en el vivir, y que, cuando presenciamos unahistoria, oscilando entre la realidad y la ficción, entre una y otra de esas dos actitudes o“creencias” inconcientes, inmersos en una intriga que a veces alcanza a constituir elsuspenso que “suspende” nuestro aliento (como si se pudiera con ello suspender la acción)apostamos confiadamente nuestra vida, identificándonos con algún personaje del relato,porque luego, cuando la historia culmina, retiraremos la casi totalidad de la apuesta “singanar ni perder” nada más que una “suma simbólica”. Sin embargo, la historia no sólorepresenta o relata un hecho dramático, ahora ficticio, que ya ha terminado de ocurrir o quejamás ha ocurrido, sino que la historia existe, como relato, y nos interesa, en la medida enque tiene la capacidad de representar un acontecimiento actual, inconciente, que87
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